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Crimen de Tarrasa: el móvil de la víctima, clave para acorralar al asesino en una pila de contradicciones

Jaume Badiella solo confesó cuando se halló el cadáver enterrado en su patio

Los Mossos, el pasado miércoles con el asesino confeso de Mònica Borràs EFE
Jesús Hierro

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«Mònica nunca salía de casa sin su teléfono móvil», explicaba la camarera a ABC este viernes minutos, después de enterarse de que la muerte de Mònica Borràs , diez meses antes, se había producido a machetazos en una vivienda a pocos metros del bar de Tarrasa (Barcelona) donde la víctima solía tomarse su café con leche con un cruasán.

Y es que el viernes los vecinos de la calle Volta, resignados ya ante la evidencia de que Jaume Badiella era el responsable de la muerte de la mujer con la que convivía, confiaban en escuchar, al menos, que todo había ocurrido por un accidente . Pero nada más lejos de la realidad: los investigadores confirmaban ese día que Jaume había asesinado a machetazos y enterrado en el patio a la clienta de la cafetería que, tal y como recordaba con ojos llorosos la responsable del local, nunca salía de casa sin su móvil.

El teléfono de Mònica fue clave para los investigadores. Estaba «enganchada» al «Whatsapp» , certificaban quienes la veían por el barrio, a menudo paseando a sus dos perritos. El juez del caso, en el auto en el que mandaba a Badiella a prisión por un delito de homicidio y ocultación de cadáver, así lo certificaba: «La señora Borràs era una persona muy dependiente de su teléfono móvil, así como de las aplicaciones de mensajería».

Una fuerte discusión

Por eso, la mañana del 7 de agosto de 2018, el día en que la iban a matar, Mònica, como era su costumbre, hizo un uso continuo de su teléfono. Una actividad que se detuvo, de repente, en medio de una conversación a las 9.59 horas. Luego, a las 10.47 horas una persona intentó contactar con ella por «Whatsapp» sin éxito. Los investigadores sitúan el crimen en esa franja temporal, cuatro días después de que ambos mantuvieran una fuerte discusión en la que ella lo acabó echando de casa, volviendo posteriormente. La única persona que estaba con la víctima en esa franja temporal aquella mañana del 7 de agosto era Badiella, con quien compartía piso pese a que hacía tiempo que ya no mantenían una relación sentimental.

El teléfono de Mònica no volvió a tener actividad hasta las 19.12 horas del mismo día. Después, volvió a encenderse a las cuatro y media de la madrugada Sobre este asunto, Badiella dijo no saber nada de la manipulación del teléfono de Mònica a las siete de la tarde, pero reconoció haberlo encendido de madrugada. Y es que él asegura que Mònica se fue de casa por propia voluntad sobre las once de la noche de manera repentina dejando atrás todos sus enseres más básicos, entre ellos el móvil del que tanto dependía. Los investigadores no se lo creen, pues «no formaba parte de su carácter», aseguran. «Atenta contra la lógica y el sentido común que alguien tan dependiente del móvil, como resultaba ser la víctima, hubiese apagado en medio de una conversación a las 9.59 horas, para conectarlo a las 19.12 horas y apagarlo hasta las cuatro de la mañana. Se deduce que las dos manipulaciones fueron realizadas por Badiella». Borràs ya estaba muerta cuando su teléfono fue utilizado.

La confesión del crimen

Los investigadores sospechaban de Badiella e intuían, aunque sin una seguridad plena, que Mònica no había llegado a salir de la casa aquel día. A la incoherente declaración del acusado y el análisis del móvil de Mònica, se unieron otros indicios que impedían al asesino tener una coartada creíble. Los días posteriores a la desaparición de su expareja sacó dinero de la cuenta de la víctima e hizo un duplicado de su tarjeta de crédito a su nombre . El homicida tenía muy claro que Mònica no iba a volver. Tampoco hizo ninguna gestión coherente los días sucesivos para ponerse en contacto con la familia de la desaparecida.

Con todos estos indicios, los Mossos lo detuvieron el miércoles, más de diez meses después de la desaparición de Mònica. Y, ante la sospechas de que la víctima quizá no había salido nunca de la casa, los forenses escudriñaron la vivienda con ayuda de un georradar, hallando el cuerpo en una especie de cobertizo, tapado con material de construcción. Solo entonces el asesino confesó. Admitió que la mató golpeándola sin parar y que él mismo la enterró en un patio en el que, según auguraba la camarera que cada mañana servía su café con leche y cruasán, ahora «brotará el árbol más bonito del mundo »

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