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José Hierro en su centenario: apasionado de la vida, los bares y los poemas

poesía

Hace cien años que nació y veinte que nos dijo adiós, pero su memoria, la memoria del hombre y del poeta, no se ha perdido. Ahora se le recuerda en una exposición en la Biblioteca Nacional y en esta excelente edición

José Hierro (Madrid, 1922-2002) en una imagen de 1998

Tenía la cabeza de un viejo soldado mongol y las mismas manos de un hombre de campo que acababa de cavar su viña. Le gustaba tanto la gente, la compañía de la gente que, en su biografía, no hay que contar los años sino ... los amigos que tuvo. Era un apasionado de la vida, de los bares y de los poemas de la vida, por eso se bebió y se fumó el mundo hasta sus últimas consecuencias. Hace cien años que nació y veinte que nos dijo adiós, pero su memoria, la memoria del hombre y del poeta, no se ha perdido. En la exposición de la Biblioteca Nacional y en el libro biográfico que le dedica Jesús Marchamalo está todo cuanto debemos saber de él, también todo lo que le debemos.

Un solo viaje a la personalidad de José Hierro y a esa colección de retratos que fueron sus días donde adivinamos hasta qué punto fue terco a la hora de cumplir sus sueños, y hasta qué punto esos sueños no tenían otra dimensión que los de la vida normal: escribir, trabajar, quitarle el polvo a la postguerra, contemplar el Cantábrico, sembrar flores y cipreses en una tierra comida por el desierto.

POESÍA

'Vida. Biografía y antología de José Hierro'

  • Autores Jesús Marchamalo y Lorenzo Oliván
  • Editorial Nórdica
  • Año 2022
  • Páginas 246
  • Precio 27,50 euros

Marchamalo hace lo que nadie ha hecho hasta ahora: enseñarnos quién fue, cómo se construyó a sí mismo más allá de la tragedia a la que le llevó la guerra civil, con su padre represaliado por el régimen y con él mismo encarcelado durante tres años en las más duras prisiones franquistas. El muchacho aquel que vio con el ánimo entrecortado los fusilamientos de algunos reclusos y que cuando salió solo llevaba en el petate un montón de pobreza.

Fue un clásico que prefería no quitarse las alpargatas; estar en contacto con la tierra

Pocos, como Hierro, pudieron ver los círculos del infierno en que se había convertido España y pocos como él pudieron dar testimonio de aquella legión de desamparados que buscaban un sitio, un poco de dinero para poder vivir. Atravesó la península de Santander a Valencia, de Valencia a Santander, de Santander a Madrid huyendo del resentimiento, tratando de olvidar, apostando por la diaria ración de esperanza, tratando de descubrir en él al poeta y, a través de la poesía, su lugar en el mundo.

Ese lugar en el mundo del que nos hablan sus poemas no fue de otra cosa que el de reflejar una identidad en crisis y la apuesta final por la alegría. Hierro fue el poeta de lo biográfico que trataba temas metafísicos a partir de realidades concretas, de vivencias, de recuerdos, de contemplaciones y, sobre todo, a partir del paso del tiempo. El poeta múltiple que atraviesa la historia de la poesía de esas décadas atendiendo a las diversas estéticas y a las moralidades que debían encerrar las palabras.

El Hierro existencialista, el social, el de un aliento cercano al culturalismo siempre buscó que la poesía fuera ese secreto dicho en voz baja, íntimamente, en una lengua sentimental en la que el lector pudiera reconocerse. Su narratividad, su expresión a veces en distintos planos temporales, su ritmo de música callada están puestos siempre al servicio de hacer de la poesía un pacto de emociones, como puede verse en la selección de textos llevaba a cabo por Lorenzo Oliván.

Escribir, cultivar

Escribía lentamente porque intentaba hacer de la poesía un arte honesto. Cuando llegaba a su pequeña finca de Nayagua, en Madrid, o de Portio, en Santander, se quitaba la camisa y desbrozaba el jardín y la viña, o contemplaba el mar. Eso era escribir poesía para él, cultivar y ver el tiempo en su fluir, la vida en su luz cambiante de cada hora, hacer de todo ello una introspección que se fue tiñendo de formas visionarias.

Fue el hombre de las tabernas que se convirtió en un clásico vivo. Fue un clásico que prefería no quitarse las alpargatas porque era su manera de estar en contacto con la tierra, con el polvo de cada existencia. Junto a la barra, en el bar La Moderna, situado en el barrio madrileño de Pacífico, esperaba la escritura durante muchos días, durante muchos meses y durante muchos años, esperaba esa palabra que nacía en el corazón, en el misterio del corazón, y que la mano caligrafiaba aunque fuera en una servilleta de papel.

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