El segundo palo
La frente del cielo
«Fichar por el Real Madrid debe ser para un futbolista profesional algo así como tutear al Chomolungma para un alpinista»
La burbuja
Bellingham, el día de su presentación como jugador del Madrid
Después de un par de expediciones fallidas, con todo en su contra, rodeado de hombres y de mujeres perplejos, incapaces de entender aquella insistencia enfermiza suya en subir cuando abajo lo tenía todo, familia, trabajo y futuro, a George Mallory le preguntaron por qué ... quería alcanzar la cima del Everest. Su respuesta, simple y compleja a la vez, misteriosa o diáfana dependiendo de la hora del día en la que acudas a ella o del estado de ánimo del que seas presa en ese momento, está en los libros de historia, y no me refiero sólo a los de alpinismo: «Porque está ahí». Como el Larry Daller de 'El filo de la navaja' de Somerset Maugham, Mallory probablemente quería rendir a la frente del cielo, batir a la diosa madre de la montaña para estar un poquito más cerca de Dios, un centímetro, un metro.
Fichar por el Real Madrid debe ser para un futbolista profesional algo así como tutear al Chomolungma para un alpinista. A excepción de Figo, que el día de su presentación tenía el pobre la mirada vidriosa y perdida porque aquel señor con gafas en el que nunca creyó y que estaba a su lado sujetando una camiseta blanca con su nombre y con el dorsal número 10 le acababa de hacer una envolvente épica, me he fijado en que los ojos de los chicos que alcanzan la cima del catorce veces campeón de Europa cuando son presentados por Florentino Pérez, en quien ya cree hasta el primer portugués galáctico, son los del niño que llega por primera vez a Disneyland, son los míos cuando, hace ya medio siglo de eso, el Rey Melchor me sentara en sus rodillas para preguntarme si había sido bueno aquel año.
La mirada de Bellingham. Reconoce que se produjo un bloqueo familiar («siéntate, respira») cuando el Madrid se interesó, luego llegaría el colapso. Jude confiesa que cuando el Real preguntó por él no quiso saber nada más de nadie. El día de su presentación lloraron sus padres, un efecto colateral habitual, y su hijo les gritaba hacia adentro y feliz desde la cima del Everest.
Los ojos de Güler y ese gesto tan tierno secando las lágrimas de su madre, su precipitación acercándose antes de tiempo al presidente como queriendo empezar ya. No existe en el mundo del deporte profesional una sensación similar a la de poder saludar, y sin oxígeno embotellado, a lo Mallory, desde la frente del cielo, un pelín más cerca de Dios, que es del Madrid. Porque está ahí.