DOÑA LEONOR JURA LA CONSTITUCIÓN
Monarquía para no monárquicos
Felipe VI ha entendido que no sólo no se puede permitir los excesos de sus ancestros, sino que sólo ser antídoto del sectarismo sostiene su corona
Es menester reconocerlo: la monarquía hispánica, entendida como la suma de cuatro monarquías preexistentes —la Corona de Castilla, la de Aragón, el reino de Granada y el de Navarra—, no comenzó con buen pie. Su primera titular, Juana I, vio puesta en entredicho desde el ... principio su capacidad para ser reina. Y cuando se le unió en el trono su hijo, Carlos I, tampoco fueron las cosas mucho mejor. El virrey que dejó en 1520 para representarlo, el cardenal Adriano de Utrecht, hubo de huir con nocturnidad de Valladolid para sustraerse a la cólera de los comuneros.
Tampoco los últimos tiempos han sido muy propicios. Tres de los cuatro monarcas que han precedido al actual se han visto obligados a dejar el trono y el país, con dos repúblicas en medio. El apego de España a sus reyes dista de ser incondicional.
Como muchos españoles, de ayer y de hoy, quien esto escribe se siente republicano, por razón y convicción. Frente a la idea de ciertos monárquicos de que los españoles hemos de ser regidos por ineptitud para alumbrar una república funcional, me niego a creer que mi país es una especie de sociedad minusválida.
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Y sin embargo, cuando los comuneros dieron en debatir si las ciudades castellanas se constituían en repúblicas, el rechazo fue abrumador. Ser reino es nuestro carácter histórico, vinieron a decir. Ese argumento sí tiene peso, sobre todo si lo que se plantea como alternativa, lejos de la «república de trabajadores de todas clases» de la constitución de 1931, es una república sectaria, de izquierdas o de derechas. El rey actual ha entendido que no sólo no se puede permitir los excesos de sus ancestros, sino que sólo ser antídoto del sectarismo sostiene su corona. No es mal legado para la sucesora que acata ahora la Constitución de todos.