Ottessa Moshfegh: «En este mundo de 'influencers', ¿qué sentido tiene ser un donnadie?»
Se consagró como autora de éxito en 2018 con 'Mi año de descanso y relajación', que Yorgos Lanthimos adaptará al cine. Ahora publica en España 'McGlue', su primera novela, de 2014, y repasa en esta conversación su obra y obsesiones
Lea aquí la crítica de 'McGlue'
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Iniciar sesiónOttessa Moshfegh (Boston, 1981) entra en una habitación de la última planta de un buen hotel del centro de Madrid: es delgada, pero digamos que tiene más sombra que carne. Viste una chaqueta vaquera, debajo el negro. Un lunar enfatiza el rostro en su parte ... derecha, y uno más pequeño lo equilibra en la izquierda. Su padre es iraní; su madre, croata: ambos músicos que decidieron hablarle en inglés. Su hermano pequeño murió de sobredosis. Su mentora se suicidó. Todo eso se intuye en su mirada severa, en la gravedad de su presencia, en sus silencios. No lo ha contado en sus libros.
Moshfegh saluda, posa para las fotos, se sienta, escucha y empieza a encadenar historias. Está muy despierta después del 'jet lag'.
¿Con cuál empezar? Siempre por el principio. Por un principio.
«Recuerdo que estaba en la universidad a punto de graduarme cuando sucedió el 11-S. No estaba pasando por un buen momento, mentalmente no estaba bien. Me habían diagnosticado erróneamente de muchísimas cosas; ahora creo que básicamente todo se reducía a que estaba profundamente deprimida… El 11-S me desperté, encendí la radio, me metí en la ducha y estaba a punto de vestirme para ir a clase cuando escuché la noticia. El presidente acababa de declarar que era el ataque más grande contra el suelo americano desde Pearl Harbor. Y yo estaba como: ¿qué demonios ha pasado? No acababa de entender. Total, que bajo las escaleras, voy por el portal y lo veo en las noticias: dos aviones se acaban de estrellar contra las Torres Gemelas. Y yo: ¡Mierda! Pero, ¿por accidente? Era algo que no podía pasar. No era plausible.
»Mi prima trabajaba en el World Trade Center y la única vez que había ido allí fue para visitarla. Me dio mucha impresión porque no es que me gusten mucho las alturas. Sentía cosas que seguramente estaban motivadas por la ansiedad. De cierta manera sentía que las torres se movían. Recuerdo coger el ascensor para bajar, como desde el piso cien, y pensar: los seres humanos no deberían estar tan alto [sonríe, pero no ríe].
»No podías llamar a nadie. Todos los móviles y todos los teléfonos estaban totalmente colapsados. No pude llamar a mi prima. No pude llamar a casa, a mi familia. Y estaba tan en shock que decidí ir a clase. Nadie más había ido a clase, claro, y al final escuché por megafonía que iban a cerrar el centro. Era todo muy raro... Entonces hice una promesa conmigo misma. Estaba fatal, pero me dije: si mi prima está bien, me voy a sacar a mí misma de esta depresión; y si no está bien, me mato, me suicido, me quito de en medio de una vez porque no hay nada bueno en esta vida. [Deja un silencio] Vale, ella se quedó dormida esa mañana. ¡Se quedó dormida! Y ese fue el principio de la esperanza. De repente tenía esperanza en que mi vida podía tener sentido. Sé que había muchísima gente en Nueva York en el 11-S. Todo el mundo tiene una historia que contar. Esta es la mía».
Moshfegh ha publicado cinco novelas, cinco éxitos: 'McGlue', 'Mi nombre era Eileen', 'Mi año de descanso y relajación', 'La muerte en sus manos' y 'Lapvona', todas editadas en España por Alfaguara. La primera es la historia de un marinero borracho y demente que mata en un estado de semiinconsciencia a su mejor amigo, al que ama; la segunda es de una mujer asqueada por su propia sexualidad que cuida a su padre alcohólico; la tercera, de una aspirante a galerista de arte que decide contratar a la peor psiquiatra de Manhattan para conseguir la mayor cantidad de somníferos posible y así dormir durante un año; la cuarta, de una viuda que vive con su perro en el campo y encuentra una nota que anuncia un asesinato; la quinta, de un niño cojo y deforme y con la percepción de la realidad alterada que pasa de vivir en una aldea medieval a codearse con la corte. Sus cuentos, reunidos en 'Nostalgia de otro mundo' (también en Alfaguara), vibran en la misma frecuencia: una profesora cocainómana y divorciada que enseña álgebra en un instituto católico ucraniano; un hombre chino sin suerte ni belleza que se gasta el dinero en prostitutas y videojuegos; un joven con acné y bulimia que solo tiene a su tío, un hombre entregado a su sofá y su televisión.
