UNA MIRADA ACADÉMICA
Nadar, narrar
Este año la Feria del Libro de Madrid ha tenido como asunto principal el deporte y alguien de la organización tenía, por lo visto, conocimiento de mi afición por la natación
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Soledad Puértolas
Dado que este año la Feria del Libro de Madrid ha tenido como asunto principal el deporte y alguien de la organización tenía, por lo visto, conocimiento de mi afición por la natación, fui convocada, junto a los escritores Laia Argüelles y Héctor Abad ... Faciolince, también nadadores, a participar en una mesa redonda cuyo título era 'El ritmo del cuerpo en el agua'.
Los tres estuvimos de acuerdo en la importancia que el hecho de nadar tiene en nuestras vidas y, de forma muy especial, en nuestra literatura. Curiosamente, los tres hemos nacido tierra adentro. Laia y yo, en Zaragoza, y Héctor Abad Faciolince, en Medellín (Colombia). Nuestras experiencias con el agua son muy distintas, como lo es el espacio que el agua ocupa en nuestras obras. Pero el ritmo del cuerpo en el agua, como rezaba el acertado título de la charla, es lo que en definitiva, según confesamos, nos ha fascinado a los tres.
Desde que aprendí, tardíamente, a nadar, y vencí al fin el miedo que me producía el agua, ya fuera la de una piscina, de un río o del ancho mar, esa fue la imagen ideal que se forjó para mí como modelo para la narración.
Quizá, si yo no nadara, no tendría las fuerzas necesarias para narrar cuando narrar no es nadar
Por aquel entonces, escribí un texto al que me remito siempre que la pereza, que lucha tenazmente por instalarse en mi vida, trata de retenerme cuando llega el momento de ir a nadar. Lo leí en la carpa de la Feria del Libro y reproduzco ahora unos párrafos del mismo, por si fuera de interés para algún lector:
«El agua se abre para mí, me acoge, desdibuja los límites de mi cuerpo, impregna mi piel. Oigo el rumor del agua, ese leve ruido que, al avanzar, al deslizarse, produce mi cuerpo –¿mi cuerpo?– y sé que este rumor es el rumor de la fuente de la vida, la fuente del paraíso. Estoy dentro de un cuento oriental. El susurro del agua que cae y fluye luego por las acequias está dentro de mí, ese susurro soy yo, lo que soy ahora yo, esta feliz disolución.
Es una narración. Y a lo que aspiro, con los restos de mí misma, mientras nado, es a narrar así, con tanta facilidad, con la naturalidad con que mi cuerpo se funde con el agua. Ojalá el lenguaje fluyera por los folios como este cuerpo fluye en el agua.
A veces, narrar es nadar. Nadar es un placer asegurado y me aproximo a él sin el menor temor a sentirme defraudada. Narrar no es siempre así, pero quizá, si yo no nadara, no tendría las fuerzas necesarias para narrar cuando narrar no es nadar».
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