Más que palabras
Daniel Fernández, el editor como conversador
Como presidente de Cedro se topa con el ansia viva de una «revolución tecnológica». Una liza en la que encuentra motivos para ser optimista

La leyenda familiar le representa leyendo sin saber leer, reproduciendo como un loro, palabra por palabra, aquel libro de pocas letras y grandes ilustraciones que pedía que le repitieran en voz alta una y otra vez. Así que cuando fue al colegio, con cuatro años, ... la señorita Josefina terminó de enseñarle los rudimentos de la lectura y decidió exhibirle como una rareza de feria en la primera función de Navidad. La viva imagen, dice, del repelente niño Vicente.
Los primeros libros que recuerda en casa son los de la editorial Sopena, que formaban parte de la biblioteca familiar de su padre. Un gallego alto al que su hijo calificaba como «celta largo», mientras que de sí decía ser un «celta corto». En el local de la Reme, cambiaba sus tebeos viejos por otros nuevos, y los devolvía tan impolutos que con frecuencia recibía algún ejemplar de más como recompensa.
Enseguida cayó en manos de la cerveza de jengibre y del mundo británico de las novelas de Enid Blyton. Pero también de las joyas ilustradas de Bruguera. Así es como Daniel Fernández (Barcelona, 1961) fue formando su gusto por la lectura. Hasta que su padre le sorprendió leyendo el 'Decamerón'. Tenía 12 años y no entendió absolutamente nada de la erótica de Boccaccio. Sólo accedió a ello años más tarde, cuando editó el libro él mismo.
Conciliar
Durante un tiempo, a imitación de sus primos (alguno de los cuales, como Alberto Fernández, llegó a ser presidente de CASA), pensó en ser ingeniero naval o aeronáutico. Pero al final el bachillerato de letras le llevó a matricularse, al llegar a la Universidad, en filología hispánica, derecho y periodismo. En derecho terminó el primer año. El periodismo se le acabó antes como carrera, si bien pronto se convertiría en un modo de ganarse la vida. Y en la filología, hispánica primero y enseguida catalana, puso la mayor parte de su empeño. Al tercer año de estudios perdió a su padre, y para poder salir adelante empezó a dar clases. Y a escribir para la revista 'Quimera', o para el Diccionario Enciclopédico de Grijalbo, donde le introdujo Francisco Rico. Allí le pusieron como supervisora a una joven redactora recién licenciada. Los dos se enamoraron tanto de las palabras como el uno del otro. Y hasta hoy.
Siendo PNN, empezó también a escribir en 'El País' y 'La Vanguardia'. Y antes de ser editor de libros dirigió la revista 'Saber'. Un intento, dice, de conciliar los dos grandes focos editoriales de Madrid y Barcelona. Con 26 años entró enEdhasa («Dios nos castiga concediéndonos nuestros deseos»), y de redactor de mesa pasó a trabajar de acuerdo (y desacuerdo) con las leyes del mercado editorial. A conciliar los gustos personales con las exigencias de los lectores. Y los sueños de los autores con las realidades de los libros.
El arte de editar, dice, que está sobre todo en «la conversación». La conversación con gente inteligente e interesante. En Grijalbo, donde llegó ser director gerente y director literario cuando se fusionó con Mondadori, estrenó su propia colección de ensayo, 'Hojas nuevas', en honor a Rosalía. Hoy es el editor y máximo responsable de Edhasa, así como de Castalia. Una intensa labor editorial que ha compaginado además con su defensa del sector. Adelantándose a los tiempos, dice, el Gremio de Editores de España, del que fue notorio presidente, supo constituirse como federación y luchar por los intereses comunes. Desde el gremio, dice también, ha visto cómo los editores pasaban de ser «caballeros de negocios» a «apestados» en los bancos.
Difícil batalla
Y ahora, a observar cómo de nuevo hay grandes grupos dispuestos a invertir, aunque sea con «euforia contenida», en la industria del libro. Una labor, en su caso, también extendida a los derechos de autor y la propiedad intelectual, como presidente de Cedro. Una batalla más difícil, quizás, porque se topa con el ansia viva de una «revolución tecnológica» en la que algunos están dispuestos, en nombre del beneficio de la humanidad, a apropiarse de todos los contenidos que pueden… y de alguno más. Una liza dura en la que, a pesar de todo, Daniel Fernández encuentra motivos para ser optimista. Biden, asegura, ha cambiado de actitud con respecto a las grandes tecnológicas. Y Google terminará más temprano que tarde por aceptar para todo el mundo el sistema de derechos de autor europeo. Al tiempo, si no.
¿Se puede vivir más implicado en el asunto? Pues sí. Desde el 17 de noviembre, Daniel Fernández es el nuevo presidente del Real Patronato de la Biblioteca Nacional. «No es el Prado, pero está cerca». Una casa, dice, que emociona por su unidad en la diversidad de la gran cultura española. La casa de todos los libros, de todos los autores. La inmensa responsabilidad de la historia. Más que palabras, sin duda, para una nueva etapa de una vida de libro.
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