TOUR DE FRANCIA

Las dos caras de Voeckler

Incapaz de frenar ante dos compañeros caídos o de preocuparse por ellos, es un un ídolo en Francia por su valentía y coraje

Las dos caras de Voeckler AP

J. GÓMEZ PEÑA

TV. Tomas Voeckler . Estaba claro: iba a ser un ciclista televisivo, hecho para las cámaras. Actor. Héroe en Francia. Criticado dentro del pelotón por sus aspavientos y, entre otras cosas, por haber acelerado el domingo cuando un vehículo alocado atropelló a Flecha y Hoogerland ... , dos de sus compañeros de fuga. «No ha ido a visitarles, ni se ha preocupado por ellos», maldecía un ciclista. Voeckler tenía otra versión: «La caída fue demasiado cerca de la meta (34 km.) como para esperarles. Pero hay que ser honesto, ningún corredor en nuestras circunstancias les hubiera esperado. A mí, su pérdida no me vino bien porque yo no pensaba en la etapa, sino en coger el maillot amarillo». Dada la explicación, la opinión pública francesa, unánime, le aplaudió. Voeckler se maneja bien entre cámaras y micrófonos. Es un ídolo es su país desde 2004 , la primera vez que se vistió de amarillo. Ahora, de nuevo, es líder. Y lo explota como nadie: «Es la única carrera del mundo en la que ser maillot amarillo es más importante que ganar una etapa. El amarillo es un símbolo». Sabe que lo perderá en los Pirineos. Ya. Pero deja un mensaje que va directo al corazón francés: «Pero lo honraré».

Cuando Flecha y Hoogerland fueron echados de la carretera , Voeckler cayó en la tentación. Dos menos. Que les den. Iba a los suyo. El egoísmo tiene imán. Pudo haberse preocupado al menos unos segundos por los compañeros caídos. Qué va. No les dedicó ni un instante. La jauría humana. Y sin embargo, pese a ese insolidario gesto, nadie recibe tantos aplausos en el Tour. Hay una explicación: la historia de Voeckler , un tipo que ha escrito su propia biografía, que siempre ha sabido que la suerte es para los que salen a por ell a. Toda su vida es como una película. Título: ‘En busca de la fortuna’. Durante la etapa del sábado, una antes de vestirse de amarillo, Voeckler lo pasó mal. «Las piernas no iban. Sufrí mucho para llegar a Superbesse, pero me esforcé al máximo porque quería estar lo más arriba posible en la clasificación. Y mira, por eso en la fuga del domingo yo era el mejor clasificado», contó. Más aplausos.

Francia no tiene campeones. Se conforma con modelos. Así ven a Voeckler, que se hace querer. « No creí que iba a volver a ser líder del Tour . Es un premio extra en mi carrera. Yo ya logré mi máxima aspiración el año pasado, cuando gané la etapa de Bagneres de Luchón con el maillot de campeón de Francia». Resuena la ovación. Francia recuerda bien esa victoria y también la defensa que hizo Voeckler del maillot amarillo en 2004 . De ahí viene la devoción del público por él. Aquella gesta fue así: era el 8 de julio y Voeckler llegó a la meta metido en una fuga con O’Grady (vencedor), Casar Piil y Backstedt. Era un jornada de tormenta. En un día igual, cuando Voeckler tenía 13 años, su padre, un psiquiatra que se dedicaba a guiar yates en la isla Martinica, salió al mar en un velero. Hacia la tempestad. Aquella mañana, el pequeño Thomas no fue con él como solía para fregar la cubierta. Nunca regresó. Jamás encontraron ni el cuerpo ni los restos de la embarcación. Voeckler creció con esa esperanza fijada en el horizonte. Con la mirada a la espera de una vela que no volvió.

Penúltimo en el Giro de 2011

Cuando se vistió de líder se conoció su historia. Francia se emocionó. Soñó: Voeckler, que le sacaba 9 minutos a Armstrong , era hijo de una anestesista que se crió en las playas de Hahití y de un psiquiatra que cambió de vida y la dedicó a ir del Caribe a Francia al timón de los barcos de otros, de los ricos. Voeckler creció allá. Le llamaban el ‘pequeño blanco’. Siempre diferente. Sólo regresó a Francia para ser ciclista. Vivió en La Roche sur Yon, en un internado donde estudiaba un curso de Ventas, el único que le permitía entrenarse. Cada viernes, sus compañeros regresaban a casa. Voeckler, en cambio, pasaba los fines de semana en la lavandería donde sacaba dinero para vivir. Le seguía los pasos a su suerte.

En el Giro 2001 acabó el penúltimo . Otro capítulo de su historia. Entonces corría en el Bonjour. Y, a dos etapas del final de la ronda italiana, les robaron todas las bicicletas. Era un equipo pobre. Sus compañeros decidieron abandonar. Voeckler agarró una bicicleta de repuesto que no era de su talla y siguió. El único. Navegante solitario. En el Tour 2004, el de su bautizo amarillo, resistió durante diez días el acoso de Armstrong . En la memoria del público francés está su llegada, vestido de líder, a la cima de Plateau de Beille. Todos decían que allí iba a caer. Y no. Honró la prenda sagrada del Tour. Entró con el rostro congestionado, a la parrilla; con el maillot abierto, alado. Y con el puño en alto y cerrado. Iba a ser líder un día más. Sólo en una carrera como el Tour se escriben historia así. Voeckler forma parte de esta leyenda ambulante. No tiene rango de campeón, pero sí de héroe. Y lo es porque se ha empeñado en serlo. Aunque nadie es perfecto, ni los ídolos, como se vio cuando se olvidó de los dos compañeros abatidos por un vehículo.

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