CARTAS AL ALCALDE
Fuimos el Café Gijón
Acaban de venderlo a una empresa y ahora harán ahí mucho menú de hojarasca
Elogio del Café Central
Paraíso de atasco
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Iniciar sesiónCreo que era Ortega quien diagnosticó que si se cierra un café algún bohemio pierde el puesto de trabajo. No diré yo ahora tanto, alcalde, cuando el Café Gijón va a cambiar de dueños, pero un poco sí, porque el Gijón es el hogar ... con espejos de muchos desamparados y pupitre de tantos escribientes, aunque ya los desamparados y los escribientes visiten poco el café. Lo fue, guarida y pupitre, y eso es mucho. Todo.
Yo fui frecuentador de la última época potable del café, cuando aún iban ahí de tertulia Manuel Vicent, Marcos Ricardo Barnatán, José Lucas, Blanca Andreu. Yo tenía veinte años y aún creía en la conquista romántica de Madrid. De modo que el Gijón es una reliquia del esplendor de las tertulias, ese lugar donde nunca llegaba la policía, según un ácrata de primeros de siglo. Umbral le consagró al café un libro mítico, y Cela llevó el Gijón al cine, en 'La Colmena', aunque el Gijón no era sólo el Gijón, sino el café de todos los cafés madrileños, donde los poetas sablean a las turistas y los pícaros conspiran en alejandrinos. Lorca, en el Gijón, resolvía metáforas de fogueo y Valle-Inclán miraba el paseo de Recoletos con cara de manco. Alfonso, el cerillero, se nos murió hace mucho rato, tras cumplir de confidente de la golfemia de ley.
Hace ya mucho tiempo que al café le faltaban maniquíes descarriadas, a la hora del crepúsculo adúltero. Acaban de vender el Gijón a una empresa, como sabemos de anteayer, y ahora harán ahí mucho menú de hojarasca, que es lo que se lleva, y los burócratas harán su charla de porvenires con corbata. El Gijón ya lo habíamos perdido hace mucho tiempo, alcalde, pero aún estaba ahí, con su gruta de madera, con su solecito oblicuo en la balconada, con su nostalgia de terciopelos rojos. El Gijón resistió a las modas, al silencio, al virus que nos obligó a comer en medio de la intemperie.
Yo creo que ya toca decirle adiós, porque en él despedimos a un Madrid que conversaba antes de injuriar, que pensaba en coro, que encontraba en una mesa al azar una amistad de extranjería. Naturalmente, con la nueva etapa del Gijón hemos echado la persiana a tantas tardes donde fuimos jóvenes, felices e indocumentados.
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