Tomás Marco: «Cuando hay cambios políticos en España, se cambia hasta el conserje»
El músico, que acaba de cumplir ochenta años, ha estrenado, después de que una huelga y la pandemia lo frustrara, la zarzuela 'Policías y ladrones'
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Madrid
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Iniciar sesiónTomás Marco (Madrid, 1942) tiene porte de emperador romano. A lo largo de sus ochenta años, cumplidos en septiembre, camina erguido, con el mentón apuntando al frente y el paso firme y decidido. Ha hecho casi de todo: el actual director de la Real Academia ... de Bellas Artes de San Fernando ha sido director general del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música, director gerente de la Orquesta Nacional de España, director del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea, director de varios festivales, crítico musical en prensa y radio, profesor universitario... Siempre relacionado con la música, porque él se considera, por encima de todo, compositor. Hace unas semanas la Fundación BBVA le rindió homenaje con un concierto y el Teatro de la Zarzuela acaba de presentar su obra 'Policías y ladrones', la primera zarzuela de nueva creación que se estrena en cuatro décadas, y que llega a escena después de que una huelga primero y la pandemia después frustrara su estreno.
—Este año está usted de celebración.
—Sí, la verdad es que sí. Pero hay que celebrar estar vivo sobre todo.
—No sé si los ochenta años son momento de hacer balance, porque usted sigue –y mucho– en activo, y al tiempo es una figura de nuestra música.
—Creo que hay que hacer balance continuamente, no porque se cumplan 80 años. Los balances se hacen poco a poco cada vez, y ya lo harán otros cuando uno muera... Y le juzgarán. En cuanto a lo de 'figura', no me lo tomo muy en serio. Como compositor sí le puedo decir que estoy contento de cómo se han desarrollado las cosas y de lo que he hecho. Sin embargo, la gente se sorprende mucho cuando digo que me queda muchísimo por hacer, y que a veces tengo la impresión de no haber hecho nada. Pero es que esa sensación se tiene siempre, porque uno hubiera querido hacer mucho más.
—¿Sigue trabajando con regularidad?
—Sí, por supuesto, no he dejado de trabajar nunca. Siempre he estado componiendo, incluso en los momentos en que tenía cargos administrativos. En ningún momento dejé de componer; me impuse a mí mismo esa disciplina porque como se aparque una actividad para realizar otra, retomarla después es muy difícil. Y yo me considero principalmente un compositor, así que nunca he dejado de componer.
—¿Y en estos tiempos, qué inspira más a un músico a la hora de componer?
—Eso depende de cada obra, de cada ocasión; si te han pedido una cosa, para qué te la han pedido, etcétera. Los tiempos y la curiosidad de cada uno pueden ir por sitios muy variados. Yo me he inspirado en muchísimas cosas que tienen que ver con la literatura, la pintura, la ciencia, la actualidad... Hace dos años estrené en el Festival de Varna, en Bulgaria, una obra titulada 'Human tides' ('Mareas humanas'), sobre las migraciones, un tema que no había tocado nunca. 'Policías y ladrones' habla sobre la corrupción, que también nos concierne mucho... Cualquier cosa puede ser motivo de inspiración.
—La zarzuela es un género abandonado desde el punto de vista compositivo. ¿Se le hubiera ocurrido escribir una si no hubiera recibido el encargo?
—Siempre he pensado que la zarzuela era factible; lo que no es factible es el conjunto de circunstancias que la rodean y que hace que sea utópico componer zarzuela. No me había puesto a hacerla nunca porque, para meterla en el cajón, mejor no escribirla; eso se hace cuando uno tiene 20 años. Pero cuando Pinamonti me dijo si seria capaz de componer una zarzuela, le dije que sí, claro. Es un reto y me gustan los retos.
—Zarzuela y música de vanguardia, o contemporánea, como se quiera llamar, no parecen conceptos muy afines...
