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Los cordobeses y el confinamiento
Discretos, mirando con el rabillo del ojo al vecino e indiferentes, así pasamos el estado de alarma
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Iniciar sesiónSe ha dicho que Córdoba se adapta mejor al confinamiento por la actual pandemia que otras ciudades. De hecho, nuestras cifras de contagios y fallecimientos son menores proporcionalmente a los de otras urbes. Puestos a teorizar, es cierto que el carácter cordobés ... , históricamente y generalizando, mira más hacia dentro que hacia fuera. Las casas señoriales cordobesas, a diferencia de las sevillanas por ejemplo, apenas muestran sus lujos interiores con escasez de balcones y ventanas; nuestra feria de mayo es abierta, pero sin embargo tapa celosamente la mayoría de sus casetas para reservar lo que ocurre dentro; el cordobés, en fin, ha desarrollado su vida en círculos cerrados, en su casa de vecinos , en su peña , en su club, en su parcela con sus amigos.
Todo esto ha tenido un notable reflejo en la literatura. Manuel Machado , a la hora de definir brevemente cada capital andaluza, nos etiquetó con «Córdoba callada». García Lorca proclamó, «Córdoba, lejana y sola». Pío Baroja nos tituló como la ciudad de los «discretos». Julio Aumente cantó, «¡Oh silenciosa Córdoba callada, / dormida en el rumor de la corriente!». Pablo García Baena describió a los cordobeses «ceñidos a sus patios, a sus amigos, a su mundo interior», al tiempo que contaba el gran deseo que le confesó Rodríguez Luna , el pintor de Montoro, exiliado en México: «volver a su patio regado, a su pijama y mecedora, a la maceta de albahaca y al gazpacho».
Y Manuel Pimentel , en su faceta de escritor, recientemente resumía este carácter secular: «Córdoba no mostrará nunca su alma al completo. Su arquitectura, de calles estrechas y silenciosas, consagra esa discreción que adorna a sus gentes. Desde siempre, su espíritu fue más dado a la reflexión y a las sentencias que a la prodigalidad expresiva. E l sacrosanto respeto a la intimidad nos hace tirar de puertas para dentro en lugar de puertas para fuera, al revés que en ciudades hermanas».
Un vivir de puertas para dentro que también se ha notado en nuestros dos defectos como sociedad. Uno de ellos lo apuntaba el mismo García Baena: «Continuamente el ojo en el tragaluz que acecha, la mirada tras la persiana, el resquicio que ve el pecado oculto». Reflexiones que se podrían aplicar estas semanas a las «policías de balcones» . Y el otro, esa indiferencia tan seña de identidad de los cordobeses, que se limitan a ver pasar y, a veces, criticar y a escuchar más que a actuar. Acaso como si la ciudad, bimilenaria y patrimonio de la humanidad, se considerara siempre por encima de las eventualidades históricas, como, al fin y al cabo, es también esta maldita pandemia .
Felices hacia dentro, discretos pero mirando con el rabillo del ojo al otro y con un toque general de indiferencia. Así parece que somos los cordobeses. Cabría esperar que, en este confinamiento, fuésemos más conscientes y menos indiferentes ante una catástrofe de magnitudes globales e históricas y ante los errores clamorosos de gestión y trasparencia y ante ciertas tentaciones totalitarias de quienes gobiernan el país.
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