LIBROS
Enrique Vila-Matas: «Los tiempos de ahora parecen terminales»
Entrevista
El escritor catalán propone en esta charla, al hilo de su último trabajo, un tránsito por distintos límites desde los que buscar una realidad perdida: la de la confianza en el arte de narrar
Vila-Matas retratado en Barcelona
Enrique Vila-Matas es siempre sorprendente. Aquí está 'Montevideo' para certificarlo, un texto fronterizo, otra vuelta de tuerca, una puerta que lleva su escritura a otro sitio sin traicionarla. La novela propone un tránsito por distintas ciudades que no son otra cosa que ... límites o confines desde los que buscar una realidad perdida: la de la confianza en el arte de narrar. Se ha hablado mucho del juego entre lo real y lo ficticio como motor de su obra, pero tal vez tendríamos que dar un paso más y hablar del juego entre lo real, lo existencial y lo mental. No es extraño, por eso, el carácter ensayístico del yo que crea sus textos, un yo que podría decir, como Pessoa, que lo que en mí siente está pensando. De cualquier forma el universo que ha creado es único, genial porque se reinventa la literatura de nuestro tiempo, la contempla en todos sus abismos. Una conversación con él contiene lo mismo que sus novelas: huir de lo solemne, rehacer la realidad y eso tan 'duchampdiano' de convertir en anécdota, en relato, los problemas de escribir.
—A menudo se le pregunta por la influencia de su vida en su obra, a mí me gustaría preguntarle por lo contrario: la influencia de su obra en su vida.
—Montevideo', me decía el otro día un amigo, es una investigación de los misterios de la literatura, una aventura en la que el escritor, una vez más, se juega el pellejo. Y bueno, la verdad es que, una vez publicada sigo jugándome ese pellejo en situaciones que parecen salidas de mi propio libro, como si todavía estuviera viviendo en él. Es más, leo textos que noto que encajarían perfectamente en la infinita novela ya acabada. Para colmo, fui a Valencia y los libreros de la Ramon Llull me regalaron 'Umbrales', un ensayo alucinante de Óscar Martínez que se concentra en un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas y que no puede estar más interrelacionado con 'Montevideo'. Luego, fui a Sevilla y, tras unos primeros minutos en la habitación de hotel, di en ella por sorpresa con un oscuro y largo pasillo que aún no había visto y que me retrotrajo a 'Montevideo', sobre todo cuando vi que conducía a una puerta contigua, donde no sabía que, al abrirla, me aguardaba un susto fenomenal.
—En este sentido, en el de la influencia de la escritura en la vida, hay algo importante en usted: el hecho de dejar de escribir, y esto me recuerda aquel pensamiento de Nietzsche de que de tanto mirar el abismo sentía cómo el abismo lo miraba a él. ¿La escritura de los abismos paraliza, hay escritores que tienen que retroceder ante ella, ha sentido usted esto alguna vez?
—Solo me ha ocurrido con la abismal propuesta que me hizo Sophie Calle en el café de Flore de París. Pasaba ella por un momento abúlico, me dijo, por lo que deseaba encargarme que, durante seis meses, le escribiera lo que tenía que vivir. ¡Como si fuera tan fácil dictarle la vida a alguien! Recuerdo que, a propósito de esto, Javier Fernández de Castro comentó que la idea de Sophie Calle era una bomba y que cabía imaginar lo que podría ocurrir si una serie de escritores afines se dedicaran a escribirse unos a otros biografías que encima podrían ser a dos y tres manos, sumando entre todos ocurrencias hasta completar unos proyectos de vida en los que, por fin, la trasgresión de las barreras entre realidad y ficción, vida y literatura o verdad y apariencia quedaran finalmente derribadas… Bueno, volviendo a su pregunta. Le escribí a Sophie lo que tenía que vivir en la isla de Pico en las Azores, pero no fue nunca hasta allí. Yo había iniciado una novela sobre lo que me estaba pasando y había ya contado mi encuentro con Sophie en el Flore a modo de inicio espectacular del nuevo libro, pero dependía de que mi 'partner' se pusiera en acción para poder continuarlo y, al no ir ella a las Azores, quedé paralizado, bartleby perdido, a la espera de algo improbable: que ella diera continuidad a mi novela yendo a la isla de Pico. Una amiga, Carolina, me ayudó. Me hizo ver que la propuesta de Sophie estaba relacionada solo con la vida, nunca con la literatura. Y por suerte reaccioné pronto, huyendo de aquella peligrosísima trampa que me habían tendido para acabar conmigo como escritor.
«Admiro al Borges que es crítico literario, postulante de un canon literario distinto del oficial: Schwob, Wells, Chesterton»
—Cristóbal Serra me dijo con admiración que su literatura era una literatura alucinada, que sus libros describían una y otra vez un fabuloso proceso mental, ¿está de acuerdo? Me he acordado de esto leyendo 'Montevideo' y sus reflexiones sobre Valéry.
—Lo he contado recientemente en la contraportada de 'El viaje pendular' (Wunderkammer), la «antología definitiva» de Cristóbal Serra. Un día, visité en Palma al escritor y le dije que su prodigiosa obra, a pesar de los elogios de Octavio Paz y compañía, seguía tan felizmente oculta que recordaba a «un silencio litoral sin pájaros». Y aquella imagen iluminó el rostro de nuestro más «raro clásico secreto», poco antes de caer en un largo silencio que me permitió comprobar que, tal como él mismo sostenía, «los solitarios, los aislados, son los más auténticos comunicantes».