—La música de 'Policías y ladrones' es bastante asequible; la gente puede incluso salir cantándola al acabar la función. Técnicamente, hay fragmentos tonales, otros modales... Pero hay también cosas que tienen que ver con la música dodecafónica, con músicas repetitivas, con toda clase de técnicas. El secreto es saberlas mezclar sabiendo el género que está tratando. Siempre he dicho que si Puccini hubiera escrito un tratado de composición lo debería estudiar todo el mundo porque era capaz de meter las mayores burradas sin que nadie se diera cuenta y que siguiera pareciendo algo muy lírico; ahí está 'La fanciulla del West', y no digamos 'Tosca'. Yo no soy Puccini, evidentemente, pero aquí hay un poco de eso. Utilizo mis técnicas de siempre en un contexto de zarzuela; Una música que se acerque a un público más amplio y que tenga unas características que tienen que ver con la actualidad, que tenga números cerrados... Que tenga, en definitiva, la estructura general de lo que se entiende por una zarzuela histórica, pero que sea una zarzuela de hoy.
Lo principal en un creador es imaginación y capacidad creativa, pero la disciplina te permite asegurar lo que has pensado, pulirlo y que salga de la mejor manera posible. Y eso de una manera anárquica no se produce
—Ha hablado de disciplina. ¿Es la palabra fundamental para un creador?
—Una de las fundamentales. La principal es imaginación y capacidad creativa, pero la disciplina te permite asegurar lo que has pensado, pulirlo y que salga de la mejor manera posible. Y eso de una manera anárquica no se produce. La genialidad de un compositor es una cosa, pero se le pueden ver las costuras y los defectos. La disciplina y el oficio son también elementos auxiliares; solo con ellos no se hace una obra maestra, por supuesto, pero tampoco sólo con la inspiración.
—La inspiración la puede tener cualquiera...
—Stockhausen decía que ideas tiene todo el mundo, pero que lo importante es saber realizarlas.
—¿Usted es consciente de cómo ha evolucionado su música?
—Sí, creo que sí. Me he ocupado además, desde que empecé, de escribir sobre las circunstancias de la composición actual; conozco lo que hacen otros músicos y he visto la evolución de mi música, que no es muy distinta de la evolución que ha tenido la música durante todo este periodo. Lo que era vanguardia en los años 50 y 60 del siglo pasado hoy es otra cosa. Las vanguardias hoy día son más variadas. Hoy está totalmente aceptada la posibilidad de coexistencia de pensamientos muy dispares, cosa que en el momento más estricto de la Escuela de Darmstadt mo lo estaba. Todo ha evolucionado y yo no diría que para mal. Hay muchísima más gente componiendo; no sé si las oportunidades están en consonancia con la cantidad de gente que hay. Pero en todo caso, yo creo que se está componiendo muy bien.
—¿También en España?
—También. Aquí, después de la sequía que hubo tras la guerra Civil, de las batallas de la Generación del 51 con las vanguardias y la introducción de las nuevas técnicas, ahora hay generaciones más jóvenes que están muy preparadas, que se pueden presentar en cualquier sitio, y que de hecho lo hacen con éxito. Hemos mejorado mucho.
El público debe quitarse los prejuicios y no salir corriendo cuando oye la palabra 'música contemporánea'. Que venga, la escuche y se convencerá de que no muerde
—¿Qué le diría a los que dicen que la música contemporánea no conecta con el público general?
—Le diría que es un tópico absoluto; si el público no va no puede calar esa música. Pero si va, la mayoría de las veces le cala. Eso está constatado. No todas las obras son geniales, evidentemente; en ninguna época lo han sido y Beethoven solo hay uno; en su época había muchos compositores de los que ya no nos acordamos de ellos. El público debe quitarse los prejuicios y no salir corriendo cuando oye la palabra 'música contemporánea'. Que venga, la escuche y se convencerá de que no muerde.
—El panorama de la música en España ha cambiado absolutamente desde que usted empezó a componer...
—Cuando yo empecé apenas había un par de orquestas que pudieran tocar la música contemporánea con un cierto acercamiento a lo que era –ni siquiera muy bien–: la Orquesta Nacional y en Cataluña una que más o menos hacía lo que podía; pero las pocas que había en provincias eran incapaces de nada. Hoy día tenemos una red de orquestas maravillosas, muchísima gente, auditorios –tampoco había dónde tocar durante muchos años–... Hoy en día se puede ser compositor en cualquier ciudad mediana de España; en aquel entonces te tenías que ir a Madrid o a Barcelona, o estabas perdido. O irte de España, que es lo que hacía mucha gente.
—¿Su obra es más de encargo o de iniciativa propia?
—Hay de todo. Con el tiempo he aprendido a tener la picardía suficiente para conseguir que me encarguen lo que quiero hacer.
—¿Cómo es eso?
