Análisis
El test del genocidio tuvo siempre las cartas marcadas
A esta oposición cuesta darle un trato adulto cuando se enreda en cuestiones semánticas
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Iniciar sesiónCuando el marco del discurso te lo imponen otros, si las reglas las fija tu rival, es muy difícil aprobar el examen. No digamos ya sacar buena nota. Porque en esta época de la política líquida, sin principios ni condicionantes sólidos, todo está abierto a ... cambiar, a fluir, a que lo que hoy está bien mañana lo esté un poco menos, y dentro de una semana ya sea abiertamente reprochable. Con el 'test del genocidio' pasaba algo así, avisamos la semana pasada desde esta misma columna -disculpen la inmodestia-, y lo comprobamos esta semana en el Parlamento de Galicia.
La oposición quería que se guardara un minuto de silencio por la masacre que está teniendo lugar en Gaza por parte del ejército israelí. Pero en lugar de articular un espacio donde se pudiera fraguar el acuerdo, lo minó colocando de manera decidida el término 'genocidio' para examinar al PP. Que si esto, que si aquello, al final los populares gallegos aceptaron la propuesta del PSOE para guardar silencio por Palestina, y la Cámara mostró su consternación ante la situación inhumana que atraviesa.
Incluso el propio Alfonso Rueda, en su respuesta a José Ramón Gómez Besteiro durante la sesión de control, verbalizó que era plenamente consciente que el minuto de silencio se guardaba a partir de un texto que llamaba 'genocidio' a lo de Gaza. Se podría pensar que el PP alcanzaba así el aprobado. Pero acto seguido venían las enmiendas, las modificaciones de las reglas de juego a mitad de partido. Es decir, las trampas.
Porque no era suficiente ese respetuoso silencio. El test exigía también votar una condena en la que se empleaba el imprescindible término, y por ahí el PP no transigió. Era visto. A PSOE y BNG les faltó tiempo para afear a los populares que lo suyo no había sido una repulsa explícita y sin ambages sino un paripé, que no exhibían la convicción necesaria, que no empleaban las palabras adecuadas. Un acto de «cinismo e hipocresía», llegó a pronunciar Ana Pontón.
Un diputado popular expresó que su formación «condena rotundamente la masacre, la matanza, la barbarie, la atrocidad que supone el ataque generalizado y sistemático con el que el gobierno de Israel está castigando a la población de Palestina». ¿Está ahí lo sustancial de la cuestión? ¿Hay algún diputado de la oposición al que esa afirmación le parezca escasa, tibia, indefinida, turbia o proclive a dobles lecturas exculpatorias para Israel? Ay, pero no usa el término 'genocidio', lo que te condena a la expulsión del lado bueno de la historia.
Alfonso Rueda quería arrancarles a la oposición el juguetito de las manos, para que no anduvieran mareando con 'genocidio sí, genocidio no' más tiempo del necesario, y aceptó guardar el minuto de silencio. En el fondo era también la decisión justa para un caso así. Y habría sido deseable que el Parlamento aprobara una declaración institucional consensuada, pero en las reglas de juego de la oposición no estaba pasar por el aro sin incorporar 'genocidio' en el texto.
El PP puede ahora defenderse de las acusaciones de 'inhumanidad' situándose detrás del burladero de las palabras pronunciadas por Felipe VI en la ONU, un discurso que la Casa Real no articula sin la previa autorización del Gobierno. ¿Aprueba el Rey o no el 'test del genocidio'?
A esta oposición, a veces, cuesta tratarla como adulta cuando se enreda en debates semánticos. No fue el único de la semana. La inmigración tuvo un capítulo poco edificante, con un BNG acusando a la Xunta de querer hacinar menores en el centro de Monforte con un trasfondo racista y segregador, mientras el PSOE derrapó al hablar de un «centro de concentración». No está claro si en vez de centro querían decir campo y llamar nazis abiertamente a los responsables de la Xunta. Hay acusaciones que, antes de hacerlas, merecen una pensada seria.
Esto de los centros es llamativo. Porque en otras Comunidades los menores inmigrantes ingresan en centros de este tipo, idénticos en filosofía y gestión por parte de organizaciones humanitarias. Y allí, ya sea Castilla-La Mancha o Asturias, no se insinúa que sus dirigentes abrazan esvásticas. Lo que fuera se tolera, aquí son «centros de concentración». Y como eso, todo.
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