—Uno de sus abismos recurrentes es el de la identidad. Su literatura es una literatura de máscaras, de flujos entre identidades, hasta tal punto que, según ha declarado, ya no sabe cuál es su yo.
—Hoy, tengo más claro quien soy: alguien que a partir de 'Dublinesca' (2010), siguiendo por 'Kassel no invita a la lógica' (2014) hasta 'Mac y su contratiempo' (2017), libros con amplia repercusión internacional, apostó de pronto por una especie de «salto inglés», por una línea clara en lo estilístico que corté en seco con 'Montevideo', novela en la que, como dice Philipp Engel en 'Coolt', he dado otro volantazo, con una escritura más oscura y densa, incluso dolorosa por momentos, más exigente con el lector activo.
—En 'Montevideo' hay además un flujo de lugares, de ciudades, ¿no son puertas hacia otro de los motivos centrales de su obra: la realidad como extrañeza y la extrañeza como fin en sí misma?
—Escribiendo ese libro, he podido confirmar, más que nunca, que la extrañeza general, los sucesos de la vida, se vuelven más complejos y oscuros, más ambiguos y equívocos, es decir, tal y como verdaderamente son, cuando uno los escribe.
—No lo tome como una frivolidad, pero ¿por qué en esa geografía de la extrañeza no ha metido a Barcelona? Es un lugar donde ficciones y realidades combaten con fuerza.
—Todo lleva su tiempo, pero de momento no me siento llamado a describir una geografía de la extrañeza de mi ciudad natal.
—Vayamos a su forma de construir la narración, ¿se puede relacionar con Cervantes y ese ir al encuentro de historias, como en la primera parte del 'Quijote'?
—Solo sé que uno de los atractivos más grandes de la literatura reside en que, por mucho que nos obsesionemos en reproducir acontecimientos con la máxima fidelidad, nunca vamos a lograrlo. La prueba es que jamás se puede cruzar el espejo al encuentro de la realidad. Alonso Quijano desea vivir las aventuras leídas en los libros de caballerías y sale al encuentro de historias. Al final, queda claro que, si bien la ficción le abre las compuertas de la mismísima vida autentica, el problema está en que Quijano ha de acabar por recrearla con resultados calamitosos.
—¿No le parece que usted pertenece a una tradición literaria donde, con Cervantes, estarían también Unamuno, Pirandello, Borges o Tabucchi? Escritores para los que la escritura es un conflicto y el mundo una otredad.
—Está el Tabucchi de 'Pequeños equívocos sin importancia'. Pero, sobre todo, Cervantes, Sterne (los dos por su sentido infinito del humor serio) y Borges. Admiro al Borges que es crítico literario, postulante de un canon literario distinto del oficial, ya que, a partir de 1940, fue dando orden y concierto, en una impecable labor crítica realizada a través de sus narraciones y ensayos, a una lista de autores no suficientemente valorados, como Schwob, Wells, Chesterton, Swedenborg …
«Como sostenía Cristóbal Serra, creo que 'los solitarios, los aislados, son los más auténticos comunicantes'»
—En 'Montevideo', de la mano de Cortázar, ¿entra en su literatura lo onírico, lo fantástico?
—Al atravesar el umbral de la «puerta condenada» del hotel de Montevideo, sin ser muy consciente de ello, entré en el género fantástico, nunca en el onírico. De hecho, en Montevideo la principal novedad en mi obra es la aparición del terror como género.
—Después de cerrar 'Montevideo', recordé aquella frase de Lacan a Marguerite Duras: «No debe comprender lo que escribió porque se perdería, se volvería loca».
—Es una bella frase, la había olvidado. Anteriormente, como usted sabe, Duras tuvo problemas con los figurones de la literatura francesa del momento. En 1960, Simone de Beauvoir irrumpió en el despacho del editor Gallimard para decirle: «Explícame a Duras, porque no entiendo nada». Y Sartre pidió que dejaran de publicarla. En general, la acusaban de estar demasiado pendiente del hecho de escribir. Acusación absurda, pues Marguerite no tenía por qué pedir disculpas por ser tan literaria si a fin de cuentas la escritura era lo único que podía llegar a salvar el espíritu de tiempos tan deplorables como el suyo. Por cierto, los de ahora aún son peores, parecen terminales.
—Parece que escribe con el mismo furor que un joven novelista, ¿esto le ha hecho tener tanta influencia en los escritores de la última generación?
—Me dicen que un buen número de hijos de los que eran jóvenes hace veinte años y se sintieron fascinados por 'El mal de Montano' o 'Doctor Pasavento', son los que ahora se acercan a 'Montevideo' con un impulso parecido…
—¿Qué significa para usted terminar un libro?
—Siempre que, a partir de 'Bartleby y compañía', terminaba una de esas novelas que acostumbraba a conducir a un 'cul de sac' y ponían muy difícil la puesta en marcha de un siguiente proyecto, venían los amigos a preguntarme: «Y ahora, después de esto, ¿qué vas a hacer?». Creí descubrir -añade- que escribía novelas para, al final, iniciar lo que de verdad me interesaba: la heroica búsqueda de una salida de ellas.
Uno se pregunta siempre cuántos Vila-Matas se esconden bajo el nombre de Vila Matas, o lo que es lo mismo, cuál es la biografía de su estilo, la biografía de sus abismos. El precipicio que es 'Montevideo' tiene un motor: el miedo; y tiene además esa respiración oscura de cuando uno se asoma a la cerradura de una puerta y se pregunta qué hay detrás y si en ese detrás es posible que se eleve un nuevo yo. Vila-Matas celebra así la pasión, la rebeldía y el eterno interrogante que es su escritura.