ARTE
Rafael Canogar: «Lo que sea que haya sido Rafael Canogar está hecho ya»
a estas alturas, la vida (XVIII)
Una retrospectiva en CentroCentro y una monografía editada por La Fábrica diseccionan al detalle la fértil trayectoria de este pintor, nombre fundamental del colectivo El Paso, que a sus 90 años sigue aprendiendo (y enseñando) con el acto de pintar
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Madrid
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Iniciar sesiónEn mayo cumplirá 90 años y solo mira al futuro: a la nueva serie que se trae entre manos y con la que busca lo que siempre le ha obsesionado: reducir la pintura a su esencia, el regreso a la materia. Y en la que ... será la fundación que cuide su legado y que ya empieza a diseñar.
Del otro lado, más de 50 años dedicados al arte, resumidos ahora en CentroCentro, su primera exposición institucional en Madrid desde 2001 y en una monografía editada por La Fábrica. Tiempo que da para mucho, muchas vivencias, muchas lecciones de vida que escuchamos al maestro, que no entiende de paso de tiempo sino de encuentro de realidades: «Miro estas pinturas de los 50 y me da la sensación de haberlas pintado ayer».
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—Tengo que empezar inevitablemente preguntándole por esa ausencia de la escena institucional madrileña desde la retrospectiva del Museo Reina Sofía en 2001. ¿Qué ha pasado?
—Yo he trabajado mucho desde ese año. Y al haber cumplido yo muchos, 24 no me parecen tantos. Pero cuando me puse a revisar mi página web para organizar esta exposición, me di cuenta de que efectivamente hay muchos trabajos nuevos. Por ejemplo, toda la serie que yo llamo 'Construcciones', un periodo en el que quise, de alguna forma, renunciar a ese espacio virtual del cuadro-ventana. Quería trabajar con variantes del tipo construcción-deconstrucción, y por eso mandé que me fabricaran grandes planchas de pasta de papel que yo pudiera romper y reconstruir. Ese fue el último periodo antes de 2020, largo, de 14 años; para mí, muy importante y con obras con las que me siento muy identificado. Sobre todo por su relación con la materia...
—Algo fundamental para usted.
—Así es. Esa idea de poder dejar una marca, una impronta personal. Cada ruptura en esa serie ya suponía una personalidad propia de cada obra, como pueda serlo cada pincelada o cada trazo.
—Y entonces llegó la pandemia.
—Llegó la pandemia. Entonces, cuando nos iban a confinar, unas horas antes y con miedo a que nos pararan, mi mujer y yo cogimos el coche y nos marchamos a una casa que tenemos en la costa y ahí tuve tiempo para reflexionar sobre cuestiones que tenía pendientes y que al final salieron. Empecé con pequeños formatos, pequeños acetatos que tuve que conseguir por Amazon, porque las tiendas estaban cerradas, y cuando ya pude adquirir grandes planchas empecé a trabajar sobre ellas.
Son obras que me han permitido volver a ciertos elementos esenciales como son la pincelada, el gesto, que si en los años 50 eran para mí gritos de rebeldía contra una estética anterior que había que romper, ahora, en este siglo, me sirven para buscar la belleza, la belleza de la impronta en la materia que producen mis cuadros. Un placer similar al que siento yo al realizarlos. Los años cincuenta fueron ricos en propuestas, en composiciones, en materiales empleados. Nosotros hicimos entonces una defensa de la pintura, una ruptura de la pintura, pero sin salir de la pintura. Entendíamos la pintura como lenguaje. Y el metacrilato ahora me ha permitido incorporar elementos como el del contexto del espectador. Son cuadros vivos en el sentido de que al rodearlos esta cambiando su superficie, con una especie de veladura.
—Esos trabajos de los que habla los vimos en la galería Shiras. También recientemente disfrutamos de una retrospectiva en Logroño, pero, ¿ha que se ha debido el desapego de las instituciones madrileñas?
