Artes&Letras
Una flecha de la madera al corazón
EXPOSICIÓN
El escultor zamorano Ricardo Flecha ha repasado en una muestra cuatro décadas dedicado al arte con su personal lenguaje
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Ana Pedrero
De Ricardo Flecha (Zamora, 1958) bien puede decirse que es uno de los escultores e imagineros españoles contemporáneos más sobresalientes en el ámbito religioso de tradición castellana, aunque su obra se encuentra dispersa por todo el país. Sus piezas interpelan al espectador desde una ... estética muy personal, nada idealizada, casi provocadora, profundamente humana y doliente, con formas rudas, retorcidas y descarnadas, tan lejos de la imaginería preciosista de belleza formal que sale a las calles en los días de Pasión.
Las piedras románicas de Zamora y su Semana Santa, que todo lo impregna; y la propia tradición artística de una tierra prolífica en pintores y escultores, forjaron en Ricardo Flecha una vocación de la que ha hecho vida. Siendo casi un niño, se inicia en el mundo del arte en los talleres locales de Arturo Álvarez García y posteriormente de la mano del pintor Antonio Pedrero y del escultor Ramón Abrantes, su más querido maestro.
Probablemente no imaginaba aquel niño-adolescente en su primer taller (una amplia habitación en el piso superior de la casa paterna donde siempre reinaba el dulce olor a plátano por el almacén de frutas de su padre, que además de empresario es también un excelente acuarelista y pintor), que más de cuarenta años después su obra estaría repartida por toda Castilla y León y buena parte de España en colecciones públicas y privadas, templos, museos o domicilios particulares. Aquel estudio primero tenía algo mágico que siempre ha acompañado a Ricardo, que ya mostraba en sus primeros pasos su fascinación por los Crucificados y su especial lenguaje con la gubia.
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Tras estudiar un año en Madrid, Flecha cursa sus estudios de Bellas Artes en la entonces recién inaugurada Facultad de Salamanca, para regresar después a Zamora e instalar su taller en la calle de San Andrés, cerca del mercado, en el corazón de la ciudad. Un taller donde olía a serrín y barnices, a reuniones de amigos después de las procesiones, a los líquidos de revelar las viejas fotografías en blanco y negro que aún conserva quien esto firma. Algo de alquimia hay en las obras de Ricardo y también en sus dibujos, el proyecto de lo que será materia, llevado una y otra vez al papel en pleno proceso de creatividad.
Director de la Escuela de Arte Superior de Diseño de Zamora, Flecha ha sellado en su obra un estilo propio, inconfundible, logrando la renovación de la iconografía penitencial y también de numerosos enseres como báculos o Cruces guía cuya factura es innegable. Y esa es la mejor firma del pintor, del escultor: que su obra sea reconocible. Sus formas robustas, macizas, o el dramatismo de sus expresiones y policromías no dejan a nadie indiferente. El Jesucristo de hace dos mil años interactúa con quienes lo contemplan en clave de siglo XXI, más humano, más cercano, sin belleza ni poesía. Es la miseria, el dolor de la carne en todo su esplendor. Una flecha desde la madera al corazón.
Escultor
Aunque es sobradamente conocida su faceta como imaginero -su obra procesional está presente en cofradías de León, Zamora, Valladolid, Toro, Lugo, Medina del Campo o Zaragoza, entre otras-, Ricardo Flecha es ante todo un escultor deslumbrante que sentó sus bases desde su primera exposición individual en la desaparecida sala Casanova de la capital zamorana, donde ya marcaba las líneas de su personal concepto y creatividad que ha mantenido en su obra durante décadas. Su espigado y descarnado Barandales tañendo sus campanas de bronce, el maravilloso sepulcro de Fray Munio de Zamora o un portentoso Crucificado desnudo atrapaban al espectador con la fuerza de sus formas, tocaban la fibra con sus invisibles dedos de madera. Así ocurre también con la mujer-madre realizada en bronce con su hijo en brazos que mira para siempre hacia el río Tera y la Cárdena desde una peña de Ribadelago, el pueblo de la tragedia arrasado por el agua en enero de 1959.
Así ocurre con los hombres de Aliste y su capa de honras, con los tipos populares o con figuras míticas como el Zangarrón, uno de los personajes de las mascaradas de invierno zamoranas cuyos orígenes se pierden en el tiempo.
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La Asociación para la Promoción y el Estudio de la Capa Alistana ha organizado en el Palacio de la Diputación de Zamora una exposición retrospectiva sobre Ricardo Flecha con 44 piezas que han sido un repaso a esas más de cuatro décadas de dedicación al arte, desde aquel primer crucificado 'feo' -como lo definía el comisario de la muestra y Doctor en Historia del Arte, José Ángel Rivera de las Heras-, hasta sus obras más actuales, tanto de temática religiosa como popular. Su magnífico Ecce Homo -una de sus piezas imprescindibles-, expuesto en Edades del Hombre, o la inquietante composición de Cristo en Brazos de la Muerte, que sale a las calles de Medina del Campo en los días de Pasión; la Piedad de León que funde a la Madre con el Hijo como si fuesen una única cosa; aquel Barandales primero que no deja de tañer sus esquilas, el anciano alistano tocado con su capa parda de chiva o los dibujos y maquetas de un paso de la Santa Cena que no fue conformaban, junto a una colección de Crucificados, un paseo por el silencio del estudio de Ricardo, por su mundo interior, por ese lenguaje de dentro a afuera con el que siempre preguntará, removerá el alma de quien lo contemple, así como no se apagará nunca la vela del humilde Penitente de Bercianos de Aliste que procesiona con su mortaja blanca para subir al Calvario del pueblo, junto al cementerio.
Desde la madera, el yeso, el bronce o el mármol, Ricardo da vida a la materia y plasma el interior, los rincones más recónditos del hombre, bien desde la divinidad descendida a la carne, bien desde la sencillez de los que pisan la tierra y las labran con su mano, día a día. Y ese es el milagro, la luz desde la sombra, desde lo más oscuro. Esa luz blanca del Duero en invierno, luz de las noches de niebla, aquella luz blanca que escapaba por los ventanales de su estudio sin hora ni tiempo.
Un regalo para el mundo, que sigue sin respuesta al dolor, a los ojos cerrados del Crucificado, a las manos vacías de las madres, al silencio de los pueblos de esta Castilla, este León, este Oeste crucificado de soledades.
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