Drama en la fiesta del 28M

Pero, el 28M, volveremos a ver que muchísimos cordobeses no habrán participado en esta celebración. En 2019, de cada 100 electores, 44 no movieron el esqueleto para acercarse a las urnas. Es una cifra dramática. Y no se nos corta el punto por un indicador aislado. En 2015, se quedó en su casa el 42,9% del censo electoral. Un guarismo mucho peor, lo que ya es escribir, que el de 2011 (36,5%).

Aunque es un problema general —hace cuatro años, a nivel nacional la abstención fue del 34,8%—, en nuestra ciudad se deja sentir más. A ello contribuye tener varios barrios deprimidos socioeconómicamente, donde la participación es especialmente floja. Son enclaves en los que sus habitantes no están para muchas fiestas, ni la de la democracia ni otras. Bastante tienen con bailar con la más fea o el más feo (no se ofenda nadie con el ejemplo y sigamos con lo esencial): pelearse con el día a día para salir adelante.

Los datos de estas zonas y de otras áreas de la capital tendrían que hacer reflexionar a todos nuestros partidos. Deberían hacerse dos preguntas: ¿Por qué hay tantos cordobeses a los que ni en las elecciones más cercanas les convence la letra y la música de sus programas? ¿Por qué hay muchísimos vecinos que no ven en sus propuestas una vía para mejorar sus condiciones de vida? Pero ninguna fuerza política se planteará a fondo estos interrogantes. Son incómodos.

Los perdedores de las municipales, como mucho, querrán averiguar por qué ha subido la abstención entre sus votantes. Lo harán por puro cálculo electoral. A la gran mayoría de la clase política, a la local y aún más a la nacional, le falta pisar la calle (no valen actos organizados, y mucho menos las casuales partidas de petanca de Pedro Sánchez con jubilados, militantes socialistas) y tomarle el pulso a las necesidades de los ciudadanos. Sólo así la música de la fiesta de la democracia regresará a nuestras calles, donde dejó de sonar.