—Es complicado responder. Pero creo que las grandes instituciones en Madrid, el Museo Reina Sofía, han tendido a otras búsquedas, estaban a otra cosa. Como ahora mismo el ministerio de Cultura, embarrado en el asunto de la descolonización, cosa que yo no entiendo, y que creo que poca gente lo hace. Y, sin embargo, no oigo hablar de los grandes temas pendientes: la ley de mecenazgo, el estatuto del artista... Tengo el estudio muy cerca del Museo Reina Sofía. Paso todos los días delante, y pocas veces leía en sus carteles nombres de autores españoles. Eso es una desgracia. Si eso es un museo 'nacional', está obligado por una función cultural a tratar estas cuestiones.
También me pareció que en cierto momento descolgaron a autores de la colección permanente. Y cuando fui a comprobarlo vi muchas salas cerradas, otras que estaban llenas de catálogos, o de carteles, que parece ser que es interesante conservar todo ese material en el Museo Reina Sofía, pero quizás en su biblioteca, no en las salas permanentes, porque el que va a visitar un museo no va a leer catálogos, algo que además no es posible, pues no puedes manipular ese material. Y lo que me pareció tremendo, y esto ya lo he contado, es guardar la basura que dejó el 15-M. Esto me parece un disparate. Lo puedes mostrar durante unos días, si se quiere, pero mostrarlo de manera permanente...
—La dirección de ese museo ha cambiado. ¿No percibe que se haya invertido la tendencia?
—Reconozco que aún no he vuelto al Reina Sofía.
—Que eso lo diga todo un señor Canogar es grave.
—Tengo poco tiempo. Paso horas en el estudio y luego están las obligaciones familiares. Tengo la obligación de volver. Pero no he tenido el tiempo extra, ni la inquietud de hacerlo. He preferido hacer otras visitas, como acercarme a la Colección Masaveu, donde me reencontré con un cuadro mío de 1958 que no había visto desde que salió del estudio. Eso me emocionó. Creo además que es una obra que mantiene su vigencia, se vendió en el ámbito de la Bienal de Venecia a un americano que debió de morir y se revendió...
—Como bien dice, usted no ha parado de trabajar. Me cuentan que pinta todos los días. Y que, físicamente, no le faltan las fuerzas. ¿Qué le distancia, pues, por ejemplo, del arranque de esta exposición?
—Se mantiene el amor por la pintura. Lo he dicho en más de un texto que he escrito que mi deseo es recuperar esa pintura que despertó en mí el amor por la técnicas, obras informalistas y expresionistas de los 50 que me apasionaron. Y verlas de nuevo más a menudo en las galerías, en centros de arte, en museos. Hemos pasado por periodos muy difíciles, radicalismos, artistas que pintan sin pintar... Recuerdo una residencia en la que participé en Berlín en la que el trabajo de un creador era vomitar en público o meterse en una bañera con carne durante días mientras esta se pudría. Todo eso ya está hecho, y yo todavía mantengo intacto un amor por la pintura que creo que hay que recuperar, esa esencialidad tan a la orden del día en los años 50.
—Pero algo le separará, por evolución de aquellos entonces.
—No creas. No me separa mucho. Sigo viendo, como vi hace poco en Masaveu, que lo que hice me sigue interesando como si lo hubiese pintado ayer. No creo que haya mucha diferencia con respecto a lo que hago ahora.
—Recuerdo haber visto su trabajo reciente en Shiras hace un par de años y no parecer ejecutado por una persona de 90 años. ¿Es eso un halago?
—Sí. Y lo agradezco. Porque en el fondo, no me siento anciano. Suelo decir que a mí los años me van a llegar de repente. Son los demás los que me dicen que noventa son muchos años, pero yo realmente no me doy cuenta. No tengo minusvalías cuando trabajo los cuadros, los muevo como lo he hecho siempre. Me repiten mucho: «¡Y sigue trabajando!». Yo no veo la proeza.
—Le leo que el truco ha sido siempre saltar a otra cosa cuando le tenía cogido el tranquillo al asunto, y que eso le ha ocurrido de manera natural cada diez años. ¿En qué momento se encuentra hoy?
