CUARTO SINGUANTE
Los que se quedan
No, pirómanos, con estas «cosas» no se juega
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Iniciar sesiónA raíz de los incendios que arrasan Galicia y otras partes de España ha nacido una nueva clase de ciudadanos: los que se quedan. Son personas que, ante el temor de perder su casa, desatienden las recomendaciones y no abandonan una determinada población por intentar ... salvar de las llamas sus propiedades, animales y enseres. Es decir, tratan de poner a salvo no su vida, sino el «contenido» de ella. Es muy peligroso, pero entendible.
Viendo las imágenes de San Vicente de Leira, en Valdeorras, un pueblo en el que se han quemado casi todas las viviendas, es imposible no empatizar con sus habitantes y su tristeza. Lo han perdido todo. Y cuando esto ocurre uno entiende el significado de quedarse literalmente sin nada. Es como salir una mañana de casa dejando en ella lo que más valoras —posiblemente las fotos más antiguas que tienes— y al volver te encuentras con que, además de las fotos, también han desaparecido los muebles, el techo, el suelo y todas aquellas cosas que conforman lo que llamarías «la identidad de lo tuyo».
Ya no están las rayas que le hacías al marco de la puerta para medir como crecían tus hijos; ya no huele la ropa a suavizante ni tu habitación al perfume de la persona que amas; ya no existe nada por lo que emocionarse, salvo el sentimiento de dolor que te invade porque ya no necesitas la llave para entrar. No queda nada.
Por eso, los que se quedan no quieren irse. Todos conocemos a personas cuyas vidas están vacías sin necesidad de que ardan sus casas. Muchas veces pasa: anhelamos tener más, ganar más, ser más…, buscamos cosas afuera para llenar el vacío que tenemos dentro y no nos damos cuenta de que la mejor manera de construir una vida no es con cemento, sino con sentimiento.
Los que lo han perdido todo no lloran por haberse quedado sin unas cuantas cosas. Lloran porque el fuego se ha llevado el espíritu de su hogar, algo de incalculable valor que nunca más podrán recuperar por mucho que les toque la lotería y se compren una mansión. Cuando el alma de las casas está en peligro no basta decir: «Bah, solo son cosas», porque esa misma indolencia podríamos aplicarla a los cementerios. Y eso nunca. No, pirómanos, con estas «cosas» no se juega.
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