PUES DICES TÚ
Aroma floral intenso
Las dos personas normales se encuentran en la puerta de una tienda, nueva en el barrio, de acceso elegante y sobrio
Otros textos del autor
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónLas dos personas normales se encuentran en la puerta de una tienda, nueva en el barrio, de acceso elegante y sobrio. La primera persona normal salía, la segunda pasaba por allí. A la primera persona normal le da vergüenza algo, no se sabe bien qué; ... se ruboriza. La segunda persona normal dice:
—¿Te da vergüenza algo, aunque no se sepa bien qué?
—¿Por qué lo dices?
—Porque te ruborizas.
—¿Lo dices tú o el narrador?
—O narradora.
—O narradora. —Agacha la cabeza—. Me da vergüenza, sí.
—¿Por qué? ¿De qué es la tienda?
—De café.
—Ah, claro, por eso es marrón todo. ¿Te da vergüenza el café?
—No es eso.
—¿Entonces?
—Me da vergüenza este café. Comprar de este, vamos. Son muchos.
—¿Muchos qué?
—Muchos cafés. De muchos sitios. Cafés raros. Carísimos.
—¿Cafés seleccionados de esos?
—Cafés muy selectos, sí. Cafés seleccionados selectísimos. Cafés de especialidad.
—Y ¿eso qué es?
—Cafés especializados en ser de especialidad. Los seleccionan en la selva, a mano o algo, para que sean una selección selecta. Y de eso va la tienda, ¿no la has visto?
—¿Yo? No. ¿Tan especial es?
—Especialísima, por eso me da vergüenza. Porque hay mucha gente que se muere de hambre en el mundo, y yo aquí, tomando café.
—Pero ¿te lo has tomado ya?
—No, no, si aquí no se toma nada, eso es en las cafeterías; de especialidad también. Pero eso es otra cosa. Allí te sientas y te esperas a que te hagan un café de Costa Rica, por ejemplo. Y luego te lo tomas. Y no te dura nada. Y cuesta como seis cafés. Y el señor que te lo hace lleva tirantes y barba, pero una barba tan larga que parece hecha de abejas.
—Y ¿cómo sabe el café?
—Pues normal.
—¿Por eso te da vergüenza?
—Claro.
La segunda persona normal se inclina un poco a un lado para otear el interior. Está todo muy oscuro, predominan los colores apagados, y fuera hay mucha luz. La pupila hace lo que puede.
—Pues dices tú, pero tiene buena pinta. Parece una biblioteca.
—Es que es un poco lo que es.
—Aquí no va a durar, eso también.
—¿Aquí dónde?
—En el barrio. Aquí no estamos para gaitas.
—Por eso salgo mirando al suelo.
—Ya.
Los ojos de la persona normal van capturando mejor los perfiles del local: estanterías inacabables, filas de paquetes en los que destaca el negro, el marrón, el dorado, el rojo, molinillos manuales, sacos de yute, recipientes de cobre sin utilidad clara. Una figura humana. Y mucha madera noble, fotos en blanco y negro, una balanza antiquísima… Se escapa un hilo de música de Haydn, tan bajita que podría ser de Bach.
—Y ¿qué has comprado?
—Un paquete. —Vuelve a ruborizarse—. A lo mejor dos.
—Y ¿de qué los compras?
—De algo que haya poco. Aquí se llevan mucho los microlotes.
—¿De los que me daba yo antes, en los microguateques?
Las dos personas normales se ríen porque a las dos les hacen gracia las bobadas y porque la vida es corta. Y porque sí.
—Cosechas recientes —aclara la primera persona normal—, tostadas, pequeñitas. Por encargo y eso…
—Qué detalle.
—Con trazabilidad clara…
—Mucho mejor.
La primera persona normal abre un poco la bolsa (tipo boutique). La segunda persona normal se asoma.
—Me llevo un paquete de Kenia y otro de Sumatra. Para la chica mía.
—Si ya no vive con vosotros…
—Para cuando la despidan.
—Ah, claro.
—Uno es un robusta fino, muy anaeróbico, con acidez definida, casi alquímico.
—¿Y el otro?
—El otro no.
—Pero será algo, digo yo…
La primera persona normal inspira y dice:
—Arábica Gesha con aroma floral intenso, cuerpo ligero, sabor a té y fruta tropical.
—¿Sabor a té? ¿Seguro?
—Muy caro.
—Y ¿no habías preferido un té?
—Es que no sabe a té té. Te dicen que sabe a té, pero es una forma de hablar. Es un universo de matices.
—¿Los mismos para los dos paquetes?
—Los matices son distintos siempre, por eso son matices. Hay mucha complejidad. Texturas sedosas. Cosas…
—Y ¿tú notas todo eso?
—Pues claro que no, ¿estamos mal o qué? Pero en casa lo suelto todo y gusta mucho.
—Y ¿sueltas lo que te ha costado?
—No, no, eso no. Me matan.
—Y ¿por qué no lo compras en el Mercadona y les cuentas la misma historia?
—Porque de la historia me entero aquí. Me la cuenta la chica esa, la de dentro.
—¿La de las abejas?
—La de las abejas era un chico, y era en la cafetería; es otro sitio.
—Ah, ya, es verdad.
—Aquí me explican las cosas y aprendo a decir lavado. Y maceración carbónica. Y Pacamara. Y Aeropress… Y luego lo recito todo en casa y nos tomamos el café maravillados. Les sabe distinto todo.
—¿A qué les sabe?
La primera persona normal trata de elegir las palabras, pero enseguida comprende que no hay tanto para elegir.
—Pues… a café.
—Eso creía yo. No me extraña que te dé un poco de vergüenza, la verdad.
—Si es lo que te estaba diciendo.
—Ya, pero yo me he dado cuenta ahora. Del todo, digo.
—No, no. Si ya.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete