Orcata de cufa

Destacaba Maroto que el salutífero preparado a base de chufa, agua y azúcar hubiese obtenido reconocimiento de bebida energética y que hasta la NASA la había incluido en el menú de sus vuelos.

Lo mejor de la horchata es su origen valenciano. Y también lo peor. Podemos ponerla de ejemplo de cómo un producto, invento nuestro, termina mixtificado cuando no adulterado por quienes se la apropian con espurios propósitos, como tantas otras cosas que nos rapiñan, sin que nos decidamos a denunciar a todos cuantos la prostituyen. Lo mismo que nos pasa con la paella, que cualquier mindundi le añade chorizo y no le partimos la cara, al menos metafóricamente.

Refrescarme con una buena horchata made in Alboraya y venirme a la memoria el nombre de Salvador Coret, todo fue una. A Salvador le conocí cuando trabajaba en Las Palmas de Gran Canaria. Leyó mi nombre en la portada del diario Canarias7 que yo dirigía y se vino a verme «para conocer y saludar al paisano», según manifestó como carta de presentación.

Este agricultor, empresario y emprendedor había puesto en marcha una empresa Canaria Valenciana de Zumos Naturales para elaborar en las islas la horchata. Y bien rica que estaba. Me contó de sus desvelos y dedicación por conseguir el reconocimiento de sus muchas bondades, recurriendo a la Universidad Autónoma de Barcelona y su departamento de Tecnología de Alimentos para que la analizase y dictaminase sobre su composición y virtudes, y quedase demostrado, negro sobre blanco, sus excelentes propiedades dietéticas. Una inversión que no encontró respaldo ni apoyo en ninguna administración ya fuera provincial, autonómica, nacional o comunitaria y eso que no tenía otro propósito, o tal vez por eso, de hacer de la leche de chufa, que no otra cosa es la horchata, una bebida con reconocimiento universal, no sometida únicamente al consumo veraniego, con independencia de quien fuese el empresario que se decidiese a aprovechar sus extraordinarias cualidades, entre otras que no tenga lactosa.

En eso, como en tantas otras cosas, a los valencianos nos pierde la broma, la ocurrencia o la socarronería. Y nos conformamos y ufanamos–y lo que es peor, que demos por buena— la leyenda de que el nombre de la horchata se lo debemos nada menos que al Rey don Jaime, que en su asedio a Valencia fue obsequiado por una mora que gentilmente se la ofreció. Según esa fábula el rey tras saborearla le dijo a la joven: «Açó es or, xata».

Salvador Coret acabó perdiendo lo invertido y casi la salud viendo que todos sus esfuerzos a favor de la horchata eran baldíos, y que los políticos a los que recurrió se pasaron la pelota en un tiqui taca interminable sin un remate a puerta con posibilidades de convertirse en gol. Ni siquiera, por más que tuviese derecho a ello, le llegaron los fondos comunitarios.

Sin ayudas ni apoyos, Coret decidió parar ya que cuanto más ponía en su empeño horchatero, más perdía. Lo dicho, lo peor de la horchata el que también sea valenciana. Estaría bien que ahora, con eso de las ayudas europeas que anuncian como maná, alguien tomase el testigo y se lanzase a poner en valor dentro y fuera de la Comunidad Valenciana. Pero me temo que a la hora de tratar de hacer algún trámite en ese sentido, la horchata acabe derramada en la mesa de algún funcionario comunitario, después de preguntar a su vecino: ¿Horchata se escribe con hache?»; obteniendo por respuesta un «claro que sí, porque si no sería orcata». Pues eso, de cufa.