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extracto del libro

Torcuato Fernández-Miranda: el guionista de la Transición

Preceptor del futuro Juan Carlos I y diseñador discreto del proceso de desmontanje del régimen franquista, Torcuato Fernández-Miranda ha permanecido oculto

Torcuato Fernández-Miranda: el guionista de la Transición abc

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Preceptor del futuro Juan Carlos I y diseñador discreto del proceso de desmontanje del régimen franquista, el nombre de Torcuato Fernández-Miranda (1915-1980) ha permanecido oculto tras las figuras del propio Don Juan Carlos y Adolfo Suárez como artífices del tránsito a la democracia. Un libro escrito por el periodista Juan Fernández-Miranda, jefe del área de España de ABC y sobrino-nieto del biografiado, recupera Aahora el papel esencial del llamado guionista de la Transición. A continuación, ofrecemos uno de los epígrafes del capítulo 7 del libro, de próxima publicación.

Trapecistas sin red

-¿No me va a traer libros? -le pregunta don Juan Carlos a su profesor.

-Su Alteza no los necesita -responde Torcuato.

-¿Cómo que no los necesito? ¡Los necesito para estudiar!

-No, no... Vuestra Alteza debe aprender escuchando y mirando a su alrededor.

Cuando Torcuato emprende la tarea de formar al Príncipe, sabe que tiene ante sí una misión que trasciende a la labor habi- tual de un profesor. Don Juan Carlos no es un alumno cualquie- ra. Está llamado a asumir las más altas responsabilidades políticas. En ese momento, a Torcuato se le abre la posibilidad de enseñar sus conocimientos teóricos a un alumno que, si se dan las circunstancias, podrá aplicarlos. Los mismos que, durante toda su carrera docente, ha enseñado a cientos de alumnos en la Universidad de Oviedo. Todo un reto para un profesor de Derecho Político.

Sus clases en la universidad en la que ha estudiado, en la que se forjó como profesional y como persona, le han dado una enorme reputación. Cuando el Tato daba clase, las aulas se llenaban, y no sólo de alumnos matriculados en la asignatura; acudían estudiantes de toda la facultad. Torcuato sabía cautivar a los alum- nos. Les hablaba de conceptos que no habían escuchado nunca. En un país que denostaba oficialmente al comunismo, el profesor Fernández-Miranda hablaba sin corsés de la Unión Soviética. También de Estados Unidos. Hablaba de regímenes autoritarios y de sistemas democráticos. Les hablaba en libertad y los escu- chaba. Porque Torcuato es, esencialmente, un profesor. Y con don Juan Carlos no va a ser menos.

Los encuentros entre el Príncipe y Torcuato tienen lugar en la Casita de Arriba, un palacete rehabilitado por orden de Franco por si necesitaba refugiarse durante la Segunda Guerra Mundial. Se construyó a 50 kilómetros de Madrid, cerca de El Escorial. Pero no es en absoluto un búnker. Don Juan Carlos vive en una casa acogedora, con un salón, un comedor, tres dormitorios y un despacho. Una vivienda de piedra típica de la sierra de Madrid. La distancia de la capital no es casual: Franco consigue así que el consejo privado de don Juan esté lejos del Príncipe, que se pasa el día en el coche para acudir a la universidad.

Cada mañana, Torcuato se presenta allí para la clase diaria. Don Juan Carlos no entiende nada; le parecen unas clases surrea- listas. Nunca nadie antes le había tratado así. El profesor no lleva papeles, ni le recomienda libros. Simplemente charlan, discuten, reflexionan.

-Pero cuando tenga que pasar un examen... -insiste el alumno ante la ausencia de libros que memorizar.

-No los necesita -responde Torcuato.

-Sí que los necesito.

-No -zanja el profesor.

En esas clases, en los primeros años sesenta, Torcuato le ha-

bla de su futuro oficio de Rey, de lo que tendrá que hacer o dejar de hacer. Le enseña dos virtudes que le serán muy útiles: sereni- dad y paciencia. Pero a un chico de escasos veinte años, todo eso le suena a chino y le deja angustiado:

-Pero ¿cómo voy a ponerme al corriente de todas esas cosas? ¿Quién va a ayudarme? -pregunta una y otra vez el Príncipe.

-Nadie. Tendrá que hacer como los trapecistas que trabajan sin red.

-¿Sin red?

-Sin red.

