Análisis
Fracaso y ridículo de unos jóvenes que se creyeron los más listos
«Si lo vuelven a hacer como algunos vociferan, volverán por supuesto a encontrarse con un Estado como España, pero muy especialmente a 7,5 millones de catalanes»
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Iniciar sesiónCuando un todavía muy joven David Madí consiguió desbancar a Josep Antoni Duran i Lleida como sucesor de Pujol e imponer a su candidato Artur Mas, el todavía presidente de la Generalitat le dijo: «David, el único límite es la independencia», a lo que ... Madí respondió que correspondía a cara generación definir sus sueños.
Madí, Víctor, Tarradellas, Oriol Soler, Xavier Vendrell no vienen todos de Convergencia, pero sí del mismo sueño de la independencia al que Madí se refirió en su conversación con Pujol. Hoy salen retratados, entre otros, en la trama rusa del 'procés', quedando como unos bobos que creyeron en falsos intermediarios de Putin, en estrafalarias operaciones con 'bitcoins' para pagar la Sagrada Familia y hasta en una visita para bendecir la república catalana.
Creían que eran más inteligentes que los demás y han resultado ser unos chicos muy sentidos y muy voluntariosos pero muy fáciles de engañar. Pujol le dijo a Madí que el límite era la independencia porque conocía muy bien España y mucho mejor a los catalanes. Pujol sabía perfectamente que España no iba a dejarse desintegrar y que tenía sólidas conexiones internacionales; y sabía también que los catalanes no están para asumir enfrentamientos abiertos y ya no digamos violentos por nada ni con nadie.
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El fin del proceso independentista que va a simbolizar la Generalitat presidida por Salvador Illa no es sólo un marcador adverso o una derrota sino el fracaso de una generación de políticos e intelectuales que quisieron salvar a un país al que han demostrado no conocer en absoluto. Tuvieron las instituciones, tuvieron amplias mayorías en el Parlament, tuvieron el presupuesto de la Generalitat y una crisis económica como la de 2008 que azotó especialmente a España. Todo lo tuvieron a favor y en un tiempo en que el Estado estaba especialmente débil, y no sólo por la crisis financiera sino también por asuntos más estructurales como la abdicación y posterior salida del país del Rey Juan Carlos.
Pero aun así, las jóvenes promesas se equivocaron de objetivo, de método y sobre todo de país. La propaganda la hicieron bien y como siempre en Cataluña todo el mundo parecía encantado mientras la fiesta fue gratis y consistió en manifestaciones y algarabías y gamberradas, que es lo que en el fondo fue el 1 de octubre, una monumental piñata.
Pero cuando llegó la hora de pagar el precio con el patrimonio, con la vida, o simplemente con Hacienda, a todos les temblaron las piernas: Puigdemont declaró y anuló la independencia; luego el Parlament la volvió a declarar, pero en lugar de defenderla, unos cuantos se escaparon y los otros se entregaron a la Justicia pagando de su bolsillo el billete de AVE a Madrid para ir a hacerse detener. Al cabo de un año otra piñata en el aeropuerto acabó en nada y no se atrevieron a tomarlo; el entonces presidente de la Generalitat, Quim Torra, que tanto había prometido culminar la independencia, tampoco se atrevió a más que a jugar a poner y quitar carteles del balcón de San Jaime.
Los 'jóvenes aunque sobradamente preparados' del independentismo han hecho el más estrepitoso ridículo
Y así sucesivamente, entre guerras fratricidas y la más absoluta desarticulación política, el independentismo ha dejado estos años de degradación y atraso y una Cataluña crispada y decaída. Los 'jóvenes aunque sobradamente preparados' del independentismo no solamente han perdido sino que, a la luz de informaciones como la que dio a conocer David Alandete en ABC la semana pasada sobre la trama rusa, han hecho el más estrepitoso de los ridículos.
La lección a extraer de este proceso y de estos años y de estos jóvenes que ya no lo son tanto es que, si lo vuelven hacer como algunos vociferan, volverán por supuesto a encontrarse a un Estado como España, pero muy principalmente a siete millones y medio de catalanes a los que hacer comedia les va, pero no quieren ni oír hablar de pagarla.
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