José Castro, un juez que domina la escena

La suspensión de la primera imputación de la Duquesa de Palma por parte de la Audiencia Provincial fue un duro varapalo para él, y su posterior reacción de someterla a una investigación sin precedentes durante más de ocho meses, no deja de ser un reflejo de su carácter testarudo. Aprovechó, claro, la puerta que le abrió la Sala en una insólita pirueta judicial, pero esa intensidad, que no ha demostrado con otros imputados, para muchos lo dejan en evidencia.

Fuera de Baleares, el juez Castro pasaba inadvertido hasta que se convirtió en el instructor del caso Palma Arena, uno de los mayores escándalos de corrupción que se han descubierto en España. A partir de entonces, su imagen bonachona comenzó a ser familiar en todo el territorio nacional, en un momento además en el que se necesitaban símbolos de la lucha contra esa lacra.

Pero su momento estelar llegó con el caso Nóos, cuando el nombre de Iñaki Urdangarín saltó a las primeras páginas de todos los periódicos. Por primera vez en nuestra historia, un miembro de la Familia Real era salpicado por un escándalo de corrupción. La opinión pública lo identificó de inmediato como el artífice de la investigación, cuando lo cierto es que había sido el fiscal Anticorrupción Pedro Horrach el que había diseñado, planificado, coordinado y ejecutado todas las actuaciones. Eso sí; nadie puede discutir que ese fuerte carácter del magistrado fue el complemento necesario para llevar a buen puerto el caso, uno de los más delicados de cuantos se han instruido en nuestro país.

La primera declaración de Urdangarín en los juzgados de Palma fue su momento estelar. Vitoreado por los ciudadanos en la calle, objetivo de todas las cámaras, prolongó ese interrogatorio durante 48 horas, en sesiones de mañana y tarde que se alargaban hasta la madrugada. Se mostraba sonriente, fresco físicamente, satisfecho. Eran tiempos en los que iba de la mano del fiscal Horrach, que siempre prefirió mantenerse en un plano más alejado de los focos.

Los propios autos de Castro hablan también de él. Con reiteración recurre a la ironía, cuando no al sarcasmo, y puede llegar a incluir frases que parecen más propias de un opinador de la actualidad que de un magistrado con tantos años de experiencia. También ante los imputados se permite algunas licencias verbales que, en ocasiones, han provocado protestas de los defensores, aunque no es menos cierto que trata de mantener la cordialidad en la Sala y fuera de ella. De hecho, durante aquellas largas declaraciones, en ocasiones el juez, el fiscal y los abogados comían juntos en un restaurante próximo a los juzgados de Palma para relajarse juntos un rato .

El divorcio entre Castro y Horrach por la imputación de Doña Cristina ha situado al primero como un héroe que lucha a brazo partido contra la corrupción, esté donde esté, y al segundo como alguien que se ha plegado al poder. Nada más lejos de la realidad. Judicialmente, y hay quien cree que el magistrado lo sabe, el caso ya no tiene ningún recorrido. Sin embargo, mediáticamente es un caramelo y el juez sabe moverse bien en este terreno...

Para muchos juristas, técnicamente Castro tiene lagunas. Quedó en evidencia con el primer auto de imputación, suspendido por la Infanta; y en el de ayer en parte, puesto que aunque es cierto que está mucho mejor estructurado -«da la sensación de que hay partes que no ha escrito él», afirman algunas fuentes-, no precisa en momento alguno cuál es la cuota dedraudada en cada ejercicio, ni por qué hace suyas las argumentaciones de la acusación popular que ejerce Manos Limpias desdeñando, en cambio, el informe definitivo de los informes de los inspectores de la Agencia Tributaria destinados en auxilio judicial. «Si cree que lo han engañado o tergiversado los datos, debería abrirles diligencias; pero no lo hace», sostienen las fuentes. Él, mientras, sabe que al menos la batalla mediática sí la tiene ganada. Quizá se conforma con eso.