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Toledo fingido y verdadero

Agentes de progreso olvidados (1). Julián de Huelbes

El triunfo de la imagen de Toledo como ciudad museo, con la consiguiente relevancia adquirida por su función turística, ha dejado en el olvido a prominentes figuras del siglo XIX que creyeron en otras vías de progreso

Joaquín Sorolla. El ciego de Toledo (1906). Óleo sobre lienzo

Por José Luis del Castillo

Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 – Madrid, 1923), atraído por una ciudad que concentraba, se decía, «el alma de Castilla» y de España, acudió por vez primera a pintar parajes de Toledo en 1906. Deslumbrado por la insólita «hermosura» de su patrimonio, la describía ... al tiempo como «albergue de cadetes, curas y de pobres que no dejan andar por las calles». Eran apreciaciones frecuentes entre quienes se limitaban a ver su apariencia exterior, guiados por su visión de la decaída España de los años posteriores a 1898. De hecho, estaban tan ciegos, en cierto sentido, como el personaje que, subiendo la cuesta de Doce Cantos, pintó entonces Sorolla. Eran incapaces de ver la realidad social de una población que, antes de rendirse a los caprichosos arbitrios de la Administración central y de que triunfase la idea de que la ciudad no podía tener otras funciones que la de guardiana del arte, la militar, la eclesiástica y la administrativa, se había debatido duramente durante el siglo anterior por salir de esa decadencia con la que se conformaban, en defensa de su altura imaginaria y de sus reales privilegios, los oscuros prohombres de la mesocracia urbana que controlaban las instituciones en avenencia con la Iglesia.

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