Más que palabras
Phil Camino, sin gritos en el ágora
Es la editora de La Huerta Grande, un sello con raíz en Cantabria y sede madrileña, pero con vocación nacional, europea y transatlántica

Del periodismo a la literatura. Y de la literatura a la edición. Pero siempre cerca de las palabras y los libros. Desde hace diez años, Phil Camino (Madrid, 1972) está al frente de «una locura» que se llama ediciones de La Huerta Grande. Con ... raíz en Cantabria y sede madrileña, pero con vocación nacional, europea y transatlántica.
Desde un poco antes, en 2010, organiza con un grupo de amigos los Encuentros Culturales de Esles de Cayón, donde cada año acuden «escritores y sabios» a compartir ideas y experiencias. Ellos son los inspiradores del catálogo de este sello editorial singular, que suma y sigue ya un centenar largo de títulos en su catálogo.
Camino se doctoró en Periodismo con una tesis ciertamente ‘avant la lettre’, que llevaba por título ‘Agresiones a la libertad sexual y respuesta social: Vargas Llosa y el realismo francés’, y durante algunos años trabajó en empleos que tenían que ver poco (el departamento de comunicación de una fundación) o nada (diseñadora de muebles) con la literatura.
Así hasta que, frisando los cuarenta, escribió su primera novela, ‘Belmanso’ (2012), a la que siguió ‘Rehenes’, que ahora ha reaparecido con su propio sello, y más tarde el ensayo ‘Diez lunas blancas’ y su última novela, ‘La memoria de los vivos’, sin olvidar un libro de poemas: ‘Donde la carne ya no siente’. Entre medias abrió una librería, que no llegó a cumplir cinco años, y aún ha tenido tiempo de traducir dos novelas del francés Pierre Assouline, además de 'El hombre simiente', de Violette Ailhaud.
Antes fue una niña que soñaba con ser estrella del ballet clásico, y que tuvo «la suerte» de vivir en una casa con libros
Antes de todas estas aventuras, Phil Camino fue una niña que soñaba con ser estrella del ballet clásico, y que tuvo «la suerte» de vivir en una casa con libros. La de sus padres, pero sobre todo la de sus abuelos, en Francia, donde pasaba las vacaciones. Algo o mucho tuvo que ver también en su filiación libresca su educación en el Liceo Francés donde, dice, tenía que ir una vez a la semana a la biblioteca para pedir prestado un libro, que había que leer durante ese tiempo y sobre el que había que comentar algo.
De entonces recuerda muy bien los volúmenes de la Biblioteca Rosa y la Biblioteca Verde, de Hachette, o las historias de la Comtesse de Ségur. Con sus hermanos leía además cómics y libros ilustrados, de Sandokán a Mortadelo y Filemón, pasando por Astérix, Tintín o Spirou.
Otra cosa bien distinta es fue cuando comenzó a leer a Stendahl, Balzac, Flaubert o Maupassant, en la colección ‘Le Livre de Poche’, lo que le dio a saber que la lectura era algo más que aventura o pasatiempo. Con 17 años descubrió ‘Las flores del mal’, de Baudelaire, y entendió entonces que había «otro salto más». Fruto de ese salto, más tarde vendrían las emociones experimentadas al leer ‘Nada’, de Carmen Laforet, con ese personaje, Andrea, que se le me metió bajo la piel. De aquella época de «revelación» guarda casi todos los libros. Ha vuelto a leer varias veces ‘Madame Bovary’ y ‘Rojo y negro’, aunque no volvería a hacer lo mismo con ‘El amante’, de Duras, cuya lectura le propinó un golpe tan fuerte que necesita mantener la sensación intacta.
Después de los franceses comenzó con los españoles. Le fascinaron Cela y Delibes. Y cuando tuvo en sus manos ‘Malena es un nombre de tango’ no pudo parar hasta terminarlo. También gozó en su época del 'boom' latinoamericano, en las ediciones de Alfaguara: de Bryce Echenique leyó todo de golpe, y con la Maga de Cortázar, dice, andaba ciertamente loca. Hasta que llegó a Borges, antes de empezar con los rusos…
Lo de La Huerta Grande ocurrió quizás como consecuencia de todo eso. Y despertó su vocación de editora, a partir de la necesidad de que no se perdieran los textos de los encuentros en Cantabria. Lo que empezó como una acción testimonial se convirtió en una editorial comercial que tomó su nombre de un viejo huerto de manzanos, cercano al lugar donde tiene lugar la cita de cada año. Obras literarias que fomenten el pensamiento libre. Y que buscan calidad y cuidado, antes que cantidad. Tras diez años de asentamiento del proyecto, lo que ahora persigue la editorial es el equilibrio entre reimpresiones y novedades.
Con su toque de distinción en la colección de ensayo breve en lengua española. Una serie, dice, que interesa mucho a los jóvenes, y que tiene una cierta inspiración en la colección ‘Que sais-je?’, de Presse Universitaire de France. Señas de identidad que le permiten competir en tiempos de una oferta editorial inmensa, y «con más capacidad que nunca en la historia para expresar y difundir ideas y opiniones». En todo caso, la oportunidad de aportar un espacio propio desde el que promover la reflexión pausada, «desde la calma y sin gritos en el ágora». No parece poco.
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