PUES DICES TÚ

Son los tiempos

Las dos personas 'normales' se cuentan sus cuitas sobre el envío de paquetes. Como siempre, su conversación resulta descacharrante

Las dos personas normales se cruzan en una calle normal; la una va y la otra viene. La primera persona normal no se entera de lo que pasa en torno a sí, parece enfrascada en sus asuntos; es la segunda persona normal quien la hace ... detenerse.

—Eh... Chist... Psss... Oye... ¡Oye!

—¿Eh? Ah, hola. ¿Cómo estás?

—Pues aquí. ¿Y tú?

—Pues aquí también. Yendo para allá.

—Yo, para allá.

—Ya te veo. ¿Y adónde ibas tú?

—¿Yo?, a recoger un paquete a no sé dónde. Para el pequeño. ¿Y tú?

—A pagarle unos libros a la mía, que los ha comprado en la librería y los ha dejado a cuenta.

—¿Para clase o para entretenerse?

—Para entretenerse, creo. ¿Y qué te pasa a ti con los paquetes?, ¿que no te los dejan en casa o qué?

—Sí que me los dejan en casa, pero es un lío. Primero, que no estás. Segundo, que hay que estar. Tercero, que, aunque estés, no vienen. Cuarto, que al final te dicen que han llamado y no estabas, y te tienes que ir al quinto pino a por el paquete.

—Y sí que estabas, ¿no?

—Claro que estaba. Y, encima, pendiente del paquete, que a mí ni me va ni me viene, que no pude salir ni a por el pan. Que ya le he dicho al pequeño que la próxima vez que quiera algo, que dé la dirección de la facultad, o la del bar al que vaya cuando nos dice que estudia, o la de la novia, que estoy hasta las narices de quedarme esperando paquetes que ni me van ni me vienen. ¿Te he dicho ya que a mí los paquetes ni me van ni me vienen?

—Creo que sí.

—Pues ni me van ni me vienen.

—Pues dices tú, pero una vez me quedé yo una mañana entera esperando un paquete para la mía, que no llegaba, que no llegaba…

—¿Y llegó?

—Llegó muy bien. Pero podría no haber llegado. Por eso te digo.

—No es lo mismo.

—Pero es parecido. Es una situación parecida que podría haber ido mal. Me afectó tanto a lo de la angustia, con el sentido de la responsabilidad que tengo, que le he dicho a la mía que se compre los libros en una librería de cercanía, que me pilla lejísimos. Y, claro, ahora tengo que ir a pagar yo.

—Al final es lo mismo.

—Lo comido por lo servido.

—Ni eso.

—Ni eso, vamos. Es verdad que al final es lo mismo.

—¿Y qué libros son?

—No creas que me he enterado mucho. Me ha hecho aprenderme a los autores para que no me cobren de más, pero no me sé los títulos. Juarma y Pombo, me parece que eran.

—¿Esos no son los de El Rey León? ¿Los que cantan lo del Carpe Diem?

—Creo que no, los míos son de España, uno mayor y otro joven.

—¿Y cómo es que escriben juntos?

—No, si no escriben juntos, me parece.

—Ah, que son libros distintos.

—Creo que sí.

—Y qué tal escribe Juanma?

—No lo sé. Y creo que es Juarma.

—¿Y Pumba?

—Creo que es Pombo.

—¿No había uno también que se llamaba Camba?

—Creo que ese es otro.

—¿Y por qué es Juarma, y no Juanma?

—No lo sé.

—A ver si es Juanra.

—Pues igual, pero creo que es Juarma.

—¿De Juar Manuel?

—No lo sé.

—¿Y Pumba?

—Es Pombo, me parece.

—Y ¿quién es el viejo, Poncho o Juanra?

—Me parece que Poncho. Juarma es el joven, me parece. Pero el libro es de pasta dura, dice mi hija, que se los publican como si fueran antiguos. Por eso vale un poco más, me dice.

—¿Y tiene rabito?

—¿Quién? ¿Juarma?

—No, Juanra no, el libro, digo. Que si tiene rabito el libro. Para marcar las páginas.

—Pues no lo sé.

—Como dices que es como si fuera antiguo… Qué pena que no escriban ya juntos.

—¿Quiénes?

—Juancar y Cumbia.

—Es Juarma y Pombo.

—Juan de Dios y Patapumba.

—¿Y por qué tendría que escribir con nadie Patapumba?

—Para aprovechar las edades, ¿no? ¿Quién era el joven?

—Juarma, creo. También dibuja.

—Pues mejor. A Juanma se le pueden ocurrir las ideas y seguro que Patapumba, como es mayor, se sabe más palabras. Y luego que lo dibuje Juanfer. Podían escribir juntos.

—Oye, ¿tú no tenías que recoger un paquete?

—No me hables, no me hables. Lo tengo en el punto de recogida.

—¿Y eso qué es?

—Un estanco normal y corriente, pero los llaman puntos de recogida. A veces es una peluquería. Por eso hay que estar en casa; hogar, dulce hogar, como digo yo. Aunque luego hacen como que han ido, pero ni han ido ni nada.

—Ya me lo has dicho, ya.

—Estamos en manos de intereses; dicen que van, pero no van. Y los de Correos, lo mismo. Te dejan el aviso en el buzón, pero no llaman. Así se ahorran tener que cargar con las cosas.

—Pues yo tiro para la librería, ¿eh?

—Saluda a Juanlu y Colombo. Tiro yo a por el paquete. A ver si al final van a ser libros, que ya sabes el pequeño cómo es. Igual son libros de esos que escriben entre dos, como los de Patapam y el otro. Como los de Menéndez y Pelayo.

—¿No era un rey ese? ¿No era ese el rey de Gijón, que ganó a los moros en Covachuelas?

—Pues igual era las dos cosas. De la literatura sólo no se vive.

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