—Estoy experimentando lo que experimenté sobre metacrilato, pero ahora sobre tela. He comenzado con pequeños formatos, algunos redondos, y en cuanto termine me meteré con telas grandes, que es lo que he hecho toda mi vida. Pero todavía estoy en ese retorno, que no es retorno, porque nunca se vuelve, se vuelve de otra forma, pero sí esa recogida de elementos, construcciones, que antes no estaban tan presentes. Quiero que regrese el gesto.
—¿Acelera la edad las cosas? Me refiero a que no sé si ha intentado ser muy programático, pero somos seres 'finitos', no es que quiera yo matarlo…
—Yo no trabajo para dejar más cuadros. Lo que haya sido Rafael Canogar está hecho ya. Ni para vender más. Trabajo porque unos cuadros me llevan a otros. Me obligan a hacer otros. Veo que hay cosas que no han quedado reflejadas y regreso a ellas. El proceso es muy intuitivo y muy interior. Por otro lado, es la forma como yo me comunico con los demás. Lo que sé hacer. Sería pedirme que me callara, que no me comunicara con los otros.
—Confesaba hace poco que ha creado unos 4.000 cuadros, pero que a usted no le parecen muchos.
—A la gente le parecen muchísimos, pero en este mundo globalizado, si no tienes obra suficiente para estar en distintos destinos, la Historia te borrará. En Roma se cerró hace poco en mi galería de allí una muestra mía de mi periodo realista. Por las alertas de Google del teléfono me entero de cosas mías que aparecen en exposiciones que hacen fuera. Hace poco, en una colectiva de un museo de Pasadena, junto a Warhol y Popova. En California, una carpeta de grabados que titulé 'The Earth'. Cayón, hace unos meses, compró en Asia cosas mías en una feria... Tienes que tener obra visible todo el rato porque si no te quedas reducido a un lugar, te conviertes en artista local, y uno quiere que su obra se conozca en todo el mundo.
—Pero usted ha hecho ya las paces con la Historia. ¿Cree de verdad que no le vamos a recordar?
—Bueno. Se tiene muy mala memoria. La humanidad tiene mala memoria. Tu espacio tienes que ganártelo en cada momento. Se pasa página enseguida. Y hasta que no viene una actualización te quedas en un rincón olvidado por otras cosas. Todo es muy incierto. Pero a mí lo que me gusta es trabajar y pintar...
—Precisamente este lunes nos hemos despedido de Helga de Alvear. ¿Siente, por este y otros acontecimientos, que se cierra una etapa o esto ya ocurrió hace muchos años?
—Me he enterado tarde de lo de Helga de Alvear, y no me hadado tiempo a ir al tanatorio... Pero lo que dices es inevitable. El tiempo pasa, llegan generaciones nuevas, hay generaciones de políticos nuevos que cuentan con ideas que lo quieren poner todo patas arriba... Creo que vivimos en un periodo de transición, no sabemos hacia dónde. Y eso repercute en la cultura, ya que los artistas se nutren de las necesidades sociales. Y creo que los más jóvenes tienen una problemática añadida, porque esta es una sociedad muy competitiva en la que el mercado tiene mucho poder. Las galerías presionan a los artistas a que hagan cosas distintas, que llamen la atención, y es difícil hacer cosas nuevas.
Lo que hay que hacer es pintar bien. Eso no pasa nunca de moda. Ser honesto, pintar bien y hacer una pintura que responda al momento que te tocó vivir. Hoy no hay vanguardias. Cuando estas se desarrollan, también eran momentos difíciles para aquellos que decidieron no situarse en las líneas que se marcaban. Yo creo que los mejores cuadros de Bacon son los de su periodo informalista, aquellos a los que nadie hizo caso. La Historia se está reescribiendo siempre.
—Le debemos mucho a su generación, aquella con la que, como explica el comisario de su muestra, dimos el salto a la contemporaneidad. ¿Se es consciente de que se hace historia cuando se está realizando o eso es algo de lo que uno se da cuenta con perspectiva?