En 2015, en una entrevista concedida a 'Vice', el medio donde publicó sus primeros textos, le dijo a Rita Bullwinkel: «La atracción que la gente tiene por mi obra es similar a la que algunos tienen por los cronuts (esos donuts de diez dólares) o cualquier comida de moda que se encuentre entre lo vulgar y lo intelectual. Comer cronuts nos hace sentir como si estuviéramos en un barrio pobre sin tener que comer como si fuéramos pobres. (...) Mi escritura permite a la gente rozarse con su propia depravación, pero al mismo tiempo es muy refinada: su profundidad se esconde detrás de su sofisticación. Es como ver a Kate Moss cagar. A la gente le encanta ese tipo de cosas».
En 'Mi nombre era Eileen', Moshfegh se recrea en la escatología. La protagonista describe los efectos de los laxantes que toma o se despierta en un coche al lado de su propio vómito congelado. Los despertares de 'Mi año de descanso y relajación' no son más glamurosos. Las dos viven rodeadas de mugre. Hay algo en ahí de la estetización de la miseria de Bukowski: suciedad con prosa fina. También es difícil leer 'McGlue' y no pensar en Ginsberg: «He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, famélicas, histéricas, desnudas». Solo que él no es la mejor mente de su generación, sino un pobre hombre desgraciado.
—Todos sus personajes son adictos. No será casualidad.
—Los adictos son muy buenos manipulando a las personas, eso es muy interesante. Aunque el sentido de la adicción en mis historias es otro. Mis personajes no son dioses, viven con limitaciones, les cuesta cambiar. Nos pasa a todos, en realidad: nos gusta la comodidad, el estado natural de las cosas, aunque digamos lo contrario. Necesitamos mucha energía para movernos de sitio, para cambiar de estado mental. Así que lo que tiene que suceder en la historia tiene que ser lo suficientemente poderoso para que el personaje quiera hacerlo… El paradigma de la adicción es muy útil para describir esa resistencia al cambio. Es más interesante que solo decir: no, no quiero ir al cine esta noche. Es peor: no, no puedo crecer.
En un momento de la conversación, Moshfegh aprieta la literatura entre el pulgar y el corazón y la deja ahí hasta que chasca los dedos y dice: 'flashy'. Sí, así era el inglés de los periódicos de mediados del siglo XIX que leía por diversión («soy una rarita, siempre lo he sido»): un idioma más publicitario que periodístico, el 'clickbait' antes de internet. «Era fácil imaginarse al niño vendiéndolos a gritos en la calle: ¡tengo las mejores noticias!», ríe ella.
En uno de esos diarios encontró una nota brevísima de apenas unas líneas que condensaba una biografía rota: un tal McGlue, un marinero que perdió sus cabales tras ser operado de urgencia por un traumatismo en la cabeza después de haber saltado en un tren en marcha ha sido declarado no culpable por locura después de haber matado a su amigo, el señor Johnson, en Zanzíbar. «Lo vi y dije: McGlue, allí donde estés, ten claro que voy a escribir tu historia».
—La acción transcurre en 1851, el año de publicación de 'Moby Dick'.
—Siendo honesta, nunca he leído 'Moby Dick'. He evitado leer los clásicos estadounidenses en cierto modo para intentar mantener una pureza en cuanto a mis propias creencias y mi propio estilo. Pero 1851 fue un momento importante, poco antes de la guerra... Además, es una buena coincidencia.
—¿No le gustan los clásicos?
—A ver, ¿qué es un clásico? A lo mejor esta que habla soy yo siendo una adolescente rebelde todavía, pero no confío en las personas que me dicen: estos son los libros importantes, los que tienes que leer. Prefiero que un amigo me recomiende un libro porque le ha inspirado. Desde pequeña he pasado mucho tiempo en bibliotecas leyendo lo que caía en mis manos por instinto, sin importarme quién los había escrito. Y esa es un poco la forma en la que lo sigo haciendo, aunque ahora tengo una carrera como escritora, estoy en el 'establishment', por así decirlo. Tal vez sería mejor escritora si hubiese leído más a Kafka, a Dostoyevsky y a otros clásicos. Pero esta soy yo. Así que, ¿qué más da?
Luego, mientras recuerda la gestación de 'Mi año de descanso y relajación', citará como referentes a Anaïs Nin, Silvia Plath, Charlotte Perkins Gilman, Charlotte Brontë y Bret Easton Ellis.
Cuando publicó 'Mi nombre era Eileen', en 2015, Moshfegh recibió el premio PEN/Hemingway y fue finalista del Man Booker, pero también recibió críticas por haber creado un personaje femenino tan repugnante. «Querían que de alguna manera les explicara cómo tuve la audacia de escribir un personaje femenino repugnante», comentó, enfadada, a Ariel Levy, de 'The New Yorker'. Aunque más incómodo es ese momento en el que Eileen confiesa su envidia frente a una víctima de violación: «Después de todo, nadie había intentado violarme».
—¿Hasta qué punto el movimiento 'woke' es un problema para la literatura en Estados Unidos?
