la talaverana
Narcisismo y autoficción
En Twitter estamos sólo los peores: aquellos que creemos que siempre tenemos algo que decir
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Iniciar sesiónDecía Carlos Cano que, más que en la inspiración, él creía en la obsesión. Y es un hecho que la mayoría de los mortales tendemos a obcecarnos, para nuestra desgracia, con los asuntos propios. Tal vez por eso hay quien dice que los creadores, al ... igual que los políticos, necesitan tener un ego desmedido para poder sobrevivir. Una ambición privadísima y voraz que los lleva a emprender acciones que nadie en su sano juicio acometería.
Las virtudes, ya se sabe, son directamente proporcionales a los defectos. Ninguna persona se exhibe delante de quince mil personas si no guarda un cierto afán narcisista, del mismo modo que sólo se pone a escribir quien, abusando de su propia autoestima, considera que tiene algo importante que contar. Por eso en Twitter estamos sólo los peores: aquellos que creemos que siempre tenemos algo que decir.
Me acuerdo de las palabras de Ricardo Strafacce: «Si no sos Proust, no me cuentes tu merienda»
La literatura, sin embargo, era una disciplina generosa en la que podían darse autores empeñados en mantenerse ocultos. Ese es el motivo por el que conservamos obras anónimas, algo que resultaría del todo inverosímil en un género tan ególatra como la filosofía. Algunos literatos renunciaron a estampar su nombre sobre la obra hasta abrazar la insignificancia, mientras que, por el contrario, filósofos como Sócrates fueron capaces de crearse una reputación eterna sin haber llegado a escribir nada. O casi nada, pues en verdad se le imputan, o así lo recordó su discípulo Platón, algunos versos menores.
Hay una extensa tradición que insiste en convertir en materia de escritura la propia vida del que narra. La modernidad, que es el egotismo hecho época, se inauguró con un Montaigne que lo expresó con rotundidad en sus 'Ensayos': él era y fue la única materia de su libro. Lo malo es que ahora se nos ha llenado el panorama de emuladores y los poetas, narradores y pensadores insisten en hablar sólo de sí mismos. Cada vez que me tropiezo con la enésima propuesta autofictiva no puedo dejar de acordarme de las palabras de Ricardo Strafacce: «Si no sos Proust, no me cuentes tu merienda».
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