De puente en Moscú
La suite valía una pasta, pero seguro que la pareja la pagó de sus ahorros
LUIS VENTOSO
Todavía no han entrado en Moscú los fríos inhumanos que derrotaron a Napoleón y a Hitler. La temperatura anda por los 3 grados. Así que el turista y su mujer, Helena, que lo acompaña de puente de Todos los Santos, saldrán a dar un voltio.
Pero antes, una parada en el hotel, para dejar las maletas y asearse tras el largo vuelo desde Barcelona. La pareja ha elegido el Radisson Royal, un cinco estrellas de luxe. El hotel fue un capricho arquitectónico del estalinismo. Concluido en 1953, se convirtió en el más alto del mundo; una fortaleza de recio neoclasicismo totalitario, con salones inmensos, murales, piscinas interiores, saunas… En el año 2010 reabrió tras una larga rehabilitación. Hoy rezuma lujo. Y lo cobra. La suite de Helena y Artur cuesta unos 1.600 euros la noche , según la tarifa. Son 68 metros cuadrados, con un salón privado anexo al dormitorio. En el hall hay una docena de boutiques prohibitivas y hasta un concesionario Rolls Royce. Aquí pasarán dos noches. Normal que busquen un elemental confort.
Artur y Helena ya están listos para visitar lo obligado: la plaza Roja. El sol comienza a declinar. Pero Artur, como todo turista que pasa por Moscú, quiere su foto ante las cúpulas de colores de la catedral de San Basilio. Así que planta para la historia su mejor perfil de estadista y saltan los flashes. Helena, casada con él desde hace más de 30 años, maestra y empleada del Transporte Metropolitano de BCN, lo contempla arrobada. No es la única. Mirando a Artur con admiración divisamos también a un grupo de amigos, que han viajado con ellos a pasar el puente.
Allí están el director de la oficina de Artur, el fotógrafo oficial de Artur, su redactora oficial, su director de Protocolo, su secretario de Asuntos Exteriores, su subdirectora de Relaciones Exteriores, tres periodistas de su TV3 y nueve más de otros medios. Un grupo majete. Hasta se han venido algunos amigos de las Diputaciones , como el presidente de la de Barcelona, que al igual que Artur se ha traído a su esposa, a su jefa de prensa y a su técnico de protocolo; o el de Lérida, que ha viajado incluso con un tío que atiende por «¡development manager!». También vemos a un porrón de alcaldes, una tropa de las cámaras de comercio, consejeros varios de la Generalitat…
Con tanto amiguete, va a haber un ambientazo cuando se tomen unas copichuelas en el Troubador Karaoke Bar del Radisson. Pero Artur no ha volado hasta aquí solo para hacerse fotos. También tiene algo importante que decirles: «Una Catalunya soberana será económicamente más dinámica y más atractiva para las inversiones extranjeras». ¡Oh! Sus amigos aplauden: todo el mundo sabe que para los inversores foráneos los mercados de siete millones de habitantes son mucho más atractivos que los de 47 millones.
Artur y Helena vuelven Barcelona. Aquí nadie se pregunta quién ha pagado el party . Se da por hecho que fue Artur. Curioso, porque no abona ni los fármacos ni los geriátricos y acaba de dejar a 50.000 catalanes sin el subsidio de supervivencia. Pero seamos serios. El camino a la independencia pasaba por la suite del Radisson.
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