A LA CONTRA
Derecho humano medular
La libertad de expresión se defiende con todo o no se está defendiendo para nada. No admite gradación. El más mínimo 'pero', aún por nuestro bien, es una enmienda
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Iniciar sesiónUn presidente demócrata pero sin ideal democrático es el novio tóxico de un Estado de Derecho. Es ese que le levanta la mano y luego le dice que nadie la querrá nunca más que él. Que si le arrea es porque le ama (si no, ... de qué), que es todo por su bien (le duele a él más que a ella), que malditas las ganas que tiene de hacerlo (pero qué remedio). Ese al que le preocupa su país y por eso lo maltrata. Le preocupan todos los ciudadanos, solo que unos más que otros.
Expuestos, pobres, a la máquina del fango, a los bulos, a los pseudomedios. Y al final, no le queda otra que intervenir. Se ve obligado a dictaminar, solito y por la mala cabeza de la sociedad, dónde está la dichosa máquina, qué es verdad y qué no lo es, y qué son medios de comunicación y qué no. A decir, norma mediante, dónde se podrá uno informar, qué se podrá contar y quién podrá hacerlo. Se ve empujado a comportarse como un totalitario para defenderse (defendernos) de los totalitarios. Él: tan demócrata, tan progresista, tan alto, tan guapo. Hablando tan bien inglés. «Defiendo la libertad de prensa», dice, «pero no voy a defender todo este fango».
Ay, las adversativas. Las adversativas las carga el diablo y este, además, se esconde en los pequeños detalles. En un «pero», por ejemplo. Hay cosas que no admiten un pero: no soy racista pero, no soy homófobo pero, defiendo las libertades pero. Las libertades no se pueden defender con peros, menos aún la libertad de expresión.
Esa que, en el artículo 11 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, aparece contemplada como derecho de toda persona y que, apunta, «comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o de comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber injerencia de autoridades públicas y sin consideración de fronteras». La libertad de expresión, derecho humano medular, se defiende con todo o no se está defendiendo para nada. No admite gradación. El más mínimo «pero», aún por nuestro propio bien, es una enmienda. Es estar contra y no a favor. Y cuando uno no la defiende para todos, lo señalaba John Stuart Mill en 'Sobre la libertad', cuando trata de imponer limitaciones, pocas veces tiene eso que ver con la verdad y muchas con la utilidad a las doctrinas.
Ningún Estado miembro puede hacer en materia de Medios de Comunicación lo que quiera
Así, cuando se anuncia un «plan de acción democrática», poco tiene que ver con la protección y garantía de la libertad de expresión y de medios y bastante con el control de las informaciones. Pero se pasan por alto dos puntos importantes en un anuncio como ese hoy en día: que precisamente durante la presidencia española del Consejo de la Unión Europea, en diciembre de 2023, era aprobada la EMFA (European Media Freedom Act), que nace con vocación de salvaguardar la independencia de los medios de comunicación frente al poder político. Y que, en tanto que reglamento europeo, es norma de directa aplicación, sin necesidad de transposición, y con rango jurídico superior al de las leyes nacionales y autonómicas.
O, por decirlo más claro: ningún Estado miembro puede hacer en materia de Medios de Comunicación lo que quiera, sin más, porque, paradójicamente, Europa ha articulado una norma para defender las democracias occidentales de actitudes como esas.
Vistoso celofán
Los precedentes de Victor Orban, en Hungría, o Jaroslaw Kaczynski, en Polonia, alertaban ya del peligro que supone para nuestras libertades toda injerencia, aún envuelta en el vistoso celofán de las buenísimas intenciones y un interés superior. La mayoría del mal que se hace en este mundo lo hace gente convencida de estar haciendo el bien, de hacerlo en nombre de la mejor de las causas.
Defendernos de la ultraderecha, por ejemplo. Son lo que el historiador Emilio Gentile denomina «demócratas sin ideal democrático», verdadero peligro real en nuestros días, que llegan al poder mediante métodos democráticos pero no se comprometen a la realización de ese ideal: defienden la primacía de la soberanía popular (mientras el fascismo la niega) pero, cuando están en el gobierno, tratan de evitar por todos los medios la alternancia en el poder. Sacrificando libertades si fuese necesario.
Dijo Noam Chomsky (que no estaba muerto, que estaba de parranda) que «si no creemos en la libertad de expresión para la gente a la que despreciamos, no creemos en ella para nada» y el ensayista y poeta inglés John Milton clamaba «denme la libertad para saber, para decir, y para argumentar libremente, según mi conciencia, por encima de todas las libertades». Ambos sabían de su importancia capital. Dejemos, pues, que hablen los que no creen en la democracia. Pero evitemos que nos nieguen a los demás el derecho a hacerlo también. Por la cuenta que nos trae.
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