RESURRECCIONES
La desazón de T. S. Eliot, cien años después
Hoy podemos leer 'La tierra baldía' como el testimonio de un momento de destrucción y barbarie que nos hemos pasado un siglo tratando de superar
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T. S. Eliot durante su estancia en Madrid en 1951
«Abril es el mes más cruel: engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla / recuerdos y anhelos, despierta / inertes raíces con lluvias primaverales». Estos son los versos más conocidos de ‘La tierra baldía’, la obra que convirtió a Thomas Stearns (T.S.) Eliot en una ... de las grandes leyendas literarias del siglo XX. Quizás de todos los siglos.
Los versos con los que arranca el poema ‘El entierro de los muertos’, y que hablan de un tiempo en Europa, el de entreguerras, que algunos bautizaron como «los felices años veinte», y que para el poeta supusieron apenas eso: el tiempo de dar sepultura a los muertos de la tremenda Primera Guerra Mundial, antes de entrar en la abominación de la Segunda.
No fue muy benévola la crítica en su día cuando apareció el libro en Londres, en el primer número de la revista literaria ‘The Criterion’, en octubre de 1922. Ni siquiera el propio Eliot estaba seguro de su trabajo. «Creo que hay treinta buenos versos en ‘La tierra baldía’. ¿Puedes encontrarlos? El resto es efímero», le escribió a su amigo Ford Madox Ford.
Algo más de treinta buenos versos hay en esta obra que, desde luego, no ha sido efímera, sino más bien lo contrario. Cien años después, la influencia de Eliot en las generaciones posteriores, y en las posteriores y las posteriores hasta nuestros días, es extraordinaria.
Un libro que Eliot concibió como una sinfonía en cinco movimientos
Cien años después, hoy disponemos de un modo arqueológico de leer ‘La tierra baldía’, como el testimonio de un momento de destrucción y barbarie que nos hemos pasado un siglo tratando de superar, no siempre con éxito: «El testimonio más aterrador de un siglo aterrador», en palabras que se atribuyen al crítico estadounidense Ronald Bush.
También contamos con un modo poético, estilístico, literario, que nos brinda un ejemplo magistral no solo en la construcción intelectual y sensorial de cada poema, sino en la propia arquitectura de un libro que Eliot concibió como una sinfonía en cinco movimientos: un retrato a lo Dorian Gray, fragmentario y oscuro, de la descompuesta Europa.
Pero además, sirviéndonos de esa capacidad adivinatoria que ha tenido siempre la poesía, podemos también leer ‘La tierra baldía’ como un anticipo espiritual de esta Europa desorientada, empobrecida, entontecida y decrépita que vivimos hoy. Una sociedad incapaz de nuevo de encontrarse a sí misma, en medio de un mundo sin valores que revive una nueva (¿la segunda, la tercera, la cuarta…?) caída de Occidente. Una colectividad peligrosamente parecida, en su decadencia, a aquella de los «felices años veinte» del siglo pasado.
Pasmosa resurrección de algunos versos que, entre los muertos de la Gran Guerra, resuenan hoy en nuestros oídos con otra verdad, repetida y nueva al mismo tiempo, por ejemplo, cuando vemos las imágenes de los campos de batalla de Ucrania; esa Ucrania donde la paz se demora con desazón infinita: «¿Qué raíces se aferran a este inmundo pedregal? / ¿Qué ramas en él crecen? Hijo de hombre, / no puedes saberlo ni adivinarlo, pues solo has visto / un montón de imágenes rotas donde golpea el sol, / donde no da cobijo el árbol muerto ni brinda alivio el grillo / ni resuena el agua en la reseca piedra».