—A veces, quien te encarga la obra no sabe bien lo que quiere, y puedes orientarlo hasta terminar haciendo lo que querías hacer.
—Es que su nombre ya está asociado a una determinada calidad...
—Sí, pero has de responder y hacer una obra que merece la pena. Tener solo el nombre es muy triste, como esos toreros que se arrastran por las plazas y la gente va porque torearon muy bien e hicieron no sé cuántos San Isidros...
Mi reto principal es que cada obra responda de verdad –luego será mejor o peor– a lo que uno quiere hacer y que no sea algo que simplemente tenga oficio
—La ventaja de los que trabajan con el cerebro y el corazón es que estos no tienen por qué desgastarse con los años, y además se suma la experiencia...
—Pero también se trata de no llegar a una especie de manierismo en la que uno ya tiene sus tics, sus maneras de comportarse, y que la cosa fluya sola, sin ninguna idea detrás. Y eso ocurre mucho no sólo en la música, sino en la pintura, la literatura... Mi reto principal es que cada obra responda de verdad –luego será mejor o peor– a lo que uno quiere hacer y que no sea algo que simplemente tenga oficio.
—Usted ha tenido temporadas como gestor público. ¿Es más frustrante que la composición?
—Depende. A mí me gusta la gestión y creo que forma parte de mi oficio de músico también. Siempre me ha gustado hacer otras cosas en torno a la música; por eso he escrito artículos, libros, he dado conferencias y cursos, porque creo que eso complementa la labor de creación, que para mí es la principal, desde luego. ¿Frustrante, pregunta? La frustración la puede uno tener sobre todo en la confrontación con ciertas realidades, sobre todo cuando la gestión, por ejemplo, tiene que ver con los poderes públicos; uno se encuentra con barreras y con políticos, que es lo peor que con la que se puede tratar –y da igual de qué partido sean, porque son todos iguales a la hora de reaccionar, sobre todo con respecto a las artes–. Eso puede frustrar. Pero en general si puedes manejarte bien sin que interfieran demasiado se pueden conseguir cosas. De hecho, yo estoy contento de algunas cosas que he conseguido en los sitios en los que he estado.
—¿Por ejemplo?
—Cuando me llamaron para la Orquesta Nacional –me llevaron casi de las orejas–, que atravesaba una crisis tremebunda; estoy satisfecho de haberla podido solucionar bastante pronto y de crear el primer reglamento de su historia; cuando fui director general del Inaem se inauguró el Teatro Real y, aunque había mucho trabajo previo, se hizo ese verano mucho también, como descubrir que las butacas no eran ignífugas y hubo que cambiarlas... También se compró el teatro de la Comedia para la Compañía Nacional de Teatro Clásico, , se llegó a un acuerdo con el Ayuntamiento de Madrid para tener un circo estable, etcétera.
La cultura interesa poco. La mayoría de los ministros que se ocupan de la cultura lo hacen como se podrían haber ocupado de regiones devastadas, les da igual
—Ahora se ha vuelto a poner sobre la mesa la reforma del Inaem y la posibilidad de convertirlo en fundación.
—De eso se viene hablando hace muchísimo. Los vaivenes políticos no ayudan a ello, sobre todo porque al final la cultura interesa poco. La mayoría de los ministros que se ocupan de la cultura lo hacen como se podrían haber ocupado de regiones devastadas, les da igual. Hay excepciones, evidentemente, pero son las menos. Y cuando se va a hacer algo, ha cambiado el régimen político, vienen otros nuevos y hay que volver a contar desde el principio, porque aquí se empieza siempre desde Adán y Eva.
—¿Y cree que el Inaem necesita autonomía?
—Al Inaem le sobra burocracia. De hecho, lo que le sobra a la Administración española en todas partes es precisamente burocracia. Hay demasiada incidencia política en niveles bajos e intermedios. En Italia había cambios de Gobierno constantes pero salvo el cambio de ministros, todos los demás eran funcionarios de carrera y no cambiaban. Y aquí se cambia hasta el conserje. Es necesaria una continuidad en la línea general de ejecución. Y el problema es que no solo afecta cuando cambia el Gobierno de partido, sino dentro del mismo Gobierno, cuando cambia un ministro. En este país, política e ideología en este país se confunden. Debería haber un acuerdo de mínimos sobre determinadas cosas, como la Cultura o la Educación. Pero eso aquí no se consigue.
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