En perspectiva
De poetas y narradores
A nadie le importa lo que uno hace o ha hecho, pero hay qué ver la cara del médico o del empleado de migración cuando oye la palabra «escritor»
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Gombrowicz en 'Contra los poetas': «Los pueblos necesitan mitos»
Cuando debo llenar una de esas formas donde me preguntan por mi profesión, jamás se me ocurriría poner «poeta». Aunque lo soy. A decir verdad, no sé hasta qué punto: lo único que lo atestigua es que he publicado al menos ocho libros de poesía. ... Y es que ser poeta no pareciera una profesión. Darío Jaramillo, tiene un buen argumento: los poetas, afirma, somos por naturaleza perezosos. Con que escribamos dos o tres poemas al mes, al cabo de un año largo tendremos un libro. El novelista, en cambio, se demora mínimo un año escribiendo una novela —y eso cuando es uno de esos 'best seller' facilongos— y a veces hasta diez años y más, empleando muchas horas diarias.
Tal vez por eso a él le corresponde en propiedad la denominación de «escritor», una palabra que suscita menos dudas — y sonrisas maliciosas— que «poeta». Para ahorrarme problemas, yo podría poner, siguiendo las sugerencias de mi marido, «pensionado» o «jubilado», pero la expresión no sólo me parece vacua sino deprimente. En últimas a nadie le importa lo que uno hace o ha hecho, pero hay qué ver la cara del médico o del empleado de migración cuando oye la palabra «escritor»: una mezcla de incredulidad y admiración, que creo que tiene que ver con que todo el mundo, en algún momento de la vida, ambiciona escribir un libro. La pregunta que viene enseguida nos pone en aprietos: «¿y qué tipo de libros escribe?»
Como también soy novelista, me queda clara la diferencia de status entre poeta y escritor. El primero tiene un prestigio extraño, tal vez porque, como dice Gombrowicz en 'Contra los poetas', «Los pueblos necesitan mitos», pero es frecuente que de inmediato se nos relacione con los locos, los menesterosos o los borrachos. Y no sin razón. Baudelaire fue uno de los primeros en señalar que, ya en el siglo XIX los poetas perdimos «la aureola». Ante un público cada vez más ajeno a la poesía lírica, él propone la poesía en prosa, más apropiada para la urbe llena de fealdad y prosaísmo. Pero no voy a meterme en esas honduras.
Tal vez porque ya Platón consideró que a los poetas había que expulsarlos de la República Ideal, porque gentes como Gombrowicz piensan que sólo nos leemos entre nosotros, y porque escritores como Kundera nos señalan como niños eternos, engreídos y conflictivos, los encuentros de poetas suelen ser eventos de bajo presupuesto —aunque de mucho derroche etílico— y en hotelitos tristes, muy distintos a los de los narradores, que venden mejor y por eso son muy apreciados por sus editoriales. Ahora, que la «mala leche» es la misma en novelistas que en poetas.
Los ejemplos son innumerables. He aquí algunos del libro 'Escritores contra escritores': Nabokov dice de Saúl Bellow: «Una miserable mediocridad». Gore Vidal de Truman Capote: «ha hecho del mentir un arte. Un arte menor». Henry James de Caryle: «…es la misma salchicha de siempre, chisporroteando y resoplando en su propia grasa». Neruda de Vicente Huidobro: «Un comunista de culo dorado». Bolaño de Neruda: «Como poeta sería maricón o si acaso loca, como Whitman y Blake. Neruda y Paz, en cambio, son maricas». Baudelaire de George Sand: «Es estúpida como una vaca».