LO MODERNO
La conjura de las reinas
Agatha. Ella pudo ser Miller, Mallowan e incluso Westmacott, pero eligió ser Christie
Otros artículos de la autora
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónUna vez dormí en su cama. Hacía calor aquella noche, al sur del Peloponeso, y la Belle Helene ya no era lo que había sido: legendaria morada de arqueólogos y curiosos que, a mitad de camino del Grand Tour, volvían sedientos del reino megalítico ... de Agamenón a la salvación de este hostal inaugurado por Schliemann. Pero, aunque la historia habla de los hombres, Micenas era el reino de las mujeres: de Leda y sus hijas, Helena de Troya y Clitemnestra, esposa y asesina del rey, así como de las princesas Ifigenia, la sacrificada, y la acomplejada Electra.
Mujeres conjuradas por la guerra de sus hombres; por el poder, el sexo y el abandono. Aquella noche me uní a su conjura y allí tumbada, en la cama desvencijada de la habitación número cinco recordé a su inquilina, una mujer alejada de esas reinas, pero similar en fuerza y desengaño: Agatha.
La escritora abandonó la casa, una carrera fulgurante y a la hija de ambos y desapareció
Ella pudo ser Miller, Mallowan e incluso Westmacott, pero eligió ser Christie hasta su muerte, tal vez porque por encima de la literatura, los viajes y hasta de su hija, lo que más amó en el mundo fue a Archibald Christie, el apuesto piloto de guerra con el que se casó. Pero como es costumbre desde Troya, el interés masculino se volvió inversamente proporcional a la pasión femenina y a finales del 26, después de una fuerte discusión Archi, le reveló que tenía una amante, la joven Nancy Neele.
La escritora abandonó la casa, una carrera fulgurante y a la hija de ambos y desapareció. Su búsqueda se convirtió en un asunto de Estado en Inglaterra, con el Ministerio del Interior movilizando a más de mil policías y su amigo Conan Doyle invocando a los muertos en la güija. Su todavía marido la encontró en el hotel The Old Swan adonde se había registrado con el apellido Neele.
Tumbada en la cama como yo la invoco ahora, al verlo entrar se incorporó sobre el codo y le dijo: «Me sentía como una zorra perseguida y acosada por todas partes por los ladridos de los perros». Nunca volvió a ser la misma y jamás quiso escribir el relato de aquellos once días misteriosos. La conjura de la Reina del Crimen estaba consumada pues las historias surgieron, portentosas, de su cabeza. El mundo olvidó a Archi y Agatha se alzó con el apellido y la inmortalidad.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete