En el quirófano de la Puerta de Alcalá: cien expertos, tecnología láser y hierro del siglo XVIII para salvar al icono de Madrid

Tras 245 años a la intemperie y los últimos 16 meses bajo una lona, termina la mayor intervención en la historia del monumento de Sabatini

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Mírala, mírala la Puerta de Alcalá... a través del cómic

Las esculturas del costado sur de la Puerta de Alcalá, ya destapadas y restauradas, sobre la nueva cubierta de plomo del monumento, el pasado 12 de noviembre FOTO: BELÉN DÍAZ | VÍDEO: DAVID CONDE

Francisco Sabatini no fue un artista, ni siquiera un hombre demasiado creativo, pero entendió los deseos de un rey. Eso explica que una de sus obras, una puerta de entrada a Madrid —que no fue la primera de la ciudad ni del propio arquitecto—, sea ... un icono de la capital y de la historia moderna europea. Antes de que existiera, en su lugar se erigían puertas efímeras para recibir a las reinas que viajaban desde el camino de Cataluña y pasaban la noche en el palacio del Retiro. Hasta que Carlos III quiso su propia puerta, una perpetua, que plasmase los mensajes de un soberano italiano recién llegado a Madrid, que pregonase que esa villa era la sede de la monarquía ilustrada y absolutista, un modelo a exportar a las Américas. Y Sabatini lo comprendió.

Un enorme escudo real preside el frontón este de la Puerta de Alcalá. Está en los brazos de la Fama, una doncella alada que hace tiempo perdió su trompeta y que, en enero de 2021, sufrió el paso de Filomena. La nevada resquebrajó sus plumas petrificadas y los técnicos del Ayuntamiento de Madrid subieron a comprobar los daños. Allí, a 23 metros del suelo, descubrieron el resto de desperfectos del monumento, expuesto durante 245 años a ataques climatológicos (nieve, lluvia, viento, insolación), biológicos (líquenes, excrementos de aves, microorganismos) y circunstanciales (contaminación, aerosoles, residuos orgánicos procedentes del parque del Retiro). Y lo que empezó con unas grietas sobre el ala de la Fama evolucionó en la mayor restauración acometida jamás en la Puerta de Alcalá.

A principios de 2022, el consistorio firmó un acuerdo con el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) para un primer vistazo. Ese verano, treinta años después de la última restauración de 1992, la obra de Sabatini se cubrió de andamios y una lona hiperrealista que se descolgará por fin, si no hay imprevistos, antes de esta Nochebuena. ¿Qué ha pasado bajo esa réplica serigrafiada los últimos 16 meses? Esta es la crónica de un quirófano monumental en el que han intervenido un centenar de expertos, una operación que ha costado 3 millones de euros a las arcas municipales y que ha combinado técnicas tan modernas como fotogrametrías y ensayos químicos con una forja de hierro del siglo XVIII.

Durante los cuatro primeros meses oculta, la puerta construida entre 1769 y 1778 se sometió a un análisis en profundidad. «Hicimos unos estudios fundamentales para saber a qué nos estábamos enfrentando; trabajar de otra forma hubiera sido un salto al vacío», explica la conservadora-restauradora del IPCE, Ana Laborde, en lo alto de la Puerta de Alcalá, el día en que todos los responsables del proyecto se reunieron para los últimos remates. El equipo se volcó en la investigación documental y material de la obra. Revisaron todos los archivos disponibles, incluidos los diseños y documentos de puño y letra de Sabatini, en busca de cualquier pista sobre su pasado, y repasaron cada centímetro de granito y piedra caliza.

1.800 Kilos

Los conjuntos escultóricos están formados por unas ocho piezas, y cada una puede pesar hasta 1.800 kilos.

Hubo mil y una pruebas para identificar los mil y un factores que afectan al monumento: escaneado con drones para generar un modelo tridimensional, estudios termográficos y climatológicos, informes de las microvibraciones del Metro que atraviesa el subsuelo, campañas de catas de los materiales, codificación de cada ensayo siguiendo la metodología científica... «Nos encontramos con un elenco de patologías impresionante, con un diagnóstico de gravedad», recuerda la subdirectora municipal de Patrimonio, María Domingo. Con las conclusiones en la mano, el consistorio convocó a los periodistas para anunciar que debía actuar «inmediatamente».

Un puzle de piedra y hierro

La fachada oriental está coronada por la Fama y otros cuatro angelotes, con los que Carlos III quiso presentar el código ético de Madrid a los visitantes, las cuatro virtudes enumeradas por Platón. Fortaleza, templanza, justicia y prudencia. La cara oeste, más sencilla, se adornó con panoplias (conjuntos de armas) y dos torsos militares recostados, mirando al amanecer y al ocaso, encima de las letras «Rege Carolo III», un intento del monarca de mostrarse a los ciudadanos como garante de la paz. Curar todos estos conjuntos escultóricos ha sido el mayor desafío de los restauradores. Una sola panoplia está compuesta de ocho piezas distintas, que oscilan entre los 50 y los 1.800 kilos. Los hierros que vertebraban las toneladas de caliza estaban oxidados y la piedra pálida, ennegrecida, con puntos erosionados, costras biológicas, bolsas de agua o líquenes.

