CRÍTICA DE:
'Cruce de vías', de José Antonio Garriga Vela: el triste placer de viajar
ENSAYO
El escritor afincado en Málaga mantuvo la columna 'Cruce de vías', en el diario 'Sur' durante 29 años. Se recopilan cien de esos artículos
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Iniciar sesiónEntre el 5 de febrero de 1994 y el 28 de diciembre de 2022, el escritor José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954) mantuvo la columna 'Cruce de vías', en el diario 'Sur' de Málaga. Fueron veintinueve años en los que, semana a ... semana, el autor de 'Muntaner, 38' desgranó artículos sobre la cotidianidad, cuentos fantásticos, reflexiones, sueños y memorias. De los más de mil cuatrocientos textos que escribió para esa sección, Garriga Vela escogió una centena, que son los que conforman el volumen publicado recientemente por la editorial Candaya.
Este tipo de recopilaciones siempre me han parecido espejos rotos donde los autores buscan, entre fragmentos de brillo dudoso, contemplar su propio rostro.
ENSAYO
'Cruce de vías'
- Autor José Antonio Garriga Vela
- Editorial Candaya
- Año 2024
- Páginas 320
- Precio 20 euros
Suelen ser catálogos de la gente famosa con la que se codearon o de los premios y los sinsabores con que los ha reconocido o castigado el mundillo literario. 'Cruce de vías' es, en este sentido, una gran excepción. Por supuesto, es una especie de autobiografía, pero no de una persona sino de un alma.
Este libro es un acordeón hecho de tiempo, entre cuyos pliegues resuena el monólogo de un escritor perplejo ante la existencia, en constante diálogo con sus muertos, indeciso entre la soledad multitudinaria de la vida urbana y la conexión con esa otra parte del mundo que los viajeros europeos del siglo XIX llamaban «Oriente». O con esa otredad más radical que sería la propia naturaleza. Preferentemente, en alguna pequeña isla de Malasia o en algún pueblo costero de América Latina en los que el autor de vez en cuando se refugia.
La calidad de la escritura de Garriga Vela destaca en cualquier párrafo. Sus palabras tienen esa limpieza de minero que lava mecánicamente terrones de piedra y barro con la esperanza desganada de encontrar oro. Pero es su connotada condición de viajero lo que, quizás, impresiona más al lector. Es abrumadora la cantidad de países, ciudades y pueblos que el autor ha recorrido. Los textos que dejan constancia de su paso por todos los rincones del mundo no son las típicas crónicas o estampas del viejo nuevo periodismo.
La calidad de su escritura destaca en cualquier párrafo. Sus palabras tienen esa limpieza de minero que lava terrones de piedra y barro
No hay reporterismo ni entrevistas ni aventuras programadas para traer de contrabando en la alforja de la escritura una anécdota sorprendente. De no haber, no hay ni siquiera el entusiasmo y la adrenalina que uno supondría en alguien así. «Viajar es el placer más triste», dice en uno de los textos. Es el placer de poder escapar de la rutina, del agobio de la burocracia y de los compromisos sociales.
Es, también, el disfrute sosegado del autoconocimiento. Sin embargo, es un placer triste porque siempre se debe regresar, porque la enfermedad sigue su curso aunque el viajante esté remontando algún río tumultuoso y no tenga señal en el teléfono para enterarse de lo que allá afuera está pasando, porque, en definitiva, y lo cito para cerrar: «La muerte es la obsesión del viajero, aunque nunca lo exprese con palabras. Huir de la muerte, aunque sepa que por muchos kilómetros que recorra nunca conseguirá esquivarla. Simplemente se trata de elegir el paisaje del último encuentro».
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