Una respetuosa y emocionante mirada al centro del universo de la locura

El debutante Abel García Roure elige un penoso lugar para mostrarse como director: un hospital psiquiátrico. En realidad, su intención no es mostrarse a sí mismo, ni siquiera el interior de ese centro (el hospital de Sabadell), sino destapar y exhibir el interior de la cabeza de unos personajes, cuya patología se manifiesta «en directo» en la pantalla con mucho miramiento y respeto, aludiendo a lo esencial (seres humanos llenos de miedo, perplejidad y carteles de auxilio) pero sin obviar lo otro: las limitaciones y en algunos casos los riesgos de su vida -y los que le rodean- fuera del centro y del control.
«Una cierta verdad» mantiene a rajatabla y a pesar del título una de las mejores leyes del documental: la realidad no está manoseada. Hay algunas secuencias -sin duda, las mejores de la película- en las que los protagonistas (enfermos) se delatan a sí mismos con una ingenuidad y una transparencia entrañables, que descorazona, y con una cámara tan cercana que se aprecia casi como un consuelo, una caricia.
Y esos momentos valoran la película, a la que, sin embargo, puede hacérsele un reproche de tipo funcional: se alarga, se enrosca en su propia mirada... Aunque la santa paciencia que muestra el asistente social es el camino para captar la complejidad de la trama: el paciente se defiende con apariencia de «normalidad» y el sistema se defiende con «remedios», tantas veces peores que la propia enfermedad.
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