«Me sorprendió la magnificencia, el detalle y el alarde escultórico, porque están en voladizo. Esto es como un lego, pero de piedra y hierro. Los pesos se distribuyen de una manera muy complicada y teníamos que entender cómo se habían cosido», precisa la arquitecta y directora de obra Laura López. La empresa 3DTech diseñó unas torres especiales, una suerte de jaulas de sujeción para examinar sin peligro cada herida con un pachómetro (un aparato que emite frecuencias de sonido que rebotan en la piedra). «Algunas fisuras parecían un pequeño pelo sin importancia, pero con esta herramienta hemos visto que penetraban mucho en la piedra y, en otras, que parecía que estaban fatal, pasaba lo contrario», cuenta Blanca Mora, jefa de Servicio de Restauración y de Patrimonio Histórico del ayuntamiento.

Después de desnudar las esculturas de morteros mal conservados y entender su esqueleto, entró en juego el herrero. A los pies de la Puerta de Alcalá se instaló una forja, porque el hierro actual no tiene las mismas propiedades que el del siglo XVIII. Las grapas que ahora enderezan angelotes y armaduras se perfilaron a martillazos de otro tiempo y sobre ellas se derramó plomo líquido, quizá uno de los procesos más bellos de la restauración. «Hemos recuperado el hierro original, a la manera antigua, dentro de unos cálculos estructurales del siglo XXI», celebra López, junto a uno de los conjuntos militares, ya limpio y blanco hueso, ribeteado de las cintas metálicas que sustentan el puzle pétreo.

El armazón de plomo

A diferencia de otros arcos de triunfo modernos, la Puerta de Alcalá —una carcasa hueca recubierta de ladrillo y granito— no tiene escalera. Es un problema para su mantenimiento, sobre todo, para la cubierta. «Aunque el estado parecía bueno, el plomo estaba deteriorado y estaba provocando grandes humedades en el interior», señala la jefa del departamento de Restauración del Patrimonio Cultural del consistorio, Victoria Sanstede. La piedra filtra el agua y el líquido solo tenía una escapatoria. «La puerta no podía respirar, y los monumentos también respiran. Pero el agua siempre sale, y lo hacía por las esculturas a modo de chimenea», escenifica la arquitecta López.

La cubierta ya se parcheó en anteriores ocasiones y se sustituyó entera en 1977 y en 1992. Pero fueron reformas de un puñado de semanas; esta vez, los expertos han tardado un año en diseñar un modelo diferente. Una estructura metálica que sobrevuela una cámara de aire y, encima, la tapa de plomo, que también ha protegido las esculturas. «Hemos resuelto la parte trasera con su propio armazón de plomo, para evitar que el agua se acumule en su espalda», indica Blanca Mora.

Antes

Después

Una de las panoplias o conjuntos de armas, en la fachada oeste de la Puerta de Alcalá, antes y después de su intervención. Los restauradores han limpiado la piedra ennegrecida y reforzado la escultura con nuevas grapas metálicas, forjadas con hierro del siglo XVIII. ABC

Han participado documentalistas, químicos, escultores, ingenieros, historiadores del arte, biólogos, herreros, arqueólogos... en prescribir y aplicar la medicina de la Puerta de Alcalá. Tecnología láser para borrar las costras, brochas y cinceles para arrancar los morteros de 1992, ahuyentadores químicos para espantar a las palomas, biocidas para repeler hongos. Cada adorno, cada cornisa, cada letra de bronce y cada junta se ha tratado con mimo. «Hasta el andamio está montado con muchísimo cuidado, para no tocar una piedra y que a la vez lleguemos a ella para restaurar», asegura la jefa de obra, Carmen Gutiérrez, de la constructora Fernández Molina. Lo único irreparable: las cicatrices de cinco batallas y un atentado grabadas en la puerta.

En este largo proyecto, «lo más difícil ha sido la planificación a plazos, sobre todo, al final; somos muchos cocineros en la misma sopa», destaca la directora de ejecución de obra, Natalia González (3DTech). Con la complicación añadida de estar en una glorieta en la que nunca se ha cortado el tráfico. El contrato municipal contemplaba un plazo de ejecución de doce meses, pero Cibeles ha acelerado los tiempos. El Ayuntamiento de Madrid quiere su Puerta de Alcalá lista y engalanada para las navidades.

El pasado 21 de noviembre, el costado sur de la puerta ya se había destapado y Gema Sanz, jefa de la Unidad de Intervención en Monumentos de la capital, lo observaba con «pena». Porque la macrocirugía encara su recta final.

—¿Cuántos años aguantará la puerta hasta la próxima restauración?

—Yo espero haberme jubilado ya —contesta Sanz entre risas—. De todos modos, haremos una revisión continua. No dentro de 15 años, sino ya.

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