Urkullu, copia clónica del Plan Ibarreche
El fundamento irrenunciable de la propuesta del lendakari es el derecho de autodeterminación de Euskal Herria
El Gobierno acoge el plan de Urkullu para reformar la Constitución por la puerta de atrás
Carlos Dávila
Madrid
Se presentó en las Cortes como un alienígena. Parecía serlo. En su tierra, en su pueblo más bien, Llodio, le llamaban Spock, el capitán de aquella serie futurista de Star Trek. Juan José Ibarreche (48 años entonces) se cogió del brazo de la vicepresidenta ... del Congreso, Carmen Chacón, mientras miraba sorprendido a los altos del hemiciclo. A los periodistas nos miraba esquivo, como de rondón. Eran las cuatro de la tarde del 1 de febrero de 2005 y al lendakari le acompañaba su antecesor, José Antonio Ardanza -el jefe de la gafa blanca le apodaban-, y el presidente del Parlamento vasco, Juan María Atucha. Llevaba en el regazo un tostón (así lo calificó incluso un correligionario en Madrid) para el que solicitó tiempo a Manuel Marín, presidente de la cámara. Éste, que no guardaba simpatía alguna con los propósitos del nacionalismo, le contestó por persona interpuesta: «Con media hora va que chuta». En realidad, el rollo ya se lo conocían a la sazón todos los diputados: Ibarreche le llamaba «Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi» y era una corrección en toda regla de la Norma de 1979, que el lendakari en el exilio, Luis María Leizaola, había tildado en ABC de «un sorbito de champán». Se ve que el hombre era fan de Los Brincos.
Ibarreche, un tipo metido en sí mismo, echado físicamente siempre hacia adelante quizá porque era un ciclista empedernido, el deporte que para él era terapéutico como buen diabético que se pretende cuidar. Llevó el plan primero al Parlamento de Vitoria. Un 25 de octubre de 2003 lo exhibió con gran pompa en el Parlamento regional, donde sin ambages, y para que no hubiera duda, advirtió: «Antes que ETA ya existía Euskadi» y «se trata del ejercicio del derecho del pueblo vasco a decidir su propio futuro». Ante los 75 representantes de ese pueblo, Ibarreche destacó cinco principios irreductibles, aparte de la autodeterminación citada. Uno, las decisiones de los ciudadanos de cada región de Euskal Herria deben respetar por los demás y por el resto de los pueblos de Europa, así, modestamente. Dos, el nuevo Estatuto contará con un Poder Judicial autónomo. Tres, se creará una comisión bilateral para resolver los conflictos entre los dos estados, España y Euskadi. Cuatro, selecciones deportivas nacionales vascas oficiales. Y cinco, competencias exclusivas en todo, desde administración, educación, cultura, lengua, economía, seguridad pública y seguridad social. Todo para el pueblo vasco.
El papel de ETA
Los socialistas, a pesar de las presiones del maltratador Eguiguren -condenado por atizar a su primera mujer-, se pronunciaron en contra, lo mismo que el PP, naturalmente, pero hete aquí que la Batasuna del momento casi le da un disgusto al proponente: sólo tres de sus seis parlamentarios dieron el 'sí' al proyecto. Otegui, colaborador confeso de terrorismo, se empleó a fondo y a última hora logró que el asesino Urruticoechea, alias 'Josu Ternera', y dos más apoyaran el proyecto. En los límpidos servicios del edificio, Ternera, delante del cronista, comentó a un correligionario: «El de Francia casi nos deja con el culo al aire». El de Francia era Mikel Antza. Los obispos vascos, en un texto explícito, se separaron de la Conferencia Episcopal Española, que había calificado el bodrio de Ibarreche con un adjetivo incontrovertible: «Antidemocrático». Ternera, curiosamente, coincidió con los prelados regionales, pero no con 'su' dirección de ETA, que señaló como «inservible» el texto redactado por Ibarreche.
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Con estos antecedentes, el plan llegó a las Cortes de la Nación. Zapatero, presidente, se subió al estrado y, con mayor facundia que nunca, cursi como es él, sentenció de inicio: «Si vivimos juntos, juntos debemos decidir». Luego se lió sobremanera con una retórica confusa, citó a Herman Hess y terminó diciendo: «Soy un patriota, pero ante todo soy un ser humano». Un diputado gritó en voz alta: «Bueno, ¿y qué?» También intervino Rajoy: «Si hubiera sido por mí, este pleno ni siquiera se hubiera celebrado». Y ratificó: «Sépanlo todos: esta propuesta es un adiós a España».
Es la misma que ahora resucita el profesor de acordeón Iñigo Urkullu, una provocación envuelta en el celofán de mil eufemismos, pero que no oculta el fundamento irrenunciable de su objetivo: el derecho de autodeterminación de Euskal Herria. O sea, siete en una, País Vasco, Navarra y los franceses. Es una copia clónica de aquel proyecto atormentado de Ibarreche, que recibió un varapalo monumental, 313 votos en contra en las Cortes Españolas.
Derrotado, Ibarreche, cabizbajo fuese y no hubo. Regresó a refugiarse tras sus montañas rocosas y se largó con viento fresco a soltar conferencias insoportables en Estados Unidos. De paso, creó la 'Agirre Lehendakaria Center', un invento para seguir atizando el fuego de la secesión vasca. Ahora, en este 2023, el oscuro e inaudible Urkullu -cada día habla más bajo- le ha sacado del baúl de los recuerdos. «El armario de las ilusiones perdidas», lo denominó Mariano Rajoy.
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