ajuste de cuentas
Inmigración y delito
Los inmigrantes en EE.UU. han sido sistemáticamente menos propensos a delinquir que los nativos, y la brecha, además, se ha ampliado desde 1960
IAG tiene algo que decir (11.08.2025)
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Iniciar sesiónLa asociación entre inmigración y criminalidad es un clásico de la retórica política en casi todo el mundo, pero especialmente en los Estados Unidos. Desde finales del siglo XIX, figuras como el senador Henry Cabot Lodge agitaban el miedo a supuestas 'mafias extranjeras', italianas ... o irlandesas. Hoy, con Trump, se repite el libreto con otros protagonistas. Sin embargo, la realidad estadística lo contradice de forma contundente.
Un reciente trabajo publicado en 'American Economic Review: Insights' por Abramitzky, Boustan, Jácome, Pérez y Torres ofrece la primera serie nacional que compara las tasas de encarcelamiento de inmigrantes y nativos en Estados Unidos a lo largo de 150 años, desde 1870 hasta 2020. El hallazgo central es simple y demoledor: los inmigrantes han tenido tasas de encarcelamiento iguales o menores que los nacidos en el país durante todo el periodo estudiado.
La diferencia, pequeña en el siglo XIX y primera mitad del XX, se ensancha a partir de 1960. Hoy, un inmigrante tiene un 60% menos de probabilidades de estar en prisión que el conjunto de los nacidos en Estados Unidos y un 30% menos que un nativo blanco. Este patrón se repite en todas las regiones de origen: europeos, chinos, latinoamericanos o llegados de otras zonas del mundo. Incluso colectivos históricamente sobrerrepresentados en las prisiones -como los mexicanos y centroamericanos de principios del siglo XX- presentan hoy tasas inferiores a las de los nativos de Estados Unidos, salvo cuando se incluyen detenciones administrativas por infracciones migratorias.
El estudio descarta explicaciones fáciles. La brecha no se debe a cambios en la composición demográfica, al aumento de deportaciones ni a un supuesto trato de favor del sistema judicial (que, de hecho, tiende a penalizar más a los inmigrantes). La clave parece residir en una divergencia muy amplia entre los hombres nativos y los inmigrantes con baja educación: mientras los primeros han visto deteriorarse su empleo, estabilidad familiar y salud desde la década de 1960, los segundos han mantenido o mejorado en estos indicadores al insertarse en un 'mejor' país.
Una hipótesis es que los inmigrantes, más concentrados en trabajos manuales y de servicios, han estado menos expuestos a la desindustrialización y a la automatización que castigaron a los nativos con menor cualificación. Otra, complementaria, apunta a la autoselección: quienes migran suelen mostrar menor aversión al riesgo, mayor adaptabilidad y más disposición al emprendimiento.
El estudio no permite afirmar que la inmigración sea una panacea. Pero sus datos obligan a cuestionar un dogma político instalado en gran parte de la ciudadanía y explotado con fines electorales: que abrir las puertas al extranjero supone importar delincuencia. Un siglo y medio de estadísticas nacionales en Estados Unidos demuestran exactamente lo contrario. En tiempos de debate migratorio inflamado, la lección es clara: el miedo no es un dato, y las políticas públicas deberían construirse sobre la evidencia, no sobre el prejuicio. jmuller@abc.es
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