—Bueno, yo creo que uno sí que se da cuenta de lo que está haciendo. Además tienes que ser consciente de tus logros, que no son casualidad. El tiempo de reflexión y análisis es básico. Pero lo importante es saber gestionar esa aceptación. Yo era muy joven cuando alcancé el éxito. Era el más joven del grupo El Paso y de toda mi generación. Era difícil no verse influido por la maestría de los mayores, un Fontana: estuve en su estudio, compartíamos galería... Y creo que fui lo suficientemente inteligente para crear una especie de anteojeras para que me gustase lo mío y lo que se parecía a mí. Eso me daba seguridad. Solo más tarde, con más formación, me interesé por lo de los demás. Yo mismo colecciono. Asesoro colecciones. E iniciado colecciones. Me sorprende ahora más que se me incluyera en determinadas publicaciones o ránkings, que en aquel momento. Ahora, que hago mejor pintura, sería lo lógico que me metieran. Pero las cosas no funcionan así.
—¿Qué compra?
—Gente más joven.
—Perdóneme el chiste, pero es fácil que se dé esa circunstancia.
—Gente mucho más joven. Pero creo que voy a dejar de hacerlo. Empiezo a ser consciente de que me tengo que centrar en mi propia fundación, estoy en conversaciones con mis hijos sobre este asunto. En una ocasión, me quisieron entrevistar por mi faceta como coleccionista, y me negué. Pero eso me llevó a pararme a pensar en lo que tenía y descubrir que poseo obra de unos 120 artistas, de muchos, más de un cuadro, y algunas piezas superan los seis metros. Pero no puedo verlos. He comprado en ARCO, en galerías, y ni los he desembalado. Los espacios que tengo disponibles están llenos. Por eso tengo que parar. Compré obra de un escultor, no diré el nombre. Lo tengo donde me lo entregaron en el estudio, pero porque no lo puedo mover. Me gusta el arte de los demás, lo disfruto mucho, no podía ser menos. Pero prefiero rodearme en el trabajo de lo mío.
—Hablando de compras, la cita de CentroCentro recorre todas sus etapas, sin embargo, buena parte del conjunto es de su colección personal. Esto podía hacernos pensar que la relación con el mercado no ha sido tan buena. Pero ha declarado que se ha recomprado mucho cuando ha podido. ¿Con nadie mejor que con usted?
—Creo que compro al año unos 15 cuadros míos. En parte para tener obra disponible para mis exposiciones. Aquí hay obras de las de bulto, de relieve, que compré en Los Ángeles a un coleccionista que murió y que sacaron a subasta en California. Compro en muchas subastas. También lo hago por el mercado: después de muchos años, yo tengo cierto nivel de precios y a veces las subastas pueden ser frustrantes para la carrera de un artista. Es un mecanismo para controlar tu mercado.
—Eso me lleva a preguntarle por el Espacio Canogar que abrió sus puertas en Toledo, a finales del año pasado. ¿Se trata de preparar un legado?
—Yo nací en Toledo y desde hace tiempo se hablaba del deseo de dedicarme algo. Pero yo siempre he dicho que no se me debe nada. Si se hacía, lo agradecería y agradecido prestaría obras. Donde se ha instalado esto al final es el antiguo taller de Victorio Macho, el escultor, no muy grande pero muy bello, unas vistas maravillosas en plena judería al lado del Museo de El Greco y la sinagoga. Estoy encantado. El préstamo es a diez años, que se renovará, o ya veremos porque lo mismo yo ya no estoy.
Es una iniciativa particular, no es oficial, aunque es cierto que la Junta y el Ayuntamiento están como patronos. Tengo además una sala en la Fundación Antonio Pérez, otro préstamo a diez años, y precisamente el día 11 tengo una reunión con mis hijos con la idea de crear una fundación, plantearnos sus fines, el patronato, incluso decidir si mi estudio actual, un espacio de 800 metros, puede ser su sede principal. En Toledo se me ha ofrecido un espacio mayor... Toledo es una ciudad que amo, salí pronto de allí, y me encantaría. Pero yo necesito bastante sitio.
—Entonces lo que hay allí ahora no es la fundación definitiva.
