el mentidero
Iman, donde Bowie quiso envejecer
Gracias a este guateque en el Teatro Real, Madrid volvió a tener ganas de vestidos de largo y esmoquin moderno
El traje de 'primera comunión' de Albares y Juan del Val en Las Ventas
Madrid
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Iniciar sesiónEste tiempo de primavera-verano estrena temporada de aviones y agua marina. Los que tienen pasta celebran sus eventos de espuma en lugares costeros. De ahí que los dueños del posteo sean ahora de pura raza y no acepten a cualquiera. Porque las listas de invitados en Madrid ... engordan de donnadies y es barato invitar a un chupito de cava. Sin embargo, son demasiados los que se quedan fuera cuando la marca debe pagar avión + barco + hotel + taxis. Por eso 'la tribu' está en estado puro, ya sea en una casita de ensueño en Menorca o en la cena con atardecer naranja de cala ibicenca. No se cuela nadie porque solo pagan a los que de verdad pretaportean con su vida, mercaderes de la foto editada que sacan libros sobre cómo retocarte el alma y el cuerpo con el bótox de la superficialidad.
Antes de que la vida fuera un guion de Sálvame, los futbolistas jugaban al futbol, los cantantes cantaban canciones y los escritores hacían libros. Ahora los escritores cantan, los futbolistas escriben y los cantantes van a terapia porque ni cantan, ni escriben ni juegan a la pelota. Todo es cíclico, incluyendo la destrucción de la sociedad.
Entregaban premios de la revista, Elle, en el Teatro Real. Por allí se juntaron los que no tenían cita en Ibiza y que casi pero no. Para elevar el caché del asunto le dieron un premio a Isabel Preysler, que en su discurso no pasó por alto las ocho décadas que lleva la revista publicando estilo, moda y tendencia. Dedicó el galardón a su madre, a sus hijas, a sus amigas y a las mujeres que conoció en sus años de trabajo.
Y allí, rubia como ella sola y guapa como ninguna otra, estaba Elle Macpherson. Y se demostró que la excelencia eran cosas como esta, donde no había trajes de manga corta ni medias personas que quieren, pero no pueden. ¡Estaba hasta la mujer del mismísimo Dios (perdón si ofendo)! ¡Iman, señora de Jones, es decir, viuda de Mr. David Bowie! Así que poco a poco empecé a comprender que todo esto era al revés.
Porque quienes no estaban en el Real eran precisamente los que sobraban, los del viajecito al barco posteando tu pena de vida; aquellos que prefieren la horterada de una botella de champán en la playa a un Madrid que lucía en lo de Elle a una ristra de personas brillantes, brillantes como un collar de perlas, brillantes no por méritos sino literalmente, porque en esa alfombra roja se vio a Luke Evans, una Hannover, Jady Mitchel, Esther Cañadas, Ana Belén o Teresa Helbig, a la Lomana, Tamara Falcó, una Cindy Kimberly de infarto de miocardio, y hasta medio infiltrada la que debía estar en Ibiza pero se codea ya con las estrellas, María Pombo. Vaya envidia debieron sentir las demás influenciadoras de la nonada cuando vieron que, en vez de en las Pitiusas, la Pombo se había quedado en Madrid.
Así que, gracias a este guateque en el Teatro Real, Madrid volvió a tener ganas de vestidos de largo y esmoquin moderno. Uno no termina de entender qué parte de la palabra esmoquin no entienden nuestros patrios vanidosos. Lleva siendo el mismo traje desde que Henry Poole, el sastre por antonomasia, lo diseñara para que Eduardo VII, Príncipe de Gales todavía, pudiera acudir a finales del siglo XIX a cenas privadas sintiéndose cómodo y elegante. Por eso se llamó inicialmente 'Dinner Jacket'. Lo que no entiende la gente, especialmente los de hoy en día, es que no hay que improvisar el esmoquin como a uno le dé la gana, sino ceñirse a las cosas como son.
Me cuenta un bandido que siempre va a estas cosas de etiqueta, que el otro día en el Real se peleaban dos cirujanos de estética por ver quién de los dos copaba más cuota de mercado por metro cuadrado. Me dijo que entre las que operaba uno y las que operaba el otro, habían vaciado de veneno de serpiente dos o tres continentes. «Es lo que tiene querer vivir en eso que fuiste», me comenta. «Con lo guapa que estaba mi madre cuando tenía arrugas y expresión en la cara. La confundí tres veces durante la fiesta», añade. No nos queda nada, amigo.
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