PUES DICES TÚ
De fresa y nata
En esta ocasión, las dos personas 'normales' conversan en una pastelería. Es el cumpleaños de una de ellas. No le importaría llegar a los 120 años –como ABC– : «Sería una edad bien bonita»
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Iniciar sesiónLas dos personas normales se encuentran en la entrada de una pastelería. La segunda persona normal, que salía con un paquete en la mano, se ve obligada a hacer una extraña finta para no tropezar con la primera. Sobre sus cabezas suena la campanilla electrónica ... del local: ding, dong, ding, dong… La primera persona normal ríe.
—Qué susto, ¿eh?
—Sí, un poco.
—Casi te tiro la tarta. Es una tarta, ¿no?
—Una de las medianas, ni muy grande ni muy chica. Perdona, que salía sin mirar.
—Entraba a lo loco yo también, que estaba mirando el charco ese, que no lo arreglan.
—¿Ahora hay que arreglar los charcos?
—Los charcos no, pero lo de abajo. Hay un agujero ahí desde sabe Dios cuándo que no lo arreglan ni sin querer. Y mira que he llamado.
—¿Adónde has llamado? ¿A la radio?
—También. Primero a la radio, que me metieron la llamada en directo y aproveché para protestar también por los árboles que han pintado detrás, en la plaza de las piedras grandes.
—Ah, ya. La de San Nicolás, ¿no?
—Esa.
—¿Y qué árboles han pintado?
—Los secos. Vamos, todos, que estaban secos todos. Han venido unos de Bellas Artes y los han pintado de colores: de granate, de rayas, de espirales, de azul y amarillo, de rosa…
—Qué bonito, ¿no?
—¿Bonito? Pero si los han pintado, te digo.
—Ya. Pero si estaban secos…
—Pues que los mojen, si quieren, pero pintarlos no, que no es ni natural. Todavía si los pintaran de verde…
—Eso sí.
—El caso es que llamé para eso y para lo del socavón, pero nada, que no lo arreglan. Ahí está, con agua y todo. Y claro, casi te atropello.
—Hemos salido bien de esta.
—Menos mal.
—Nos la hemos jugado. ¿Adónde mirabas tú?
—Yo a ningún sitio, a la tarta, para no darme con la puerta, por no aplastarla.
—¿Para no aplastar la puerta?
—Para no aplastar la tarta.
-¿Y de qué es?
—De madera será.
—La tarta.
—Ah, ya, de fresa y nata. Me gustan de fresa y nata.
—¿No prefieres de chocolate?
—Pues se conoce que no.
—Pues yo sí. ¿Y en casa?
—Esta es que es para mí, es de lo que quiera yo, aunque luego comamos todos.
—Qué raro que te dejen hacer lo que tú quieras, ¿no?
—Es que es mi cumpleaños.
—¡Anda! ¡Felicidades!
—Gracias. No me lo recuerdes.
—¿Te molesta cumplir años?
—Me molesta que me lo recuerden. Una cosa es ser mayor y otra que te lo recuerden. Pero vamos, que son bastantes.
—Yo te echaba ciento veinte.
Las dos personas normales ríen con ganas. La campana electrónica —un poco desafinada— no ha dejado de sonar en ningún momento. Los clientes entran y salen aprovechando que las dos personas normales les sujetan la puerta.
—Pues dices tú ciento veinte, pero lo que han subido son las tartas.
—¿Ciento veinte te han cobrado?
—No fastidies, pero diez euros más que el año pasado sí. O doce. La misma tarta.
—Es que hay una burbuja de tartas, me parece. Un día revienta la burbuja y ya verás. Nos vamos todos a casa pringando.
—De fresa y nata.
—Eso tú, que yo los cumplo en mayo y ya verás, me voy a acabar todo el chocolate que tengan. Si no me he muerto antes, que a saber.
—No compensa. Se está poniendo carísimo que te entierren. Es mejor pagar la tarta.
—Eso sí. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, que digo yo.
—Y yo. —El «ding, dong» puntúa la frase.
—¿Y te hacen fiesta o qué?
—Dice el pequeño que sí, aprovechando que es sábado y puede dejar de estudiar un poco.
—La mía igual.
—¿También estudia?
—También hace fiestas los sábados. ¿Y si llegas a cumplir en jueves?
—Pues me ha pasado, no te creas.
—Por eso. ¿Y qué hacías?
—Pues lo mismo. Iba a por la tarta el jueves y nos la comíamos entera, pero la fiesta la hacíamos el sábado. Vamos, fiesta… Comida especial y eso. Pero a por la tarta voy yo siempre.
—¿No quieren darte sorpresa?
—No, no, si lo hago por mí. Para que sea de fresa y nata, ya te digo, los míos son como tú, les pirra el chocolate. Cuentan con que, con los años, me dejaré ganar terreno. Pero no.
Las dos personas normales se quedan pensando un rato. No es un vagar nostálgico por paisajes indescifrables, es más un hacer cálculos, un fruncir el ceño, un mover un poco los dedos contra la ropa, sumar tres y llevarse una.
—Pues a los ciento veinte igual no llegamos, pero ya van siendo primaveras, ¿eh?
—Ya van siendo.
—Yo lo llevo bien, te advierto.
— No, no. Si yo también.
La pausa que se crea esta vez es pequeñita y agradable.
—Los ciento veinte, por otro lado, sería una edad bien bonita. -Las dos personas sonríen-. Es casi la edad del pavo. Hay que celebrar la vida.
—Si a mí cumplir no me importa.
—No, ya. Si ya lo sé.
—A mí cumplir me da igual.
—No, si lo has dejado claro.
—A mí lo que me molesta es...
—Ya, ya. Si ya lo has dicho.
—Justo, justo. Que me lo recuerden.
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