La larga marcha de Sánchez hacia la podemización
En 2024 se cumple una década de dos hitos políticos: la creación de Podemos y la primera llegada a la secretaría general del PSOE de su actual líder, que empezó denostando a los de Iglesias para terminar fagocitándoles
Los ministros del visillo y la izquierda reaccionaria
Madrid
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Iniciar sesiónEn este 2024 recién estrenado, Podemos cumple diez años como partido político, aunque en sus horas más bajas desde su fulgurante irrupción en 2014, cuando apenas unos meses después de presentarse en sociedad logró un millón de votos en las elecciones europeas de ... aquel año, convirtiéndose en la gran sensación de la política española, con permiso de Ciudadanos (CS), que también eclosionó como partido nacional en los comicios al Parlamento Europeo.
Fue un año de grandes transformaciones, en el que se produjo incluso la abdicación del Rey Juan Carlos, y también la llegada a la secretaría general del PSOE, por primera vez, de Pedro Sánchez. El hoy presidente del Gobierno aterrizó en Ferraz consciente de la amenaza que en términos electorales suponía la irrupción a su izquierda de una formación y un líder, Pablo Iglesias, que a punto estuvo de darle el temido sorpasso en dos ocasiones, la primera en las elecciones generales de diciembre de 2015 y luego en las repetidas de junio de 2016.
Pero lo que en principio fue una estrategia de dura confrontación con esa nueva izquierda de inspiración bolivariana, como denunciaba en aquel momento Felipe González –al que a diferencia de ahora Sánchez tenía entre los dirigentes a los que consultaba su estrategia– fue dando paso a una política de acercamiento, de grandes alianzas, incluida la coalición gubernamental implementada en 2020, la primera de la historia de la democracia, y ahora continuada con Sumar, y sobre todo de fagocitación del discurso del partido morado. Una larga marcha, en definitiva, hacia la podemización en sus formas de hacer política.
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En marzo de 2016, Sánchez se enfrentó a su primer debate de investidura, que resultó fallido. España vivía el primer bloqueo de su historia, el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, había «declinado», según explicó, la designación por el Rey como candidato a la investidura y Felipe VI –que afrontaba su primera ronda de contactos– la hizo recaer en el líder socialista, que con apenas 90 escaños había obtenido el peor resultado de su partido desde las primeras elecciones de 1977.
Llegó al hemiciclo con el apoyo de los cuarenta diputados de CS que comandaba Albert Rivera, y protagonizó un duro cara a cara con Iglesias, al que infructuosamente solicitó una y otra vez su apoyo para llegar a La Moncloa, lo que conseguiría apenas dos años después en la moción de censura contra Rajoy.
Otegi, de elemento de división a aliado común
Había querido la casualidad que por esas mismas fechas se produjese la salida de prisión de Arnaldo Otegi, que fue saludada por Iglesias como el fin de una condena injusta. «Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas», sentenció el secretario general de Podemos. Sánchez arrancó por ahí su réplica desde la tribuna del Congreso: «El próximo lunes día 8 se cumplen ocho años del asesinato de Isaías Carrasco, un trabajador de un peaje que fue asesinado por ETA, por aquellos a los que usted calificó ayer de presos políticos», le espetó, aludiendo al concejal socialista asesinado el último día de la campaña electoral de 2008. Iglesias se revolvió en su escaño entre aspavientos, gritando «mentira», junto a su número dos, Íñigo Errejón.
Casi una década después, Sánchez preside un Gobierno que tiene en Otegi a uno de sus principales y más sólidos y fiables aliados. Gracias a la abstención de Bildu pudo sacar adelante su primera investidura en enero de 2020, y progresivamente la colaboración de fue haciendo mayor, casi de forma simultánea a lo que ocurría con ERC, a la que en el citado debate de investidura de 2016 repudió expresamente como posible socio de gobierno. Ese mismo 2020 Bildu votó por primera vez sí a los Presupuestos, como también hicieron los independentistas catalanes.
