más que palabras
Julián Lacalle, pepitas literarias sin fronteras
Fundó Pepitas de Calabaza, hoy Pepitas Editorial, en 1998. Un sello y un estilo que militan entre el pensamiento, el ensayo y la miscelánea literaria
Carlos Aganzo
Desde el nombre del sello editorial hasta la propuesta de cada nuevo libro que aparece en su catálogo. 25 años después de su fundación, Pepitas de Calabaza ha demostrado ya sobradamente que hay también lectores singulares. En España y al otro lado del Atlántico, ... en español. Pero editados en Logroño, en el corazón de la Rioja. Un lugar como cualquier otro para demostrar que se pueden publicar libros singulares sin necesidad de tener domicilio fiscal en Madrid o Barcelona.
Julián Lacalle (Logroño, 1976) fundó Pepitas de Calabaza, hoy Pepitas Editorial, en 1998. Tenía veintiún años, «casi no sabía leer» y, como tantos otros en nuestro país, era un fan irredento de 'Amanece, que no es poco', la película de los amantes de Faulkner y José Luis Cuerda. «Yo no puedo olvidar —dice el viejo labrador en el filme— que en los momentos más difíciles de mi vida, cuando mi hermana se quedó preñada del negro, o cuando me caparon el hurón a mala leche, sólo tú prestabas oídos a mis quejas e iluminabas mi camino. Calabaza, yo te llevo en el corazón». Pepitas en los bolsillos, pero en los ojos, la ciudad de Logroño. Y sobre todo la montaña riojana. Así que después de darse unas cuantas vueltas lejos de casa, se decidió a volver. Y a fundar.
Tenía veintiún años, y era un fan irredento de 'Amanece, que no es poco'
No había sido un estudiante ejemplar, Julián Lacalle. Porque más que los libros de texto le gustaban los de aventuras. Y eso que fue en el colegio donde le mandaron leer el primer título que le enganchó, 'El rey de las alcantarillas', de la serie de El Barco de Vapor. La lectura, dice, es la manera de diversión más íntima que existe. Así que a los nueve años, en un periodiquillo escolar, empezó a recomendarles a los demás sus lecturas favoritas. Más tarde trabajó como grafista y entre el diseño gráfico y el fervor por los libros, nació su vocación de editor. Todo ello sumado a un espíritu inquieto que le llevó a hacer de todo un poco, antes de dedicarse en cuerpo y alma a la editorial. De todo, dice, menos vino. Otra singularidad en un emprendedor logroñés.
Fue un concurso de diseño, el de la nueva imagen de los camiones de basura de Barcelona, el que le permitió contar con el capital inicial para fundar Pepitas de Calabaza. Para entonces, tenía ya muy claro que el camino de la lectura le pedía, antes que escribir él mismo, dar la oportunidad a los demás de leer nuevos libros de los demás. Libros, por ejemplo, como los del británico William Morris, que además de diseñador textil y agitador social, fue poeta y escritor extraordinario. O como el muy original '¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!', donde él mismo reunió los artículos prácticamente inéditos de Julio Camba entre sus dieciséis y sus veintidós años, cuando vivía, entre España y América, plenamente influido «por las ideas individualistas de Max Stirner y Friedrich Nietzsche». Raras joyas bibliográficas.
Librería propia
Con el concurso de unos cuantos buenos amigos, como Víctor Sáenz-Díaz, ha conseguido ya pasar de los 350 libros de referencia en su catálogo de Pepitas, además de sus coediciones con la también logroñesa Fulgencio Pimentel. En 2020, a mayores, se decidió a abrir su propia librería en Logroño. La inauguró, qué tino, en febrero, y la cerró en marzo, por la pandemia. Pero ahí sigue, y hoy forma parte del tejido cultural de la capital riojana. También le ha dado tiempo a escribir, de su puño y letra y en colaboración con Julio Monteverde, 'Invitación al tiempo explosivo', una sorprendente recolección de juegos para vivir el tiempo de una manera «alegre, libre, revoltosa y desobediente».
A su editorial local-nacional-universal, dice, ha conseguido traer algunos de los autores que más le gustan en el mundo, llámense Iñaki Uriarte, Lewis Mumford, Pablo Martínez Zarracina, Elvira Valgañón, Verónica Gerber o Biruté Galdikas. El éxito de la reedición, ahora, de algunos de los títulos con los que empezó hace veinticinco años, como 'La abolición del trabajo', de Bob Black, demuestra que todo este camino ha sido camino compartido. Por unos cuantos.
Un sello y un estilo que militan entre el pensamiento, el ensayo y la miscelánea literaria. Ese género sin géneros que parece encajar bien en el gusto de una buena parte de los lectores de este tiempo. Algo de ficción, sí; mucho de crónica. Un fondo siempre de poesía y de interés por el lenguaje. No estar, dice, en la corriente, ni tampoco ir contracorriente. Porque la corriente, asegura, sigue atrayendo a las grandes ciudades a millones de personas en busca de trabajo, pero también sigue expulsándolas por millones hacia ciudades más pequeñas, de dimensiones más humanas… donde sea posible leer libros, y hasta editarlos, muy cerca del campo y de la Naturaleza. De los bosques y de las pepitas de calabaza. Así sea.
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