Deborah Turbeville, contra la pulcritud

Numerosas lectoras cancelaron su suscripción, que incluso llegó a ser retirada de la venta en distintos puntos de EE.UU. Pero las imágenes de Newton no fueron la única razón de la controversia: en el mismo número se desplegaba un reportaje sobre ropa de baño que mostraba a un grupo de mujeres en un escenario lúgubre, tan ambiguo que llegó a ser interpretado como la recreación de una cámara de gas. Esta polémica allanó el camino hacia el éxito de su autora, Deborah Turbeville (1932-2013), que se convertiría en figura referencial de la foto de moda.

Diez años después de su fallecimiento, Bernal Espacio le dedica una exposición con algunas de sus imágenes más célebres, aquellas que sus marchantes y críticos consideran paradigmáticas de un nuevo tipo de editorial de moda capaz de desvincularse de «los estereotipos asignados por los fotógrafos masculinos».

El título de la muestra, 'El poder de la mirada femenina', interpela a Mulvey y ahonda en una senda de validación que resulta harto problemática, pues demuestra una lectura superficial de las ideas de la teórica feminista, cuya definición de «mirada masculina» no se sustenta en el determinismo biológico, sino en un discurso que, de manera inconsciente y más allá del sexo de quien mire, premia el goce del varón convirtiendo a las mujeres en fetiches. Turbeville nunca se privó de ofrecer a los espectadores un universo femenino morboso y erotizado, pero lo hizo con una estética decadente, extraña en una época de exultante modernidad.

Su peculiar mirada se inspiró en el imaginario decimonónico y en el gusto romántico, con escenografías novelescas habitadas por mujeres melancólicas y de aspecto frágil. Un estereotipo que ha pervivido con gran éxito en las campañas de foto de moda de las últimas décadas, donde son habituales las tipologías femeninas de aspecto lánguido, incluso enfermizo, cada vez más jóvenes, y delgadas hasta rozar la patología.

La aportación estética de Turbeville no radica en un alejamiento de los arquetipos patriarcales, sino en sus desconcertantes narraciones y, sobre todo, en su desfasada dimensión pictorialista, con recursos aplicados sobre el negativo, tales como rayaduras, roturas o desgastes, que ocultan la pulcritud habitual de la foto de moda.