Poco a poco, Torcuato se va ganando la confianza del Príncipe. La relación alumno-profesor va lentamente mutando en amistad; en confianza, entendimiento y lealtad. Torcuato sonríe poco y tiene un sentido del humor frío, difícil de entender, pero llegan a congeniar. Profesor y alumno charlan durante horas. Éste pregunta y aquél explica y, en algunas ocasiones, discute el criterio del alumno: don Alfonso XIII no tenía que haber abando- nado España. Será el Príncipe quien algún día deberá tener la serenidad y la paciencia necesarias para tomar decisiones acerta- das en momentos difíciles. Y en esos momentos no hay libros que valgan.

-Cuando digo a Vuestra Alteza que mire bien a su alrededor, es para que comprenda que, a veces, situaciones que parecen idénticas son en el fondo muy diferentes. La Historia se repite, pero no se parece. Cada vez el envite es diferente.

El entendimiento es tan evidente que llega a oídos de Franco. El jefe del Estado se inquieta. ¿Qué le cuenta ese profesor de Derecho Político al Príncipe? ¿Por qué se llevan tan bien? Lo que sucede en esas clases se escapa a su control, y eso no le gusta. Por ese motivo, toma una decisión inmediata. Llama al marqués de Mondéjar y le da una orden: en las clases de Torcuato debe estar presente alguno de los ayudantes militares del Príncipe. Y así sucede.

Al profesor le sorprende la nueva situación. Ese militar no pinta nada ahí, pero es consciente de los auténticos motivos: Franco quiere controlar al Príncipe, es un arma cargada de futuro y debe mantenerlo bien sujeto.

En esos años, Torcuato Fernández-Miranda es una persona poco conocida por Franco. Por eso quiere tener información de primera mano sobre lo que sucede en dichos encuentros. El Ge- neralísimo lleva más de diez años preocupándose de que don Juan Carlos no tenga lo que él considera malas influencias; ésa es la razón de que en su primera visita a España lo adoctrinase sobre las dos Españas y las bondades de su régimen autoritario; por eso impidió que su tren procedente de Lisboa llegara a Madrid, don- de podían esperarle entusiastas monárquicos; por eso, en aquella visita, no le recibió hasta pasados quince días; por eso quiso que estudiara en España, lejos de su padre; por eso le mandó a la Casita de Arriba, fuera de la influencia del consejo privado de don Juan; por eso no permitió que estudiara en Salamanca, cerca de Enrique Tierno Galván. Por todas estas razones, Franco envía un militar a sus clases. Torcuato se da cuenta y, lejos de amila- narse, se lo pregunta directamente al marqués de Mondéjar.

-¿Sabes por qué el Caudillo quiere que esté presente un militar en mis clases?

-No.

-Pues para que Su Alteza y yo no hablemos de política.
La relación entre Torcuato y el Príncipe es excelente. Esas

primeras clases son el comienzo de una creciente cordialidad. Pero en lo que respecta a Franco, Torcuato ha empezado con mal pie. La presencia del militar en el aula es la primera muestra de clara desconfianza del jefe del Estado hacia su persona. Y no será la última. En una ocasión, Franco le pregunta directamente:

-¿Por qué tantas visitas al Príncipe?

-Tendrá que aprender qué es el poder y cómo se ejerce.

-Nada de eso. Cómo se ejerce el poder se aprende desde el

poder. Eso no le hace ninguna falta al Príncipe.
Salta a la vista que Torcuato y don Juan Carlos deben hacer algo para mantener la privacidad de sus encuentros, pero no va a resultar fácil. La Casita de Arriba es una vivienda temporal y pronto el Príncipe se instala en el palacio de La Zarzuela, y allí es aún más difícil burlar el control de la inteligencia franquista. Aun así, hay que intentarlo.

Las conversaciones entre profesor y alumno derivan a veces en largas charlas por los jardines de palacio. Como en la escena final de la película Casablanca, estrenada unos años atrás, Tor- cuato y el Príncipe empiezan a forjar una sólida relación. Al cate- drático, buen aficionado al cine, dichos paseos le recuerdan a la escena final de esa película, cuando Rick y el capitán Renault se funden con la niebla mientras caminan por la terminal del aero- puerto y el personaje interpretado por Humphrey Bogart afirma:

-Louis, presiento que éste es el comienzo de una gran amis- tad.

Acaban de empezar los años sesenta.

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