La pasada legislatura el antiguo brazo político de ETA fue clave en leyes como la de Memoria Democrática, donde logró imponer su relato sobre torturas extendidas hasta 1983, con la democracia consolidada y el PSOE ya en el poder, o la de vivienda, que incluso se le permitió presentar en el Congreso junto a ERC antes de que lo hicieran los partidos de la coalición en el Ejecutivo central.
Los de Otegi fueron los primeros que confirmaron su apoyo a la investidura de Sánchez en noviembre y pronto se conoció uno de los principales pagos por ello, que no fue otro que la entrega de la alcaldía de Pamplona al candidato de la izquierda abertzale, Joseba Asirón, con el apoyo del Partido Socialista de Navarra (PSN), un respaldo recíproco al que Bildu prestó para que María Chivite repitiese su cargo como presidenta de la Comunidad Foral. Todo ello después de que los socialistas no hubieran impedido tras las elecciones de mayo que el bastón de mando recayese en Cristina Ibarrola, de Unión del Pueblo Navarro (UPN).
Iglesias pidió poco después de llegar a la vicepresidencia del Gobierno incorporar a Bildu y ERC a la «dirección del Estado», y esa es una doctrina plenamente asumida e integrada ahora por el líder de los socialistas.
Pero además, y cuando peor se vio electoralmente, Sánchez ha recurrido a retóricas o modos de combate netamente podemitas. En 2022, a mitad de su primer mandato completo, las encuestas empezaron a señalar una pérdida de apoyos que, de no detenerse, daría en 2023 con su desalojo de La Moncloa. «Las cosas se pusieron muy mal», admitió el pasado mes de noviembre en un gran mitin del PSOE en Madrid junto a José Luis Rodríguez Zapatero, al que agradeció singularmente su apoyo en la campaña electoral.
Curiosamente, su estrecha relación con el segundo presidente socialista de la democracia dista mucho de las tensiones entre ambos durante los primeros años de Sánchez en Ferraz, en buena medida por interponerse Podemos entre ambos. Fue cuando Zapatero, con el exministro José Bono como anfitrión, mantuvo una cena privada con Iglesias y Errejón que no sentó precisamente bien a un entonces bisoño Sánchez.
Con la necesidad de remontar la ventaja demoscópica del PP, que no en vano ganó las elecciones del año pasado por primera vez en siete años, la voz «los poderosos» empezó a ocupar la gran mayoría de las alocuciones del líder socialista. Un ente que a su juicio se opone sistemáticamente a las políticas de su Ejecutivo en beneficio de la gran mayoría de los ciudadanos. El esquema, calcado del de «el pueblo» frente a «la casta» con el que irrumpió Podemos, le sirvió para vadear su último año antes del test de las elecciones y para justificar varias de las políticas que un día negó, cuando las planteaba su socio minoritario de izquierdas, y que luego terminó adoptando.
Es el caso del impuesto a las grandes fortunas, uno de los banderines de enganche discursivos del PSOE para lograr la remontada electoral, que no siempre vieron con buenos ojos los socialistas. El ataque a los medios, acrecentado en los últimos tiempos, es otro de los aspectos en los que se manifiesta hasta qué punto la praxis política de Podemos, al que Sánchez comenzó en 2014 tildando de «populista», ha permeado hasta el tuétano a Moncloa y Ferraz.
En su reciente libro 'Tierra Firme', publicado por Planeta, asegura de manera tajante que «nuestro país tiene un problema de pluralismo periodístico». Durante toda la legislatura pasada, y exceptuando la campaña electoral, Sánchez sólo concedió entrevistas a una gran emisora de radio, la Cadena SER, discriminando a sus competidoras, en un país donde ese medio es tan seguido e influyente. Algo que, a tenor de este fragmento de su libro, no parece que piense cambiar: «Se me ha criticado por no haberme prodigado más en todo tipo de entrevistas y de programas, el no haber atacado antes esa burbuja del antisanchismo generada intencionadamente. Sigo sin tener claro, aún hoy, que es algo que hubiera debido hacer».
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