La talaverana
Romper la palabra
De mayores también hicimos promesas de verano. Una de mis favoritas es la de salir de vacaciones y prometernos no volver
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Hay dos tipos de promesas. Las que sabemos que vamos a incumplir desde el principio y aquellas otras en las que la palabra se rompe con el paso del tiempo. No hay más, 'tertium non datur', tal es la falibilidad de los humanos y quien ... lo dude que se acuerde de Pedro y el gallo. Hay veces en las que, sencillamente, no supimos estar a la altura de lo dicho y, en ese mentir y desmentirse, a Nietzsche se le ocurrió decir que el ser humano es ese animal al que le es lícito hacer promesas. A veces pienso que la verdadera tentación de ser como dioses radica, precisamente, en creer que seremos capaces de cumplir lo que un día nos prometimos. Y, pese a todo, seguimos confiando en nosotros y seguimos perdonándonos, lo que es casi una ocasión para la Gracia.
El verano es la estación de las promesas incumplidas. Sobre todo en esos últimos días transicionales hacia septiembre que, como todo el mundo sabe, no es un mes, sino un estado de ánimo. Es entonces, o al menos era, cuando nos prometimos que no nos olvidaríamos, que nos escribiríamos durante el invierno y que mantendríamos la amistad o el amor intacto hasta el próximo verano. Aquellas promesas se incumplían en un extraño gerundio, poco a poco, de mes en mes, hasta que ya casi nadie las recordara para finalmente convertir en una pálida mentira el juramento adolescente.
Todos los años volvemos para intentar creer en la misma mentira
De mayores también hicimos promesas de verano. Una de mis favoritas es la de salir de vacaciones y prometernos no volver. Evidentemente siempre habrá que regresar en términos materiales y habrá que cambiar el mar por la ciudad, pero hay un «no volver» existencial que sirve como aspiración y como destino. No volver a otro año más, no repetir los errores de otros cursos, ni los mismos miedos, ni los mismos fracasos. Y cada año, el ciclo inexorable del tiempo se cumple para volver a sacrificarnos en la pira de la repetición y la monotonía. Todos los años volvemos para intentar creer en la misma mentira, porque sin mentiras no podría existir la esperanza. Y la esperanza, como todo el mundo sabe, es de las pocas cosas que deben existir por encima de la verdad.