'Imperio y reputación', de David R. Couto: elegidos para taponar la brecha del Pacífico

Evidencia una mentalidad moderna, individualista, más adepta al 'trabajo de equipo' que a la resonancia feudal. El estrecho al que se refiere esta jornada, investigada por David Rodríguez Couto, con todo rigor científico y metodológico, pues aquí hay historia de excelencia, es el peor que podía imaginarse en la Europa del siglo XVI: Magallanes.

ENSAYO

'Imperio y reputación. El viaje de los hermanos Nodal y su mundo'

• Autor David R. Couto
• Editorial Marcial Pons
• Año 2024
• Páginas 326
• Precio 14 euros

Para épico, el periplo del autor, a través de archivos y bibliotecas, con textos, cartas y grabados, hasta restaurar esta pieza que nos faltaba en el rompecabezas formado por las exploraciones hispanas de la primera globalización, entre 1500 y 1700. ¿Cuáles fueron los hechos? Los hermanos Bartolomé y Gonzalo García de Nodal nacieron en Pontevedra en 1569 y 1575. Gente de mar, pescadores, comerciantes, marinos. Contra lo que suelen plantear los delirios quijotescos, tan teñidos de resentimiento, la historia que despliega el autor muestra una monarquía austracista meritocrática en sus empleos y ascensos.

Ciertamente, los pontevedreses no perdieron batalla ni escatimaron riesgos. Estos «veteranos de todo» recorrieron Irlanda, Francia, Venezuela, Berbería y el océano Atlántico, arriba y abajo. Conocieron nobles con entrada en la corte, mas, es importante remarcarlo, su impecable hoja de vida es lo que explica que fueran elegidos en 1617 para taponar la brecha del Pacífico, la puerta que ingleses y holandeses acababan de abrir a través del cabo de Hornos hacia la retaguardia americana y asiática del imperio español global.

El autor destaca, con razón, un dato sorprendente. En esta exploración marítima puesta por Felipe III bajo el mando de los hermanos Nodal no murió nadie. Regresaron todos. La planificación perfecta de la burocracia filipina fue flexible en instrucciones, medios y elección de tripulantes. Dos carabelas de alto bordo fueron construidas en Lisboa para navegar con «vientos fortísimos, clima gélido, mar tormentoso, días cortos y noches más largas». Dos asuntos marítimos de gran calado, el cálculo de la longitud geográfica y la variación magnética de la aguja de navegar, fueron prioritarios para el cosmógrafo Diego Ramírez de Arellano, que hizo un gran trabajo.

Los ochenta tripulantes embarcados en septiembre de 1618 tomaron la ruta del fin del mundo en las carabelas, nombradas según advocaciones madrileñas, 'Nuestra señora de Atocha' y 'Nuestra señora del Buen Suceso'. Tras reconocer entre enero y marzo del año siguiente la fragmentada biografía del temible sur americano, llegaron hasta los 59 grados de latitud, una marca no superada hasta dos siglos después. Cuando se cumplía un año de la partida se presentaron en Sanlúcar de Barrameda.

El cruce del estrecho de Magallanes llevaba de 15 a 45 días; los Nodal tardaron 16. La alternativa, el recién hallado cabo de Hornos, llevaba solo dos días. Comprobado. Quedaba hacer buenos mapas y noticias que reclamaran la primacía española. En 1621, contra toda la palabrería de la ineficacia hispana, ya estaban publicados relatos y mapas, que sirvieron todo el siglo siguiente y todos plagiaron. El que no los recordó luego, no supo mirar el horizonte. Ni tenía memoria de marino.