TEatro
Juan Mayorga, la resistencia filosófica del teatro
el genio teatral de nuestro tiempo
El dramaturgo y académico madrileño considera que ningún medio artístico realiza la puesta en presente del pasado con la intensidad con que lo hace el teatro
En las tablas. Juan Mayorga en el escenario de ‘La Abadía’, donde acaba de representarse ‘Finlandia’, de Pascal Rambert
Juan Mayorga dice en el prólogo de ‘Elipses’, la recopilación de sus ensayos realizados entre 1990 y 2016, que los caminos del teatro y la filosofía son para él «uno solo»; añade que entiende la filosofía como «un plan de vida al que ... todos estamos llamados». En un breve texto (2013), salía al paso de las maniobras penosas del Ministerio de Educación para arrojar al «trastero de los cachivaches inútiles» la Filosofía, defendiendo que esa es, en realidad, la más importante de todas las asignaturas porque en ella se encuentra el mismo significado del verbo ‘educar’. No importa que nunca aprobáramos esa disciplina, especialmente cuando comprendemos que lo importante es mantener la tensión de las preguntas.
Como el mismo escritor advierte, sus especulaciones tienen, en cierto sentido, como basamento su tesis doctoral titulada ‘Revolución conversadora y conservación revolucionaria. Política y memoria en Benjamin’. Ese pensador que terminó suicidándose en Port-Bou huyendo del nazismo, sabía, por su dramática experiencia histórica, que los documentos de cultura son, al mismo tiempo, documentos de barbarie. La principal preocupación de Mayorga es «decir la verdad, aunque duela», recuperando ese coraje que también Bertolt Brecht reclamara, manteniendo viva siempre la cuestión de la memoria del sufrimiento, la condensación de los monstruos generados por el ‘sueño de la razón’ en Auschwitz. Su obra ‘Himmelweg’ (2004) pone en escena la cuestión del hombre que, intentando ayudar a las víctimas, termina por ser cómplice de los verdugos, encarnada por Maurice Rossel, que visitó en 1944 al frente de una delegación de la Cruz Roja el campo de concentración de Terezín que había sido convertido en un siniestro ‘teatro’ que camuflaba el horror del genocidio.
La principal preocupación de Mayorga es «decir la verdad, aunque duela»
A pesar de todo, educar contra Auschwitz implica hacerlo contra la desesperación, recuperando la esperanza. Sin olvidar, en ningún caso, la memoria del sufrimiento. Mayorga, en diálogo con Reyes Mate, sostiene que frente a una filosofía del olvido habría de surgir una estética, una ética y una política «capaz de hacer presente a las víctimas» para una «humanidad más profunda», sin perder nunca de vista que somos seres vulnerables y que, para que no se instale en el mundo (de nuevo) la banalidad del mal, hay que pensar la justicia desde la experiencia de la injusticia. Tengo la impresión de que este gran autor no sucumbe al pesimismo nihilista, aunque siempre plantea una línea de resistencia al fatal optimismo del progreso, evitando el pasteleo de la ‘happycracia’. También recuerda que al teatro psicológico quiere oponer Artaud un teatro metafísico. Como apuntara Derrida, se trata de poner en escena la vida en lo que esta tiene de irrepresentable.
«Rizoma»
El teatro, apunta Mayorga en diálogo con el «rizoma» de Deleuze y Guattari, no es calco sino mapa. El autor de ‘El cartógrafo’ (2010) hace visible la vida, pone en escena el doble (consciente de que, a la manera borgiana, el mapa no es el territorio), planteando una intensa perspectiva teórica. «El teatro -apunta Juan Mayorga en su ensayo ‘Razón del teatro’ (2016)- no ha de buscar una filosofía precedente que lo legitime, sino provocar una filosofía que lo prolongue». La filosofía no es un sistema cerrado sino un plan de vida que lo cuestiona todo. El diálogo filosófico es, para Mayorga, una elipse, una tensión entre modos del teorizar que puede adquirir la forma de un duelo.
Mayorga considera que ningún medio artístico realiza la puesta en presente del pasado con la intensidad con que lo hace el teatro. La misión filosófica de su teatro tiene tono intempestivo, socavando, desde un pensamiento de constelaciones cercano a Adorno, la urgencia de los acontecimientos, cuando el cinismo viraliza la post-verdad. No es nada fácil convocar la figura del ‘Emboscado’ trazada por Jünger cuando, como sugiere Mayorga, no es nada fácil determinar dónde está el bosque. Mayorga rinde testimonio cuando el estado de excepción se ha tornado aberrante normalidad y nos hace ver, en el espacio de la tragedia común, que necesitamos reactivar la «escuela de resistencia» en la que demostraron su coraje Krauss o Bulgákov.