—La situación ha cambiado bastante desde que empecé a escribir. Sin duda es menos extremo de cuando sucedió el movimiento Black Lives Matter, que fue algo muy crucial para la cultura estadounidense y también para el mercado. El péndulo se movió de una forma tan dramática que algunas personas sintieron que para poder ser aliados de ciertos grupos marginalizados, de las víctimas del racismo, por ejemplo, necesitaban declarar villanos a todos los hombres blancos y a todas las instituciones que históricamente habían sido fundadas y controladas por ellos. Y creo que esto te lleva a territorios pantanosos, a preguntas como: ¿los hombres blancos pueden escribir novelas? [ríe]. Es solamente que necesitamos espacio para otras personas también, y que estas tengan influencia. Las cosas pueden ser complicadas cuando intentas corregir un desequilibrio histórico. Pero sí que creo que estamos saliendo de esto poco a poco en Estados Unidos. Por ejemplo, en los Oscar todo el mundo pensaba que la actriz nativa americana de la película de Scorsese [Lily Gladstone] iba a ganar. Estaba clarísimo, porque los Oscars son un reflejo de lo que las personas piensan que debería ser lo correcto, no lo mejor. Pero ella no ganó. Ahí dije: vale, esto es interesante. Ya no están yendo ciegamente a premiar a las minorías.
—'American Fiction', otra de las películas nominadas, que tampocó ganó, habla de un escritor negro que se ve empujado a escribir sobre negros para triunfar. ¿Están las editoriales vendiendo identidades antes que libros?
—Sí, aunque yo nunca he estado muy cerca de ese tipo de publicaciones. Nunca me he identificado como la escritora que escribe sobre su etnia, no tengo ningún interés en hacer eso. Pero sí noto que hay cierta emoción en torno a esta cosa de: «Mira esta nueva escritora coreanoamericana escribiendo sobre la experiencia coreanoamericana. ¡Es maravillosa!» Es lo que explica Spike Lee en 'Bamboozled'. Ejecutivos blancos diciéndole a un negro: tienes que ser un poco más negro. Es una película tremenda, desgarradora.
—¿Nunca se ha sentido empujada a escribir sobre sus raíces?
—No: soy novelista, la gente no me dice sobre qué escribir. No tengo el tipo de vida que pueda usar para describir el trasfondo cultural de una familia: tal vez si mis dos padres hubiesen sido de Irán o los dos hubiesen sido de Croacia... Pero eran músicos y me hablaban en inglés.
En 2018, Moshfegh publicó 'Mi año de descanso y relajación', la novela que la consagró como 'la voz de su generación'. La acción sucede en el año 2000: una mujer bella y joven lo abandona todo (el trabajo, el amor, la vida) para entregarse a la aventura de dormir. «Por fin estaba haciendo algo que de verdad importaba. Sentía que el sueño era productivo. Algo se estaba arreglando. En mi corazón sabía –esto era, quizá, lo único que sabía entonces mi corazón– que cuando hubiese dormido lo suficiente estaría bien. Me renovaría, renacería. (...) Mi vida anterior no sería más que un sueño», explica la narradora.
¿Y cuándo despierta? Sí, el 11 de septiembre de 2001.
«Cuando inventé este personaje pensé: vale, esto es aquello. No es mi historia, no es la misma experiencia, pero es ese sentimiento», confiesa Moshfegh.
—La novela se ha leído como el relato de una generación demasiado cansada para vivir, pero también para morir.
—Es cierto que hoy hay una generación que está desencantada con el mundo y su falta de oportunidades. Pero yo escribí este libro antes. De hecho, no entiendo a esta generación actual. Ahora soy una persona mayor. Soy vieja, tengo 42 [y ríe]. Ni siquiera estoy en las redes sociales: prefiero ir a pasear con mi perro... De todas formas, esa sensación de desencanto, de infelicidad, es universal. Cuando eres un niño, todo es posible. Tus padres siempre te están diciendo que vas a convertirte en la persona que realmente eres cuando crezcas. Y luego, cuando creces, es como: vale, me siento igual. Nos pasa a todos... El drama de la protagonista de 'Mi año de descanso y relajación' es que no tiene ningún talento especial. Y como no puede ser alguien increíble no encuentra ningún sentido al hecho de estar viva. Esto ahora suena bastante pertinente, porque hoy los jóvenes quieren ser 'influencers'. Pero en este mundo, ¿cuál es el sentido de ser un donnadie?
—Esa pregunta tiene más fuerza hoy que en 2018.
—Eso creo. Y también hemos pasado una pandemia... O sea: un año de descanso y relajación.
En el verano de 2005, Ottesa Moshfegh trabajó en un bar punky de Wuhan. Un día, por lo que sea, se sentó en un cibercafé y tecleó en Google la palabra muerte. Durante semanas estuvo obsesionada con las fotos de cadáveres. «Miraba las mismas fotos una y otra vez, como si estuviera visitando a viejos amigos. (...) Me sentía viva siendo una 'voyeur'. La repulsión hacía que mi corazón se acelerara, que mi sangre bombeara…», escribió en 'The New Yorker' en 2017. ¿Hay una casualidad más macabra?
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