—No. Lo concibo como un proyecto. Lo que sí haremos será ir rotando los contenidos, porque es un espacio pequeño. Lo expuesto ahora es de 1975 hasta hoy. Pero no se ha mostrado nada del Realismo, del Informalismo... Eso podría ser otro segundo montaje, como lo puede ser mi colección de otros artistas. Yo he hecho más de 500 ediciones de obra gráfica. Ahí tienes otra exposición.
—Pero la fundación de futuro, ¿tendría que estar en Madrid?
—No necesariamente. Pero Toledo no está muy lejos de Madrid.
—Vázquez Díaz, de Klee, Miró, sus compañeros de El Paso… ¿Qué otros nombres le gustaría recordar?
—Son muchos nombres. Contemporáneos, me gusta mucho Klein, Rothko... Pierre Soulages, al que conocí hace muchos años, vino a Madrid, le había gustado mi obra, la había visto ya en alguna exposición en París, donde expusimos 13 pintores españoles en el Museo de Artes Decorativas. Tuve cercanía siempre con él, su forma de trabajar, su pensamiento conceptual...
—¿Sus hijos?
—Obviamente. En el caso de Daniel, era lógico que él usara otras herramientas porque pertenece a otra generación... Y artistas clásicos: El Greco, me parece que tenemos que volver a él; Goya, Velázquez, Zurbarán...
—'Tener los pies de la tierra', escribió para 'Papeles de Son Armadans' en 1959. ¿Lo ha cumplido un tauro como usted?
—Creo que sí. Pienso que piso con firmeza y que no me voy por las ramas. Empecé a escribir joven y sin mucha experiencia pero me da que la intuición tiene mucha fuerza, y que ya entonces era muy consciente de lo que quería.
—No todos los artistas pueden presumir de ello: ¿Considera que envejece bien su trabajo, como usted?
—Creo que sí. Hay dos formas de envejecer, desde los materiales o intelectualmente... Alguna vez he mencionado que cuando pensamos en la España gris y dura del franquismo que me tocó vivir, no recordamos obras de arte muy potentes que se hicieron en ese contexto, a pesar de las dificultades. Pensemos en el cine. Se hizo cine estupendo: 'El cochecito', 'El verdugo'... Pero estas son muy narrativas, muy descriptivas de un momento. Lo fue también nuestra pintura informalista, pero yo creo que por ser un lenguaje más ambiguo tiene una universalidad y ha contado con un futuro más amplio que ese cine. Yo miro un cuadro de Millares, de Saura, de Feito, y creo que siguen teniendo actualidad. Vuelvo a ver ese cine, y me emociona, pero lo veo más epocal. Le pasa al neorrealismo italiano. Eso ya no se hace. Ahora el cine se ha vendido a lo comercial.
—¿Qué piensa al verse de forma retrospectiva?
—Estoy acostumbrado, por mi página web, pero me veo aquí y me veo en el mismo espacio, como si todo fuera el mismo momento. No tengo noción de separación del tiempo. Miro estos cuadros y es como si los hubiera pintado ayer.
—La exposición acaba un día después de su 90 cumpleaños. ¿Piensa apagar las velas aquí?
—Lo pensaré. Cuando sea mayor, lo pensaré [ríe].
Rafael Canogar
'[I]realidades (Obras 1949-2024)' CentroCentro. Madrid. Plaza de Cibeles, 1. Comisario: Alfonso de la torre. Hasta el 18 de mayo.
'Canogar'. Textos de Miguel Ángel Muñoz Palós. La Fábrica. Madrid, 2025. 64 páginas. 35 euros.
—¿Es supersticioso? ¿Le da miedo hablar de la muerte?
—No. Nunca me ha dado miedo. Pero ahora que estoy lógicamente más cerca, el cuerpo se va adaptando. Y debe ser así. De mi generación quedan tan pocos; en el Grupo, soy el único. Me parece que uno se va sin dolor, porque te ha tocado. Hay que aceptarlo. Sabemos cuando nacemos que vamos a morir.
—Me tiene que dar un consejo porque yo voy a cumplir (casi) 50 y estoy asustadísimo.
—No te preocupes. Sobre todo, porque va a pasar. Pero esperemos que sea dentro de muchos años.
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