Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Contra la intemperie intelectual
Tiene más importancia una mujer asando castañas, resistiendo al siglo con sus guantes sin dedos que avivan las brasas, que todos los políticos con su matraca
El columnista es un tipo que se desparrama cada mañana en los periódicos para que el lector se caliente los dedos pasando las páginas. El columnismo no consiste en hacer una quiniela la tarde de antes, mientras se escribe, sobre lo que tendrá importancia mañana. ... Precisamente se trata de todo lo contrario: de escoger a conciencia dónde poner lo importante. Y esto puede ser en los fondos europeos, en la falta de transparencia del Gobierno de turno, en la camisa color coral de Pedro Sánchez o en la castañera del Retiro, como sabía Ruano. Porque tiene más importancia una mujer asando castañas, resistiendo al siglo con sus guantes sin dedos que avivan las brasas, que todos los políticos con su matraca. Lo importante está muy lejos de aquello sobre lo que constantemente se habla, de lo que quieren que hablemos. Lo importante suele ser un destello, una esquina desapercibida en medio de la actualidad.
Pienso en el columnista porque teorizo con Rebeca Argudo sobre el oficio. «Si hay un ego grande es el del columnista… Y además debe de ser así, sin eso no se puede ser bueno. El columnista necesita el ego grande para tener la suficiente mala leche que exige el género en español». Y como esto es palabra de Juan Carlos Girauta, nosotros trabajamos el ego. El ego, que no tiene nada que ver con la superioridad moral, sino con la necesidad de manos, manos leyendo periódicos, manos que nos lean de arriba a abajo. El ego es un abrigo de paño bueno, de esos que pasa en perfectas condiciones de una generación a otra, contra la intemperie intelectual. El ego es un chaleco antibalas a estrenar para meterse en los charcos sin pensar demasiado y hablarle desde ellos con sinceridad al lector. Porque el columnista es un suicida que se mete en todos los berenjenales de la actualidad sin otra posibilidad. Y el artículo es su nota de suicidio; nota nueva de todos los días. De ahí la necesidad de que el director, el lector o quien sea se lo reconozca para seguir consumando el suicidio cada mañana.
Se escriben artículos de opinión para frenar ese chorro constante de noticias que abruman y no permiten asimilar nada. Para que el lector pueda coger aire entre desgracia y desgracia, entre la caída del Ibex y en lo que Putin invade Ucrania. El artículo de opinión es un oasis en mitad de la nada que es la actualidad. Escribo artículos de opinión porque entre dos -el que escribe y el que lee- se piensa mejor. Escribo para darle voz a las causas perdidas, a los días que atardeció sobre los Torozos sin nadie que pudiera mirar estos techos altos de Castilla o los abriles que no vivimos, que pasaron de puntillas, porque nos tenían confinados. Escribo contra la intemperie. Nada más.
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