Encargados del voto por correo: «Estamos enterrados en sobres»

Como a tantos otros le han llamado de apoyo para cubrir los repartos en el periodo electoral, ante el aluvión de solicitudes para votar a distancia. Correos comunicó que había hecho cerca de 20.000 contrataciones temporales, pero fuentes de UGT, que ha emplazado a la empresa pública a una reunión en pos de la transparencia mañana lunes, han trasladado a ABC sus dudas acerca de estas cifras, además de acusar a la dirección de no facilitar la información a los sindicatos. Por su parte, Carlos comenta que «está sólo hasta el 23J».

Sale de buena mañana hacia la cartería, situada al noreste de la capital: «Clasificas y ordenas lo que está pendiente del día anterior y lo que entra nuevo; luego sales a repartir». Poco después de empezar, mientras busca a alguien que espera el voto pero que no está en casa, se le acerca un vecino del barrio:

-Perdona majo yo soy de la Avenida Daroca, pero estaba en el banco.

-Mi compañera está justo ahora allí repartiendo...

-El problema que tengo es que mañana nos vamos a la playa, os han metido en un 'bacalao'… ¿Cómo se les ocurre poner las elecciones la última quincena de julio?

A continuación, Carlos, mientras se aleja de la puerta, donde ha estado llamando sin respuesta a un par de pisos, justifica la interrupción: «A la gente no le hace ninguna gracia votar en estas fechas».

Si no están la primera vez que pasan a dejar el sobre, hay un segundo intento más adelante. Y si en este tampoco consiguen entregar personalmente la documentación, dejan una citación para que sea la propia persona la que vaya a recogerla a la oficina de Correos que tenga asignada el interesado. Siguiente puerta. El destinatario tampoco está en casa.

-No se preocupe, lo recojo yo, soy su compañero.

-Lo siento, pero no es posible. Tiene que recogerlo él personalmente. Por la tarde lo volvemos a intentar.

Ante la ausencia, ya no se extraña. Comenta que pasa constantemente: «Lo más común es que la gente esté trabajando o se haya ido de vacaciones». En este último punto está el principal problema, ya que, muchos de los que no están en casa, si se han ido antes de recibir la documentación y no vuelven antes del plazo para emitir el voto -el próximo jueves 20- se quedarán sin votar. «Una familia en el número 19 pidió el voto el 30 de junio y todavía no lo tenían. Me dijeron que lo sentían, pero que no iban a esperar, que se iban a la Sierra». También afirma que la gente no conoce cuáles son los plazos, lo que también podría hacer que muchos se queden sin ejercer el sufragio.

Carlos, que tampoco tiene claro cuánto va a cobrar por estas semanas de trabajo porque no ha consultado el convenio, dice que nunca esperó estar en esta situación, pero que se lo pasa hasta bien. «No repartes cualquier cosa; sé que facilito que la personas cumplan con uno de sus derechos fundamentales». Además, defiende que la gente tiene confianza en ellos y que la documentación llegue a tiempo.

«Me ofrecen agua, dinero de propina, que entre a su casa… Obviamente no puedo aceptarlo, estoy trabajando», zanja en rotundo. Sin embargo, denuncia que desde que llegó no le da tiempo ni a ir al baño. «Hay estrés y ansiedad, y alguna lagrimilla que otra también, incluso de los propios jefes. Tienen que sacar todo el trabajo y los carteros no damos abasto. A ellos también se les puede 'caer el culo'». En la primera calle sólo ha podido dar once de los ventisiete votos que ha intentado entregar.

Marcos, que lleva trabajando desde el 97 en Correos y que coincide en la misma vía repartiendo en furgoneta, en este caso paquetería, confirma lo grave de la situación: «Esta semana está siendo apocalíptica. Hay mucha falta de planificación». Dice que siempre que vienen elecciones hay mucho «más trabajo que gente que trabaja», y que, aunque esta vez han reforzado contratando personal temporal, se trata de gente sin experiencia. «Es una cadena. Pierdes tiempo en enseñar a la gente nueva», a lo que añade que la carta que envió el viernes por la mañana el presidente de Correos, Juan Manuel Serrano, para agradecer su esfuerzos, «es para 'mandarle a tomar por c.., con delicadeza y cariño». «Si antes íbamos deprisa, ahora vamos más deprisa», se despide.

Terminando la manzana, mientras Carlos llama a otro telefonillo bajo un soportal, se acerca Adolfo, de unos ochenta años, a pedirle su papeleta y la de su mujer:

-He pasado antes, pero ustedes no respondían.

-Ya, estábamos en el médico nerviosísimos por si pasábais y no lo podíamos recoger. Con este calor queremos irnos a Asturias. Si puedo, el domingo.

Carlos busca en su carro con ruedas y encuentra los sobres de Adolfo. Llama a su jefe para ver si puede entregarlos una vez están etiquetados como 'ausentes'. Al recibir el sí, vuelve hacia su casa para terminar con el trámite. Dos horas después, y sin pegar un trago de agua bajo los más de treinta grados a la sombra, llega a la última finca. «¡Ah! Tampoco tiene ascensor... Es de las peores cosas de repartir, además de la cantidad de sobres», comenta. Aún le queda más de la mitad de los votos, pero son cerca de las 14.00 y tiene que volver: «Los jefes no quieren que hagamos más horas de las que tenemos firmadas».

Así, termina sin recibir respuesta del último portal al que timbra y se reúne con su compañera de zona, que ha acabado al mismo tiempo que él. Cogen el bus y se dirigen de nuevo a la cartería para devolver todo lo que no han podido repartir. Los dos cuentan con los mismos números. Aproximadamente, de los 70 votos por correo que cada uno tenía al empezar la jornada, han podido 'trabajar' (llamar a la puerta del destinatario) en 51. De estos, sólo han sido entregados 20, lo que supone que menos de la mitad de los votos han acabado en las manos del elector. Al menos en este intento.

Después del recuento, en el trayecto comentan, con cara de evidencia, que las cosas no se han hecho bien. «Deberíamos haber empezado quince días o una semana antes. Por lo menos para enterarnos de cómo es el proceso». Ambos han empezado a trabajar hace unos días, con pocos de diferencia, y se consideran «autodidactas». Aunque el volumen de trabajo no les abruma, porque se consideran espabilados dicen que el caos es tal que están «enterrados en sobres».