África se desangra por la fuga de capitales
La hipocresía de la comunidad internacional ha consentido los desmanes de infames dictadores
eduardo s. molano
Verano de 2004. Acuciado por las preguntas, un alto cargo del Banco Mundial termina por sincerarse: «Seamos realistas —reconoce bajo el amparo que otorga el anonimato—. Si de cada préstamo que otorgamos, calculamos un 30% de pérdidas por corrupción , estamos hablando de que ... al menos un 70% se invierte en desarrollo». La anécdota, relatada por el politólogo Jeffrey Winters, no es casual. Pese a lo escandaloso del argumento, lo cierto es que el Banco Mundial siempre fue demasiado optimista con respecto a la moralidad de sus socios (o simplemente se conformó con mirar hacia otro lado).
Eso sí, a día de hoy, recoge sus frutos. Como asegura a Empresa Léonce Ndikumana —profesor de Económicas en la Universidad de Massachusetts y ex director de investigación del Banco Africano de Desarrollo—, la fuga de capitales en el África Subsahariana durante el periodo 1970-2008 ascendió a 770.000 millones de dólares —teniendo en cuenta la inflación actual—. Cantidad que representa cerca del 80% del PIB de la región.
Desvío de la ayuda
De igual modo, el autor denuncia que, de cada dólar que entró en el continente en forma de préstamo por parte de la comunidad internacional en ese intervalo, entre 60 y 70 centavos fueron desviados al extranjero ese mismo año. Unas cifras que llaman poderosamente la atención, sobre todo si tenemos en cuenta que la actual deuda externa del África Subsahariana es de 200.000 millones.
¿Es entonces el continente africano un «acreedor» de la solvente comunidad internacional? En parte sí, o al menos se puede considerar así a sus dirigentes.
A finales del pasado año, Transparencia Internacional denunciaba en un informe la voracidad adquisitiva de tres de las más infames dictaduras del continente africano: Denis Sassou Nguesso (República del Congo), Omar Bongo Ondimba (Gabón, ya fallecido, aunque su hijo continúa con la estirpe presidencial), así como Teodoro Obiang (Guinea Ecuatorial).
Según corrobora Transparencia Internacional, a fecha de 2007, el Gobierno gabonés contaba con al menos 39 propiedades desperdigadas en territorio europeo, 17 de ellas registradas a nombre de su ex presidente, así como setenta cuentas bancarias (once de ellas a nombre del mandatario). Más «humilde» se mostraba, sin embargo, el sátrapa congoleño con «apenas» 18 residencias y 112 cuentas corrientes en Francia, así como el propio Obiang, con tan solo una «mísera» propiedad registrada a nombre de su hijo.
Aunque, en defensa de su honor, conviene resaltar que el nepotismo adquisitivo del mandatario guineano no se limita solo a territorio europeo. En el año 2010, su esposa —de nombre Constancia— se impuso, casualmente, en un concurso (con una partida cercana a los 375 millones de euros) para la construcción de un nuevo aeropuerto y de un hotel en la localidad de Mongomeyén ( Guinea Ecuatorial ).
En la memoria colectiva prevalece el escándalo que en 2004 sumió al banco estadounidense National Riggs —entidad que desde hace casi dos siglos maneja las cuentas de presidentes y jefes de Estado— en operaciones de blanqueo de dinero procedente de la familia Obiang.
Los casos, no obstante, no escasean. Según destaca el profesor Ndikumana, en las últimas cuatro décadas, Nigeria —el número uno regional en fuga de capitales— «ha desviado al exterior cerca de 312.000 millones de dólares (en cifras actuales)».
Índice pobreza extrema
Por ello, tampoco resulta extraño que, pese a que su economía local crezca al 8 por ciento anual, el índice de pobreza extrema haya aumentado en los últimos seis años del 54 al 60%. Y mientras, la comunidad internacional se dispone a entregar préstamos cual boletos de feria: la pasada semana, el presidente nigeriano, Goodluck Jonathan, exigía al Parlamento la aprobación de un crédito cercano a los 8.000 millones de dólares para financiar la construcción de varios gasoductos en la región. De ser avalado, el nuevo déficit sería ya más del doble de la actual deuda externa del país.
«La fuga de capitales no es un problema endémico tan solo de África», destaca a este diario James K. Boyce, coautor junto a Ndikumana de la obra «Africa’s Odious Debts». Para Boyce, sin embargo, «es donde esta lacra económica provoca mayor número de muertos».
Para muestra, un botón. A pesar de contar con apenas cuatro millones de personas, la deuda externa de República del Congo supera los 6.000 millones de dólares. Y no crean que es debido a lo dadivoso y extraordinario de su población: en la actualidad, la renta per capita congoleña apenas se acerca a los 1.600 dólares anuales.
¿Los motivos? El endeudamiento progresivo asumido por el Estado para pagar los caprichos de sus dirigentes en el exterior. El axioma «toma el dinero y corre» llevado a su máxima expresión.
Su historia reciente es un fiel reflejo de esta realidad. En el año 1993, acuciado por la gula económica de su presidente, el Gobierno congoleño aceptó un préstamo de 150 millones de dólares del gigante petrolero estadounidense «Occidental».
En el acuerdo se establecía que el reembolso se haría efectivo mediante la adquisición de 50 millones de barriles de crudo a tres dólares cada uno. ¿El problema? Que por aquel entonces el precio al barril era de 17 dólares y en un Estado que basa el 70% de sus ingresos en la producción del oro negro, la víctima de esta venta a bajo coste no iba a ser otra que la ya castigada población civil.
Poder «limitado» del FMI
Ndikumana apunta que, a pesar de los esfuerzos del FMI por controlar la fuga de capitales, su poder sobre los países emisores de capitales y, sobre todo, sobre los bancos occidentales y otros acreedores es «limitado». «A pesar de que la situación ha mejorado en los últimos años, aún queda un largo camino por delante», señala.
«Cada año, la fuga de capitales provoca cerca de 75.000 muertes infantiles en la región. Principalmente en la República Democrática del Congo, Nigeria y Angola», recuerda el profesor Ndikumana. Aunque a bordo de sus jet privados, la satrapía africana (y la economía occidental) se muestre indiferente.
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