La cabeza de caballo perdida y el alcalde que suplicaba su vuelta
HISTORIAS CAPITALES
La estatua de Felipe III en la Plaza Mayor fue derribada o volada, según las versiones
El rascacielos que cambió la visión de Madrid y que se pidió demoler cuando estaba ya a la mitad
Madrid
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Iniciar sesiónLa historia da lugar en ocasiones a anécdotas y curiosidades capaces de rebajar la tensión en momentos especialmente duros, o de dibujar una sonrisa cuando se la estudia con cierta perspectiva. En el cambio político y social que experimentó España el 14 de abril de 1931 ... , el día en que al decir de algunos el país se durmió monárquico y se despertó republicano, se produjeron algunos movimientos populares que acabaron con varias estatuas monárquicas por los suelos. Una de ellas fue la dedicada a Felipe III, en la Plaza Mayor, que no sólo fue derribada sino que se descabezó y dio lugar a una de las leyendas urbanas más poéticas de la ciudad.
Fueron varios los monumentos de simbología monárquica contra los que cargaron las hordas de manifestantes: el dedicado a Isabel II, en la plaza del mismo nombre; las estatuas de reyes situadas en torno a la plaza de Oriente; o incluso la diosa Cibeles fue mutilada.
También sufrió las iras populares la estatua de Felipe III de la Plaza Mayor, obra de Juan de Boloña que finalizó Pedro Tacca. Llegó a Madrid este monumento en 1616, y en un principio fue depositado en el jardín del Alcázar, para pasar después a la Casa de Campo, frente al Palacio de los Vargas, hasta que en 1848, a propuesta de Ramón de Mesonero Romanos, fue trasladada al centro de la Plaza Mayor.
Allí estaba, con sus 12.518 libras de peso, cuando el 14 de abril de 1931 se presentaron las turbas ciudadanas dispuestas a hacer un escarmiento con las representaciones escultóricas de las Casas Reales. Y le tocó a Felipe III ser apeado a la fuerza del pedestal sobre el que se asentaba el monumento.
La prensa recoge detalles del acontecimiento, como que la estatua ecuestre tenía una altura de 13 pies y medio en la parte más alta del caballo, y de 17 y cuarto con el jinete. El gentío, tras atarla con cuerdas y derribarla, intentó arrastrarla por las calles, de lo que tuvieron que desistir por su enorme peso, decían algunos periódicos. Otros rotativos, sin embargo, hablan de una explosión que separó la cabeza del animal de su cuerpo. De ahí nace la leyenda de que, al partirse en pedazos, en su interior se encontraron cientos de huesecillos de los pájaros que habían entrado allí por la boca abierta del equino y no habían sabido encontrar el camino de salida.
Naturalmente que la sensatez volvió pronto, y las nuevas autoridades municipales, con el alcalde Pedro Rico a la cabeza, pronto se pusieron manos a la obra para su restauración, que se le encargó a Juan Cristóbal. Hubo que restaurarse del caballo el pecho, la cabeza, la grupa, una de las patas por entero y piezas sueltas de las tres restantes, parte de la crin y la cola. Y del jinete, hubo que hacer una nueva cabeza, porque la original apareció al cabo de varios meses «y después de haber rodado por las calles, completamente abombada y deforme», publicaba ABC.
Precisamente la prensa cooperó con los esfuerzos del alcalde Pedro Rico por recuperar la cabeza del caballo de la dicha estatua ecuestre de Felipe III. Publicó durante varios días de finales de abril de 1931 las peticiones del regidor para que quien tuviera la testa, la devolviera. «Quisiera que dijeran ustedes en sus periódicos que a la persona que la devuelva no sólo no se la va a castigar, sino que se la gratificará», aseguraba Rico en 'La Libertad', y desde este medio contestaban con sorna: «Nos explicaríamos que se hubieran llevado la cabeza del monarca, siempre sería un recuerdo que si ha ido a parar a manos de un monárquico, tendría valor sentimental. Pero la cabeza del solípedo no comprendemos que tenga extraordinario interés». La estatua se reformó y volvió a su lugar dos años después. Eso sí, con la boca convenientemente cerrada, para evitarle problemas a los pajarillos.
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