Cambio de tercio

Fiebres de letraherido

Esa dulce patología en la que caen los enfermos librescos, gente de mal curar, criaturas frágiles ante el fetichismo de un libro viejo

Eva Díaz Pérez

Un cuaderno con anotaciones, letra alta y delgada a imagen y semejanza de quien las escribió. En la misma vitrina un mecanoscrito de un poema con vacilantes tachaduras. Son rastros del José Saramago escritor en la Casa dos Bicos, sede de su fundación en Lisboa. ... Era 16 de noviembre, día de su centenario, y había que ir a celebrar su literatura y brindar con oporto junto al olivo que guarda sus cenizas. ¿Por qué nos fascinan los secretos de los escritores? ¿Qué tienen de hechizantes las casas que habitaron? ¿Por qué rozamos con veneración religiosa el escritorio en el que nacieron las obras maestras? Son los síntomas de la fiebre del letraherido, esa dulce patología en la que caen los enfermos librescos, gente de mal curar, criaturas frágiles ante el fetichismo de un libro viejo. Peregrinos medievales que viajan a los santos lugares de la literatura.

¿Por qué nos fascinan los secretos de los escritores? ¿Qué tienen de hechizantes las casas que habitaron?

En la Casa dos Bicos me emocionó la hoja que Saramago guardó después de una cita que cambiaría su vida. En la casa museo de Camilo José Cela en Iria Flavia un manuscrito de 'Primer viaje andaluz' lleno de flechas que parecían ríos. La luz cenicienta y fría que entraba por la ventana de la pensión donde vivió Antonio Machado en Segovia. El silencio verde y herbal que se posaba en los objetos de la casa de Rosalía de Castro en Padrón.

El olor a medicina de la casa de Flaubert en Ruán porque también fue hospital donde trabajó su padre. Los enormes ficheros que sugerían la angustiosa vida de burócrata del genial Kafka cerca de las nieblas del río Moldava en Praga. El orinal que aliviaba las noches de Charles Dickens en su residencia de Londres. O el huerto de Lope de Vega en el corazón del barrio de las Letras de Madrid, ese Madrid barroco de mentideros y corrales de comedias. Y también un simple portero electrónico en la calle Bracka de Cracovia donde vivió Szymborska. 

Si el paseante libresco pulsa uno de los botones, escuchará las voces de los poetas que se reunían allí en la clandestinidad de la Polonia comunista como Czeslaw Milosz o Adam Zagajewski. Voces de la memoria para herir el corazón de los letraheridos.

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