Flores disecadas

Transitamos por una crisis que nos obliga a confrontarnos con nosotros mismos, nos devuelve la importancia del silencio, de oírnos a nosotros mismos, de aparcar las urgencias, de definir nuestra misión en la vida y en este planeta y de buscar respuestas a las preguntas más importantes del hombre. Hay que hacer un giro realmente brusco desde la cultura y el momento es ahora. Nos va a tocar pensar desde un sitio en el que no hemos pensado nunca.

El menú del día trae videoconferencias, generación de escenarios futuros, frustración de no poder despejar incógnitas… En este contexto la lectura de unos poemas de Joan Margarit, José Ángel Valente, Màrius Sampere, Alejandra Pirzarnik o unos haikus, la austeridad de Bach, una cimbreante vela o un sutil incienso nos devuelve al detalle, a sentir las cosas insignificantes. Seguramente nunca habíamos conocido nuestros espacios tan bien como ahora.

Mi pensamiento está en los elementos escénicos de la producción de Lohengrin de Katharina Wagner. Todavía duermen en el escenario del Gran Teatro del Liceu. Nos marchamos pensando que volveríamos en pocos días y el telón del coliseo de la Rambla reposa añorando poder levantarse y ser la puerta a una infinidad de mundos mágicos.

Por otro lado, sorprenden el conocimiento compartido (nunca tanta gente sabía sobre una misma materia: el coronavirus) y la extimidad (un oxímoron por el que nuestra intimidad se exhibe sin pudor). Los balcones como espacio público, nuestras bibliotecas domésticas y nuestras cocinas reveladas vía redes sociales. ¿Qué espacio nos faltan por mostrar?

Ojalá haya algunas lecciones aprendidas, aunque escarmentados de la crisis anterior, ¿podemos soñar con que de esto salga una sociedad mejor? Los jóvenes, ¿se verán condenados a aplazar sus proyectos vitales? La historia se acelera, los antiguos códices ya no sirven y las nuevas reglas están por crear. Tal vez la vida era algo más que vivirla deprisa y coleccionar experiencias.

El verdadero reto para el sector cultural es que los templos de creación y exhibición no vuelvan a ser lugares elitistas, que recuperemos la emoción de vivir y oler el arte: un patrimonio inherente al hombre y nuestra auténtica huella en el mundo.

Y frente al futuro, y parafraseando a Mario Benedetti: «Mi trabajo es escoger qué clase de día voy a tener. ¿Las rosas tienen espinas o las espinas tienen rosas?». El sentido en que orientamos nuestro pensamiento condiciona nuestra realidad. Sin duda necesitamos estar más positivos que nunca. Qué les parece, ¿revisamos la idea de progreso? De lo contrario seremos bellísimas flores disecadas.